Por: Annerys Carolina Gómez / Fuente: http://www.sociologando.org.ve
El fenómeno social de la llamada "tiranía de la belleza" resulta un asunto complejo, debido a la multiplicidad de factores que entran en juego al momento de esta manifestarse, pero creemos necesario reflexionar acerca del mismo a fin de apuntar a lo que la escritora dominicana Denise Paiewonsky ha denominado "el empoderamiento de la esfera personal femenina". En este sentido, la problemática socio-ideológica relacionada con la "belleza hegemónica" y el mantenimiento - preservación de la "eterna juventud", ha arrastrado consigo a numerosas mujeres y niñas a un mundo de malestares psicológicos y emocionales; un mundo lleno de angustias, obsesiones, apasionados esfuerzos y consecuentes gastos de energía en pro de la consecución de ese ideal irrealista de apariencia que nos vende el sistema patriarcal, llegando incluso al extremo de la muerte en algunos casos cuya cifra real aún no ha sido suficientemente cuantificada.
Trataremos de abarcar asimismo la construcción social de la feminidad hegemónica en términos de la objetificación de las mujeres y cómo ésta influye en sus ámbitos relacionales cotidianos, alterando los modos de interacción con los demás géneros y con su mismo género, llevándolas a tomar decisiones y esquemas comportamentales que las agreden a ellas mismas en el ámbito emocional, económico, físico, etc.
Hablar de ello supone reflexionar acerca del trasfondo ideológico que sostiene, estimula y potencia un fenómeno de este tipo y alcance, es decir, sobre cómo el mantenimiento y reproducción de un discurso ideológico específico termina siendo funcional al sistema patriarcal y capitalista que predomina en la mayor parte del mundo, y que, en la medida que privilegia a ciertos sectores detentadores del poder, seguirá siendo reproducido y solidificado mediante la ayuda de las grandes corporaciones en estrecha conjunción con lo que se conoce como los mass-media.
Finalmente presentamos como indispensable y necesaria la referencia a las posibles vías de solución de cara a una progresiva superación y transformación del fenómeno, por lo que haremos mención a algunas estrategias socio-psico-políticas que pudieran tenerse en cuenta -y de hecho se ha logrado en algunos países- para dicho tratamiento.
Comenzaremos nuestro análisis disertando sobre la construcción social de la feminidad. En el sistema patriarcal que viven y han vivido nuestras sociedades, el "cuerpo de la mujer" se plantea como un espacio fundamental de cosificación y control externo, es decir, en un espacio primordial de opresión de género: ha sido considerado y valorado en la medida que se asume y se expresa a través de una dedicación casi exclusiva a "los otros", es decir, a todo lo que no es ella misma. Retomando los planteamientos de la escritora y antropóloga mexicana Marcela Lagarde1, en la cultura patriarcal -que varía su intensidad según el sector social del que hablemos- somos y hemos sido siempre consideradas cuerpo erótico para el placer de otros, cuerpo estético para el goce de otros, cuerpo nutricio para la vida de otros, cuerpo procreador para la vida de otros, y en este sentido, a lo interno del patriarcado somos reconocidas y valoradas sólo en la medida que nos dedicamos a esos tantos otros (sean éstos reales, e incluso imaginarios).
En un contexto social en el que sucede lo anteriormente mencionado, nos miramos a nosotras mismas a través de los ojos de los -y las- demás: Nos miramos al espejo "como un objeto", nos observamos cosificadas. Nos encontramos viviendo en un mundo en el que difícilmente somos valoradas "más allá" de nuestra apariencia física, en un mundo en el que se ha distorsionado la imagen corporal y se ha colocado nuestro cuerpo como único instrumento de poder -si es que así puede llamarse-, como nada más que un instrumento de seducción, nada más que un objeto sexual.
Siguiendo a Lagarde, es en el cuerpo de las mujeres en donde reside el núcleo de sus poderes y de su valoración social y cultural. De modo que desde una moral y estética hegemónicas (en tanto mandato patriarcal) este cuerpo debe permanecer joven y esbelto la mayor cantidad de tiempo que sea posible, a través de la utilización de prácticamente cualquier medio, siendo así rediseñado -de moda en moda- para ajustarse al patrón del modelo estético que esté vigente para el momento.
