Gabriela Del Mar Ramírez
El asoleado junio es una sombra en la memoria colectiva de los derechos humanos de nuestro país. Despuntaba el mes con la verdad nuevamente herida en la prensa nacional bajo el titular Cuatro muertos del grupo “Punto Cero” al batirse a tiros con la policía.
El día anterior, el 2 de junio de 1972, Ramón Antonio Álvarez y Luis Eduardo Colls sucumbieron ante el fuego inclemente de la metralla en la plaza Madariaga de El Paraíso. Las primeras fotografías mostraron que no portaban armas. Las posteriores, extrañamente, sí las registraban. El día siguiente, un comando de la Disip bajo las órdenes de su jefe de operaciones, Luis Posada Carriles, desplegaba un operativo en La Victoria, cercando una humilde vivienda en donde se encontraban las parejas de los difuntos Álvarez y Colls: las jóvenes Brenda, embarazada de 8 meses, y Marlene, con su pequeña de 23 días en brazos.
Acaso habrá sido la solidaridad la que llevó a Luis Eduardo Cool González, Francisco Hernández Cruz, José Elías Sánchez y Francisco Acosta García a una emboscada segura. Ese día acudieron a brindarle una palabra de aliento a las hermanas cuando fueron sorprendidos por el fuego articulado e implacable de los cuerpos uniformados del Estado. Acosta García, de 22 años, ingenuamente creyó que levantando las manos con un pañuelo blanco salvaría la vida. Fue ajusticiado bajo un sol lóbrego y la mirada de tres niños y dos mujeres.
Parecía que nada peor podía pasar, pero quien hoy se exhibe como un gran artista en la ciudad de Miami con una exposición de pintura, ese junio instruyó a sus esbirros para que torturaran a una joven veinteañera hasta hacerla perder su bebé a punto de nacer y para que le quemaran con colillas de cigarrillos las piernitas a la pequeña Orleans. Seguramente para los sobrevivientes de tan atroces actuaciones, la concepción de democracia para ese período debe sonar por lo menos a cinismo.
La recuperación de nuestra memoria histórica es la única contención que podemos construir en contra de los violadores de los derechos humanos del pasado reciente, quienes se solazaron en la impunidad y que hoy, muchos de ellos, se refugian detrás del garrote del policía del mundo.
Defensora del Pueblo
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