GABRIELA DEL MAR RAMÍREZ
Todavía está fresca en la memoria política del país el rechazo a lo que fue la decisión del Tribunal Supremo de Justicia de declarar los incidentes del 11, 12 y 13 de abril del año 2002 como un “vacío de poder”.
Pocas horas después, manifestaciones populares fueron repelidas y neutralizadas por la Guardia Nacional, aun cuando el propio Presidente de la República expresó de manera vehemente su condena a la sentencia (sin negarse a acatarla). El fallo de la casa de la justicia quedó como una expresión histórica de una decisión que siendo “legal” no contó con la legitimidad del favor popular. Esta escena contrasta con la que miramos hoy cuando vocerías interesadas intentan promover de manera artificial rechazo a una decisión irrecusable por dos razones; la primera –que es obvia– por el rol interpretativo del cual goza en nuestra Carta Magna la Sala Constitucional, y la segunda, que a mi juicio es palmaria, la decisión del pueblo venezolano de dotarse como conductor de sus destinos al proyecto bolivariano encabezado por el presidente Chávez acompañado de todo su equipo de gobierno. La presbicia política de dirigentes que intentan controvertir el contenido del artículo 231 de la Constitución, buscándole fisuras por donde filtrar la voluntad popular, sólo los aleja del favor general. En su empeño desdicen de la institucionalidad venezolana, no miran la fotografía del 7 de octubre, ignoran las manifestaciones internacionales de apoyo de pueblos hermanos y sus gobiernos y fustigan a los organismos internacionales que se niegan a declararse cómplices de sus bochornosas intenciones, pero quizá lo más insólito y triste es que no comprenden la expectación general con la cual el pueblo ora y espera la recuperación total del Presidente. Algunos recordarán la historia “El traje nuevo del emperador”, que trataba de un vanidoso rey que compró a unos pícaros unas telas tan finas para un traje nuevo que los ojos comunes “no podían apreciarlas”. No queriendo parecer ignorante ante los cultos vendedores, fingió que podía verlas y ordenó que le confeccionaran un traje. Paseando por la calle para lucir la prenda, sólo un pequeño niño se atrevió a gritar entre la multitud:
“¡Mamá... el rey va desnudo!”. Este cuento me hace pensar en quienes tratan de ataviarse como aventajados constitucionalistas con un tejido tan fino que el pueblo los percibe desnudos.
Defensora del Pueblo
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