En nuestra sociedad actual, este esfuerzo por la imitación de ese "ideal" negador de nuestra diversidad y cualidades personales, nos evoca aquella idea de Nicolás Maquiavelo: "El fin justifica los medios"; así, la persecución de este difícil e ilusorio objetivo lleva de la mano a que innumerables mujeres transiten por el camino frustrante y amargo de compararse a sí mismas con esas figuras minoritarias que aparecen en revistas, programas de televisión, reality shows, las cuales son alabadas y aduladas por tantos varones machistas. Esta problemática nos conduce inevitablemente a realizarnos varias interrogantes: ¿qué es lo que provoca esta situación?, ¿qué es lo que motiva a tantas mujeres a atentar en contra de sí mismas en la persecución de algo prácticamente inalcanzable?, ¿acaso ninguna mujer nota el daño que produce en ella misma y su contexto social?, ¿existirá entonces "algo" que invisibilice los daños y agresiones?, ¿algo que los trivialice?, ¿habrá un conjunto de intereses "de por medio" en todo este juego de "ser bellas, atractivas y valiosas" -sexualmente hablando?.
Para intentar responder tales consideraciones, enfocaremos nuestro análisis en la crítica de dos perspectivas ideológicas: una sustentada en el sistema androcéntrico propiamente dicho, y otra ubicada en el contexto de la ideología liberal-capitalista.
Nuestra primera hipótesis emerge desde el ámbito socio-cultural del androcentrismo; pensamos que estas prácticas están sustentadas en lo que se conoce como la "ideología del amor". Se nos ha enseñado desde que somos niñas que el amor "no existe para las mujeres feas", o es muy difícil de conseguir. Los cuentos de hadas que se nos leen desde pequeñas, las películas de princesas que tanto nos alegraban, están todas plagadas con este discurso, que de modo general es siempre: la "princesa rosa", bella, joven y dulce, que por sus mismos atributos físicos conquista a un "príncipe azul" que la salva del horrible dragón o de la malvada madrastra, consiguiendo así vivir juntos y felices para siempre.
En consecuencia, el amor ideológicamente se convierte en el objetivo primordial de toda mujer. Su soporte ideológico patriarcal probablemente ha sido que tal meta -prevista como "destino"- ha sido manipulada históricamente por las clases dominantes para la consecución de sus indolentes fines y el mantenimiento en el poder de las mismas.
Se nos ha enseñado, de igual modo, que la soledad "es mala" y "debe evitarse a toda costa": se nos hace creer que somos seres incompletas que vagamos por la vida buscando nuestra "media naranja", ese ser que nos complementa y nos llena ese vacío identitario que nos han creado e impuesto. Existe un deseo y anhelo de salir de nuestro "aislamiento" mediante el encuentro de otro ser humano, es una necesidad -creada- de compartir el resto de nuestras vidas con él/ella. Se nos ha formado genéricamente, como mujeres, profundamente dependientas de los otros, y se ha estigmatizado temiblemente a la soledad llenándola de aspectos y valoraciones de carácter negativo. Esto es fácilmente visible en frases cotidianas como: "¿necesitas compañía?"; "¿qué te pasa?, ¿estás triste?" -por estar sola-; "¡te vas a quedar sola! y pobre de tí si te pasa...", o en refranes, dichos y frases como "Cuando estamos solas estamos siempre en mala compañía", "la soledad es triste y fría", "la soledad aparece cuando necesitas a alguien en los peores momentos, y los peores momentos aparecen cuando estás sola", etc. Como vemos, hay presente una estigmatización de la soledad, concibiéndose como una especie de vacío tortuoso, "lo que resta" cuando algo o alguien "ya no está".
