Ignacio Ramonet
La economía colaborativa es un
modelo económico basado en el intercambio y la puesta en común de bienes
y servicios mediante el uso de plataformas digitales. Se inspira en las
utopías del compartir y de valores no mercantiles como la ayuda mutua o
la convivialidad, y también del espíritu de gratuidad, mito fundador de
Internet. Su idea principal es: “lo mío es tuyo” (1), o sea compartir
en vez de poseer. Y el concepto básico es el trueque.
Se trata de conectar, por vía digital, a
gente que busca “algo” con gente que lo ofrece. Las empresas más
conocidas de ese sector son: Netflix, Uber, Airbnb, Blabacar, etc.
Treinta años después de la expansión masiva de la Web, los hábitos de
consumo han cambiado. Se impone la idea de que la opción más inteligente
hoy es usar algo en común, y no forzosamente comprarlo. Eso significa
ir abandonando poco a poco una economía basada en la sumisión de los
consumidores y en el antagonismo o la competición entre los productores,
y pasar a una economía que estimula la colaboración y el intercambio
entre los usuarios de un bien o de un servicio. Todo esto plantea una
verdadera revolución en el seno del capitalismo que está operando, ante
nuestros ojos, una nueva mutación.
Imaginemos que, un domingo, usted decide
realizar un trabajo casero de reparación. Debe perforar varios agujeros
en una pared. Y resulta que no posee un taladrador. ¿Salir a comprar uno
un día festivo? Complicado… ¿Qué hacer? Lo que usted ignora es que, a
escasos metros de su casa, viven varias personas dispuestas a ayudarle.
No saberlo es como si no existieran. Entonces, ¿por qué no disponer de
una plataforma digital que le informe de ello… que le diga que ahí, muy
cerca, vive un vecino dispuesto a asistirlo y, al vecino, que una
persona necesita su ayuda y que está dispuesta a pagar algo por esa
ayuda? (2).
Tal es la base de la economía
colaborativa y del consumo colaborativo. Usted se ahorra la compra de un
taladrador que quizás no vuelva a usar jamás y el vecino se gana unos
euros que le ayudan a terminar el mes. Gana también el planeta porque no
hará falta fabricar (con lo que eso conlleva de contaminación del medio
ambiente) tantas herramientas individuales que apenas usamos, cuando
podemos compartirlas. En Estados Unidos, por ejemplo, hay unos 80
millones de taladradores cuyo uso medio, en toda la vida de la
herramienta, es de apenas 13 minutos… Se reduce el consumismo. Se crea
un entorno más sostenible. Y se evita un despilfarro porque, lo que de
verdad necesitamos, es el agujero, no el taladrador…
En un movimiento irresistible, miles de
plataformas digitales de intercambio de productos y servicios se están
expandiendo a toda velocidad (3). La cantidad de bienes y servicios que
pueden imaginarse mediante plataformas online, ya sean de pago o
gratuitas (como Wikipedia), es literalmente infinita. Solo en España hay
más de cuatrocientas plataformas que operan en diferentes categorías
(4). Y el 53% de los españoles declaran estar dispuestos a compartir o
alquilar bienes en un contexto de consumo colaborativo.
A nivel planetario, la economía
colaborativa crece actualmente entre el 15% y el 17% al año. Con algunos
ejemplos de crecimiento absolutamente espectaculares. Por ejemplo Uber,
la aplicación digital que conecta a pasajeros con conductores, en solo
cinco años de existencia ya vale 68.000 millones de dólares y opera en
132 países. Por su parte, Airbnb, la plataforma online de
alojamientos para particulares surgida en 2008 y que ya ha encontrado
cama a más 40 millones de viajeros, vale hoy en Bolsa (sin ser
propietaria de ni una sola habitación) más de 30.000 millones de dólares
(5).
El éxito de estos modelos de economía
colaborativa plantea un desafío abierto a las empresas tradicionales. En
Europa, Uber y Airbnb han chocado de frente contra el mundo del taxi y
de la hostelería respectivamente, que les acusan de competencia desleal.
