jueves, 12 de julio de 2012

Así conocí a Chávez.



Era un 15 de diciembre del año 2011 cuando fui llamada para ser maestra de ceremonia en el Panteón Nacional en un acto donde se develaría el nuevo sarcófago de nuestro Libertador Simón Bolívar, ese mismo que fue realizado tal como lo soñó y describió Andrés Eloy Blanco “de oro de nuestra Guayana… Y de perlas de nuestro mar”. Recuerdo que cuando me llamaron le dije a la persona que me lo notificó “¿pero estás segura que soy yo? Yo soy María Alejandra Aguirre”, de verdad, no me lo creía.

Practicamos y practicamos, y volvimos a practicar. En menos de 24 horas repasé la historia de nuestra independencia, la vida y obra de gran parte de los personajes honrados y sembrados en ese recinto, incluso recuerdo haber reclamado la poca representación en el Panteón de las mujeres que también lucharon y dieron la vida por nuestra libertad.

Me maravillé cada segundo que mis ojos se topaban con los trabajos del maestro Tito Salas allí expuestos, como “Bolívar en el Chimborazo”, “La Santísima Trinidad”, “Unión, unión”, era como si cada una de esas pinceladas me lo dijeran todo. La magia me abrumó, y la noche antes del sábado 17 de diciembre, comencé a llorar embargada de una profunda pasión luego de revivir en mi mente esos episodios estudiados. No entendía como en un solo espacio podía caber tanta gloria.

Luego de un día entero de práctica, llegó el momento. Estaba muy nerviosa, había dormido apenas un par de horas, y eso porque el cansancio me venció. Ser la maestra de ceremonia de semejante acontecimiento de nuestra historia patria definitivamente cambiaría también mi historia personal. Quería ser responsable, junto con el equipo que me acompañó, de que todo saliera perfecto.

Recuerdo algunos rostros que ese día fueron determinantes para hacer el momento aún más honroso, como la mirada cómplice de quien sin pronunciarme una palabra me hizo saber que todo saldría bien, era la mirada del camarada Carlos Escarrá, él estuvo muy cerca de mi ese día, como un roble. Cómo olvidar aquella mirada de quien un mes más tarde se despidió de este mundo para irse también con los grandes. Benedetti igualmente se hizo presente en la dulce voz de Antonieta Peña, mientras que la memoria de Alí Primera de igual forma tuvo su lugar en uno de sus retoños, Sandino.

Todo el gabinete ministerial, el alto mando militar, el pueblo, mujeres y hombres ya estaban listos para la ceremonia cuando de pronto me invadió el valor, el orgullo y el honor. Se fueron los nervios y la hora llegó. “Damos inicio al centésimo octogésimo primer aniversario de la muerte de nuestro Libertador y Padre de la Patria, Simón Bolívar”, dije mientras hacía su entrada al Panteón, fulminante de vida y entusiasmo el mismísimo Comandante Presidente, Hugo Chávez.

Daba sucesión al acto tal y como estaba previsto, mientras mi corazón en vez de latir, aplaudía. En cadena nacional era transmitido en fecha patria el acto en el que se daba a conocer el nuevo féretro del Libertador mientras cientos de miles de venezolanos, venezolanas y bolivarianos recordaban la vida de este magnánimo ser que nos dio la libertad.

Comenzado el acto, leía aquellas palabras emitidas por Andres Eloy Blanco en las que abogaba por un féretro digno del Libertador. “Nosotros esperamos que la República algún día tome algunas medidas acerca de este asunto... Esa urna no debe ser de plomo; esa urna debe ser de cristal y de oro...”, y fue así como entre laureles, diamantes y perlas observamos donde comenzaban a retozar los restos de nuestro Padre Bolívar. El honor nos embargaba, aquellos ojos profundos de Chávez decían tanto o más que el discurso que más tarde ofreció.

Otra batalla más librada por El Libertador, me decía para mis adentros, ese hombre que después de sus 47 años de vida y sus 181 de siembra estremece nuestras almas y nos recuerda que sus luchas son también nuestras y tienen que seguir siendo libradas.

Cuando el presidente se acercó, con tamaña ternura, a detallar el nuevo féretro del Libertador, me hizo un gesto para que yo me acercara también, miré a los lados para estar segura de que su llamado era conmigo, y sí, lo era. Me le acerqué levitando, pues no recuerdo haber sentido mis piernas en medio de tanta emoción. Fue así como entre los laureles de gloria, las perlas de nuestro mar, los diamantes del Caroní y el vibrante espíritu del Padre Bolívar estreché por vez primera la mano del Comandante de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez.

La trascendencia que ese momento tuvo no podía guardarla sola para mi, por eso la comparto. Estuvimos, en un instante; Bolívar y su siembra de Libertad, Chávez con su inquebrantable voluntad por emancipar la conciencia de los pueblos y esta humilde periodista. Fue mucho para un solo espacio en tan eternos segundos.

Desde entonces, el compromiso de esta soldada se fortaleció y no claudica, el mensaje de Dios, la providencia y el destino es claro, como aquel juramento de Bolívar en el Monte Sacro: Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por la patria que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma hasta que no haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder...

¡Bolívar, VIVE! Y por siempre VIVIRÁ.

Marialeaguirre.blogspot.com


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