Esto afecta particularmente a muchas mujeres machistas, pues en un sistema patriarcal en el que percibimos -o nos imponen- al Hombre como superior a nosotras, en un orden social en el que nos sentimos -o nos hacen sentir- inferiores, el significado de ser "encontrada" o "escogida" por uno de ellos es realmente alentador, y cuando no lo logramos, somos cruelmente condenadas, y la sociedad nos cataloga de "solteronas", "feas", "amargadas" o "incapaces". En tal sentido, la feminista Hanna Olsson (1983)2, destaca el factor de la idealización que realizamos las mujeres en las relaciones amorosas, y plantea que el grado de idealización que hagamos de "nuestra pareja" depende del nivel de autoestima que tengamos como personas.
La importancia del "Hombre" para las mujeres dentro de un sistema social así estructurado es entonces crucial: él la convierte en "alguien", le otorga un "estatus", le da un "valor". Esta glorificación del Hombre -nos dice Olsson- además de llevar a la mujer a percibirse como inferior y subordinada frente al varón, también la ciega frente a aspectos de la personalidad del mismo que luego puedan ser destructivos para ella y su relación. En sus palabras: "La esperanza de recibir amor, de ser amada, es tan intensa, que las fantasías encubren la realidad"3.
Todo esto está siendo mencionado para llegar a una conclusión sencilla: "El consentimiento en someterse y renunciar a una misma se convierte en una prueba de amor"(Olsson)4. En ésta las mujeres actúan en base a "Lo que él quiere que yo quiera y cómo él quiere que yo sea" y dentro de estas demandas, evidentemente, se encuentra la demanda de la apariencia.
Muchos varones machistas, en su ejercicio del poder de trascendencia, cosifican a las mujeres, las reducen a un vulgar "pedazo de carne" que es valorado por su atractivo sexual y es explotado en este mismo sentido. Correspondientemente, muchas mujeres machistas en su ejercicio de inmanencia y dependencia actúan mostrándose cosificadas, satisfaciendo las necesidades y demandas por parte de aquellos varones voyeuristas, misóginos, ególatras y megalómanos que las reducen a un veredicto: "Es bella", o, "Está buenísima".
Entonces creemos que la mujer machista, en este sentido, realiza estas prácticas de negación de sí misma -y sus formas propias- en función de la dependencia y apego que (sutilmente o no) se le ha impuesto hacia la figura en particular del varón. Éste apego interpersonal está motivado a varios factores ligados a la condición de género, entre los que podemos mencionar: la fuerza, seguridad y protección que presuntamente le brinda el varón; a la estabilidad y la permanencia confrontada al miedo al abandono o la carencia del ser querido; el miedo a sufrir el desamor y la baja autoestima producida por la carencia afectiva; la adulación, idolatría y admiración al varón machista basada en el miedo a la desaprobación y desprecio por parte del mismo; etc.
Ésta dependencia, por otra parte, genera un patrón específico de relaciones intergenéricas e intragenéricas. A nivel intergenérico existe una creencia de superioridad del varón, provocando que la mujer machista se muestre sumisa y pasiva ante sus deseos; y a nivel intragenérico, se estimulan relaciones de competencia y rivalidad entre las féminas con el fin de conseguir el reconocimiento de un varón determinado, que dentro de este sistema patriarcal será preferiblemente uno asimismo apuesto, exitoso y -casi exclusivamente- machista.
Ahora bien, aproximándonos someramente a aquellos aspectos correspondientes a las motivaciones enraizadas en la ideología liberal capitalista, haremos el análisis y reflexión acerca de los intereses corporativos y de clase contenidos en la macro-industria de la belleza. Para ello, tomaremos como base la manifestación del "estereotipo hegemónico de belleza", que es de carácter primordialmente Occidental.
En nuestra sociedad actual, los rasgos resaltados como "perfectos" o "bellos" son los que corresponden a la morfología básicamente europea y norteamericana. Así, son consideradas como bellas las caras delgadas, con facciones delicadas; narices pequeñas o respingadas; bocas sutiles y un tanto abultadas; ojos claros, grandes y almendrados; cabellos lacios, melenas rubias; senos prominentes; cuerpos esqueléticamente delgados; caderas anchas en relación al torso; piernas delgadas; cutis y pieles suaves, sin acné, sin celulitis, sin acumulaciones de grasa corporal, sin varices, sin arrugas, etc.