Pero nada podrá parar un cambio que, en gran medida, es la consecuencia
de la crisis del 2008 y del empobrecimiento general de la sociedad. Es
un camino sin retorno. Ahora la gente desea consumir a menor precio, y
también disponer de otras fuentes de ingresos inconcebibles antes de
Internet. Con el consumo colaborativo crece, asimismo, el sentimiento de
ser menos pasivo, más dueño del juego. Y la posibilidad de la
reversibilidad, de la alternancia de funciones, poder pasar de
consumidor a vendedor o alquilador, y viceversa. Lo que algunos llaman
“prosumidor”, una síntesis de productor y consumidor (6).
Otro rasgo fundamental que está cambiando
–y que fue nada menos que la base de la sociedad de consumo–, es el
sentido de la propiedad, el deseo de posesión. Adquirir, comprar, tener,
poseer eran los verbos que mejor traducían la ambición esencial de una
época en la que el tener definía al ser. Acumular “cosas” (7)
(viviendas, coches, neveras, televisores, muebles, ropa, relojes,
cuadros, teléfonos, etc.) constituía la principal razón de la
existencia. Parecía que, desde el alba de los tiempos, el sentido
materialista de posesión era inherente al ser humano. Recordemos que
George W. Bush ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos, en
2004, prometiendo una “sociedad de propietarios” y repitiendo: “Cuantos
más propietarios haya en nuestro país, más vitalidad económica habrá en
nuestro país”.
Se equivocó doblemente. Primero porque la
crisis del 2008 destrozó esa idea que había empujado a las familias a
ser propietarias, y a los bancos –embriagados por la especulación
inmobiliaria–, a prestar (las célebres subprimes) sin la mínima
precaución. Así estalló todo. Quebraron los bancos hipotecarios y hasta
el propio Lehman Brothers, uno de los establecimientos financieros
aparentemente más sólidos del mundo… Y segundo, porque, discretamente,
nuevos actores nacidos de Internet empezaron a dinamitar el orden
económico establecido. Por ejemplo: Napster, una plataforma para
compartir música que iba a provocar, en muy poco tiempo, el derrumbe de
toda la industria musical y la quiebra de los megagrupos multinacionales
que dominaban el sector. E igual iba a pasar con la prensa, los
operadores turísticos, el sector hotelero, el mundo del libro y la
edición, la venta por correspondencia, el cine, la industria del motor,
el mundo financiero y hasta la enseñanza universitaria con el auge de
los MOOC (Masive Open Online Courses o cursosonline gratuitos) (8).
En un momento como el actual, de fuerte
desconfianza hacia el modelo neoliberal y hacia las elites políticas,
financieras y bancarias, la economía colaborativa aporta además
respuestas a los ciudadanos en busca de sentido y de ética responsable.
Exalta valores de ayuda mutua y ganas de compartir. Criterios todos que,
en otros momentos, fueron argamasa de utopías comunitarias y de
idealismos socialistas. Pero que son hoy –que nadie se equivoque– el
nuevo rostro de un capitalismo mutante deseoso de alejarse del
salvajismo despiadado de su reciente periodo ultraliberal.
En este amanecer de la economía
colaborativa, las perspectivas de éxito son inauditas porque, en muchos
casos, ya no se necesitan las indispensables palancas del aporte de
capital inicial y de búsqueda de inversores. Hemos visto cómo Airbnb,
por ejemplo, gana una millonada a partir de alojamientos que ni siquiera
son de su propiedad.
En cuanto al empleo, en una sociedad
caracterizada por la precariedad y el trabajo basura, cada ciudadano
puede ahora, utilizando su ordenador o simplemente su teléfono
inteligente, proveer bienes y servicios sin depender de un empleador. Su
función sería –además de compartir, intercambiar, alquilar, prestar o
regalar– la de un intermediario. Cosa nada nueva en la economía: ha
existido desde el inicio del capitalismo. La diferencia reside ahora en
la tremenda eficiencia con la que –mediante poderosos algoritmos que,
casi instantáneamente, calculan ofertas, demandas, flujos y volúmenes–,
las nuevas tecnologías analizan y definen los ciclos de oferta-demanda.