En este sentido, mediante la construcción de un único patrón estético -o con muy pocas variaciones- se dejan por fuera innumerables estilos y tipos de físico que no son considerados "igualmente" bellos. Las narices grandes y prominentes son consideradas "grotescas", los cabellos ondulados y rizados son considerados "vulgares", los ojos de color marrón "no llaman particularmente la atención", los ojos achinados o asiáticos son considerados "poco atractivos", los senos pequeños son considerados "disfuncionales", los cuerpos obesos son "repugnantes y no merecedores de deseo", las pieles negras son simplemente "desagradables", etc. Todo esto genera una negación de la propia etnia y cultura , una denegación de la naturaleza propia, un sometimiento de nuestra esencia, una negación de nuestra propia realidad, sobre todo teniendo en cuenta que es mínimo el porcentaje de mujeres que posee aquel otro estereotipo físico hegemónico.
Detrás de toda esta ideología misógina, androcéntrica y patriarcal existen un importante -e impresionante- número de empresas capitalistas que se lucran a partir de estas distorsiones provocadas en la imagen corporal. El proceso biológico de la vejez es clara y cruelmente estigmatizado, provocando una obsesión en nuestras mujeres a evadir el paso del tiempo -que resulta tan natural-. Así, las arrugas son nuestras enemigas, las várices son antiestéticas, las caderas, brazos y abdómenes gruesos son rechazados, y de este modo se produce una frustración generalizada en nuestras mujeres cuando creen en las falsedades y mitos que sostiene toda esta industria comercial -que restringe y mercantiliza la juventud y la belleza-.
Irónicamente, nadie nos obliga a agredirnos como personas y mujeres que somos (al menos, no de modo explícitamente coercitivo), pero toda la que se resiste a la fuerte presión social de "no ser fea", es rechazada y limitada de muchas formas en la consecución de sus diferentes logros: laborales, de salud, políticos, morales, intelectuales, afectivos, etc.
Al respecto, nos dice la escritora Denise Paiewonsky que esta cultura occidental trivializa todo este aparataje corporativo, reduciéndolo a la simple -e individualista- "coquetería femenina": así escuchamos por todas partes clisés del tipo "bueno, una es mujer y hay que verse bonita", "yo me puse tetas porque yo quise, y así me siento mejor... más femenina", o "¿cómo voy a salir tan tapada? ¡Lo que no se exhibe no se vende!", etc. De esta manera se unen toda una red de sectores sociales que estimulan el discurso individualista del "vernos bellas" con la finalidad de procurar el logro de sus metas comerciales, sin importar las encubiertas y ulteriores consecuencias que para sus "clientas" tienen dichos discursos sociales. Para la autora -y nos mostramos en acuerdo con ella- es ésta trivialización la que conlleva a la falta de controles sobre toda esta red de megacorporaciones globales, la cual se sustenta sobre la base de gran variedad y cantidad de mentiras, hipocresías y falsedades.
Y es que no existe hasta ahora ninguna crema que desaparezca la celulitis; no existe ninguna dieta que tenga un 100% de éxito -contando que son en su mayoría agresiones radicales al comportamiento nutritivo saludable de cualquier persona-; no existe ningún ungüento antiarrugas que las desaparezca y mucho menos que logre revertir el proceso de envejecimiento; no existe aparato de ejercicios que en un mes te haga perder 20 kg.; en fin, es frustrante gastar prácticamente todo nuestro salario -además muy escaso- en este tipo de "promesas que nunca se consolidan", logrando únicamente el descenso de nuestra autoestima, nuestra posterior infravaloración, y el aumento acrítico del consumismo y despilfarro económico: en otras palabras, nuestra dependencia.
Este modelo distorsionado y apartado de nuestras realidades, el cual nos imponen las industrias cosméticas, quirúrgicas y mediáticas, genera todo un esquema de comportamientos autodestructivos que van desde las formas más sutiles hasta las más extremas: nos lleva a la automutilación, a quitarnos grasas mediante liposucciones -que son siempre transitorias-, a reducir o aumentar nuestros senos mediante intervenciones que pueden tener innumerables consecuencias negativas para nuestros cuerpos; nos lleva hacia un profundo endorracismo y desprecio por nuestras propias morfologías corporales ancestrales; etc.
Es evidente que toda esta situación no se manifiesta de igual modo para la gran mayoría de los hombres: a ellos se les juzga y valora en base a sus hechos y logros -que dependen de ellos mismos-; a nosotras se nos sigue valorando por nuestra apariencia; de modo que nuestra valoración nos es "externa", no depende de nosotras mismas, y por ello, conlleva a la pérdida de nuestra autonomía, de nuestro control y de nuestra seguridad: La trampa está echada: nos valoramos a nosotras mismas en función de una valoración externa que en gran medida depende de cuánto nos aproximamos a un ideal de belleza irrealista, inhumano, y en la mayoría de los casos inalcanzable.
El resultado es catastrófico para nuestra autoestima -y por tanto para nuestro empoderamiento personal- pero inmejorable para la industria de belleza que se alimenta de nuestras inseguridades en cuanto a la apariencia y crece a costa de agravarlas. (Paiewonsky 1999). [negritas mías]
Toda ésta problemática resulta alarmante, y más aún las cifras y estadísticas que dan muestra del crecimiento de este tipo de -lo que en nuestra opinión consideramos- "atentados a la estética". Es de seguro conocido, por cada una/o de nosotras/os, aquellas consecuencias fatales producto de estas prácticas: se conocen casos de rotura de los implantes mamarios y envenenamiento por absorción de la silicona; casos de contracciones capsulares; infecciones de las heridas provocadas por las mutilaciones; pérdida de sensibilidad en las diferentes áreas del cuerpo; malas cicatrizaciones y formación de queloides; rechazo de las prótesis mamarias; embolias mortales; los numerosos efectos secundarios provocados por los tratamientos adelgazantes; los innumerables casos de anorexia nerviosa y bulimia presentados en adolescentes y mujeres maduras... y toda una gran serie de fatalidades fomentadas por esta industria.
Es ésta situación la que nos lleva a pensar en una solución de manera urgente. No podemos quedarnos de "brazos cruzados" ante un sistema patriarcal que, además de subordinar a las mujeres, les ocasionan daños piso-psiquiátricos que pueden conducirlas incluso a la muerte. Aunque el sólo hecho de plantearnos esta reflexión es de gran ayuda, se necesita mucho más que eso para lograr combatir esta tragedia.
Como parte de las soluciones, rescatamos algunas propuestas hechas por D. Paiewonsky, quien plantea el promover en todos los niveles un abordaje de la belleza desde un análisis político-feminista del cuerpo como ente fundamental de opresión para las mujeres, colocando en la palestra de "lo colectivo" los problemas de autoestima que sufre un gran porcentaje de la población femenina de todas partes del mundo; la demanda de controles y regulaciones apropiadas para protegernos frente a todos estos peligros.
En este sentido, se ha de luchar contra los abusos y excesos de esta industria en dos direcciones: la referida a los riesgos para la salud integral, y la referente a nuestro rol de consumidoras de servicios promocionados sobre la base de mentiras; darle prioridad teórica a la reconceptualización -o diríamos deconstrucción- de la belleza también desde una visión integral, que prime los aspectos de la salud y que admita las diversidades de formas, etnias, "razas" y edades.
Igualmente, rescatando a Carmen M. Guzmán, se propone la creación de un código legal que proteja a las mujeres padecientes de los daños ocasionados por mala praxis médica; obligar a los cirujanos estéticos a que se basen en información veraz y completa acerca de las complicaciones y riesgos de estos procedimientos; que se enfaticen en los procesos de crianza de niñas y adolescentas los valores de fortaleza interna, de valores humanitarios e intelectuales, y no aquellos que den primacía únicamente a la belleza física; etc. También la exigencia al respeto de las morfologías naturales por parte de los diseñadores de moda; la restricción de publicidades con modelos que inciten a la delgadez extrema; campañas de prevención contra los peligros derivados de ciertos regímenes de adelgazamiento, etc5.