Por otra parte, en un contexto en el que
el cambio climático se ha convertido en la amenaza principal para la
supervivencia de la humanidad, los ciudadanos no desconocen los peligros
ecológicos inherentes al modelo de hiperproducción y de hiperconsumo
globalizado. Ahí también, la economía colaborativa ofrece soluciones
menos agresivas para el planeta.
¿Podrá cambiar el mundo? ¿Puede
transformar el capitalismo? Muchos indicios nos conducen a pensar, junto
con el ensayista estadounidense Jeremy Rifkin (9), que estamos
asistiendo al ocaso de la 2ª revolución industrial, basada en el uso
masivo de energías fósiles y en unas telecomunicaciones centralizadas. Y
vemos la emergencia de una economía colaborativa que obliga, como ya
dijimos, al sistema capitalista a mutar. Por el momento coexisten las
dos ramas: una economía de mercado depredadora dominada por un sistema
financiero brutal, y una economía del compartir, basada en las
interacciones entre las personas y en el intercambio de bienes y
servicios casi gratuitos… Aunque la dinámica está decididamente a favor
de esta última.
Quedan muchas tareas pendientes:
garantizar y mejorar los derechos de los e-trabajadores; regular el pago
de tasas e impuestos de las nuevas plataformas; evitar la expansión de
la economía sumergida… Pero el avance de esta nueva economía y la
explosión de un nuevo modo de consumir parecen imparables. En todo caso,
revelan el anhelo de una sociedad exasperada por los estragos del
capitalismo salvaje. Y que aspira de nuevo, como lo reclamaba el poeta
Rimbaud, a cambiar la vida.
Notas
(1) Léase Rachel Botsman y Roo Rogers: What’s Mine is Yours: The Rise of Collaborative Consumption, Harper Collins, Nueva York, 2010.
(2) En España, existen varias plataformas dedicadas a eso, por ejemplo: Etruekko (http://etruekko.com/) y Alkiloo (http://www.alkiloo.com/).
(3) Consúltese: http://www.consumocolaborativo.com
(4) El diario online El Referente, en su edición del 25 de octubre de 2015, ha recogido las principales start-ups dedicadas a los viajes, la cultura y el ocio, la alimentación, el transporte y el parking, la mensajería, las redes profesionales, el intercambio y alquiler de productos y servicios, los gastos compartidos, los bancos de tiempo, la tecnología e Internet, la financiación alternativa y fintech, la moda, los deportes, la educación, la infancia, el alquiler de espacios, los pisos compartidos y otras plataformas de interés.http://www.elreferente.es/tecnologicos/directorio-plataformas-economia-colaborativa-espana-28955
(5) Airbnb ya vale más que Hilton, el primer grupo de hostelería del mundo. Y más que la suma de los dos otros grandes grupos mundiales Hyatt y Marriot. Con dos millones de alojamientos en 191 países, Airbnb se coloca por delante de todos sus competidores en capacidad de alojamiento a escala planetaria. Airbnb cobra el 3% del precio de la transacción al propietario y entre el 6% y el 12% al inquilino.
(6) El concepto de prosumidor aparece por vez primera en el ensayo de Alvin Toffler,La Tercera Ola (Plaza&Janés, Barcelona, 1980), que define como tal a las personas que son, al mismo tiempo, productores y consumidores.
(7) Las Cosas (Les Choses, 1965) es una novela del autor francés Georges Perec. La primera edición en español (trad. de Jesús López Pacheco), fue publicada en 1967 por Seix Barral. En 1992, Anagrama la reeditó con la traducción de Josep Escué. Es una crítica de la sociedad de consumo y de la trivialidad de los deseos fomentados por la publicidad.
(8) Desde hace dos años, unos seis millones de estudiantes se han puesto a seguir gratuitamente cursos online, difundidos por las mejores universidades del mundo.http://aretio.hypotheses.org/1694
(9) Jeremy Rifkin, La sociedad de coste marginal cero: El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo, Paidós, Madrid, 2014.
(Tomado de Le Monde Diplomatique
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