En otro sentido, y más en el área de nuestra particularidad personal y genérica, hemos de luchar por forjar nuestra independencia y autonomía, amarnos por lo que somos como seres humanas/os, como personas, amar nuestros cuerpos reconociéndolos como propios, y resistirnos a ese modelo desproporcionado y desvirtuado que niega nuestra realidad y produce nuestra frustración. Hemos de mirarnos al espejo y asumirnos como sujetas/os, como entes propias/os, con esencia propia, con valoraciones, emociones y deseos propios, y resistirnos a esa imposición de un estereotipo enfermizo y escuálido.
Podemos amarnos con nuestras arrugas, nuestras barrigas, nuestra celulitis, nuestros muslos prominentes -por difícil que sea resistirse a este sistema político/ideológico y a nuestro grupo de pares, particularmente varones que reproducen la ideología machista-.
Hemos de mostrarnos independientes de aquellos hombres machistas y patriarcales que busquen oprimirnos, que busquen controlarnos, evaluarnos, juzgarnos y manipularnos, que busquen hacernos daño, que busquen frustrarnos de manera constante. Podemos deslastrarnos de esos ideales burgueses de belleza, y más bien amar por la esencia humana y no por la efímera apariencia, y en consecuencia, deconstruir o desideologizar el amor tal cual nos lo venden a través de muchas industrias e instituciones sociales.
Ya se han tomado acciones al respecto: en este sentido podemos mencionar la creación del Body Image and Health Inc, una organización australiana sin fines de lucro que promueve la salud integral e impulsa un cambio social que permita a las mujeres y hombres sentirse a gusto con sus cuerpos, mediante la realización de talleres, seminarios, producción de materiales educativos, etc.
También podemos mencionar la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia (ALUBA), organización no gubernamental argentina que se reconoce como líder en el campo de las patologías alimentarias en ese país y en el exterior. Así mismo damos reconocimiento a las mujeres que se han deshecho -o que tratamos de deshacernos- de estas imposiciones, evitando caer en obsesiones y acomplejamientos patriarcales en cuanto al cuidado de nuestros cuerpos, así como a todas aquellas personas que de alguna u otra manera están interesadas en accionar -o accionan- en pro de esta lucha por la reivindicación de la valoración humana, integral y emancipatoria de nuestras mujeres.
En todas éstas alternativas enfocamos nuestras esperanzas de que este sistema patriarcal pueda algún día cambiar, esperando a su vez que los varones en su conjunto -tras una honesta autocrítica y compromiso cotidianos- se junten a nosotras en pro de la mutua emancipación humana, que posibilite aquí y ahora liberarnos del yugo capitalista patriarcal, sus representaciones, sus hábitos y sus vanos modelos éticos/estéticos.
Notas
* El presente artículo es una reconstrucción de un ensayo final presentado por la autora para la materia optativa electiva impartida por el docente Hector Gutierrez G., llamada "El fenómeno social del machismo: ideología, problemática, alternativas", del Departamento de Procesos Ideológicos, Culturales y Comunicacionales de la Escuela de Sociología, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela (Caracas, República Bolivariana de Venezuela) durante el segundo semestre del año 2008.
1 En su obra "Claves feministas para el poderío y la autonomía de las mujeres", ubicable en
2 En su texto "La mujer, el amor y el poder"
3 Olsson, 1983, p.80.
4 Op.cit, p. 82.
5 Siendo estas ideas expuestas asimismo por la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia.
Bibliografía
- Guzmán, Carmen M. (1999). Cirugías estéticas en Puerto Rico. Versión revisada de la ponencia realizada por la autora en el seminario "Industria de la belleza y la salud: A propósito de las Cirugías estéticas". Artículo impreso.
- Olsson, Hanna (1983). La mujer, el amor y el poder. Red Feminista Internacional contra la Esclavitud Sexual femenina. Informe del Taller feminista para la Organización contra el tráfico de mujeres. Rotterdam, Holanda.
- Paiewonsky, Denise (1999). La industria de la belleza y la salud de la mujer. Versión revisada de la ponencia realizada por la autora en el seminario "Industria de la belleza y la salud: A propósito de las Cirugías estéticas". Artículo impreso.
- Ring, Anne. Anti-edad en la era de las personas mayores. Extracto del artículo publicado originalmente en "Everybody", boletín de "Image and Health", vol 5.
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