viernes, 6 de abril de 2012

A ustedes, que hacen la diferencia.

Reinaldo Iturriza López



Por razones que no vienen al caso, durante los últimos días he tenido la oportunidad de escuchar los relatos de varios trabajadores y trabajadoras de distintos lugares del país, involucrados directamente en la organización de unos cuantos de los más de trescientos puntos de distribución de la Feria Socialista del Pescado, que inició el 15 de marzo pasado y concluyó este miércoles 4 de abril, con éxito indiscutible. 

Sin mayores aspavientos, sin animosidad alguna, sin adoptar tono lastimero o actitud autocompasiva, me contaron de la montaña de dificultades que tienen que sortear cotidianamente para llevar a buen término sus respectivas tareas. Algunos obstáculos de rutina, trámites burocráticos insalvables, ninguna sorpresa. Pero no me refiero a estos. Me refiero a aquellos problemas que trascienden los límites de la simple y pura "gestión", y se adentran en ese territorio virgen donde lo que hay es política pura y dura, eso que tanto enunciamos como política revolucionaria, transformadora, pero a veces, y a muchos, nos cuesta verla expresada en la práctica. 

Más allá de la vileza de los tramposos, de quienes optan por inflar las cifras y crear "potes de humo", de quienes siempre están pendientes de obtener una tajada o de procurarse el beneficio personal a costa del trabajo ajeno; más allá de quienes se pretenden impolutos y se desgañitan contra la "burocracia", pero jamás han barrido un piso; más allá de las miserias, hay un contingente de trabajadores y trabajadoras honestos, consecuentes, en quienes descansa casi todo el peso de la gestión de gobierno, esa que se realiza con conocimiento de causa y no simplemente con voluntad, y que se ejecuta gozosamente, y de manera expresa, con la intención de servir (en el mejor de los sentidos) a nuestro pueblo excluido, humillado y explotado desde que existe como pueblo. 

Pero cuando se trabaja de esta forma, es decir, cuando se asume que no hay gestión sin política transformadora, cuando se entiende que nosotros no vinimos a gestionar las instituciones del Estado, sino a hacer una revolución, hay que vérselas mil y otras mil veces con quienes no lo han entendido ni lo harán jamás. 

Sucede, por citar un par de ejemplos, que hay que batirse contra las mafias del pescado y contra los funcionarios aliados con las mafias; lidiar con gobernadores que organizan ferias paralelas y a precios de mercado, y que sólo se aparecen para tomarse la foto; con alcaldes que hacen acto de presencia y, delante de todos, pretenden que se le dé trato preferencial a su séquito. 

Pero al preguntarles si éstas (y muchas otras) son circunstancias que se reportan o se discuten o se evalúan en alguna instancia, me respondieron negativamente. Me preocupó esta suerte de cultura de silencio abnegado que puede rayar en el voluntarismo, lo que es grave, porque éste casi siempre da paso al abatimiento, a la impotencia, cuando las circunstancias adversas pueden más. 

Y ésta, nuestra gente trabajadora y honesta, esa que hace la diferencia, es un bien muy preciado que tenemos que cuidar. Alentar. Acompañar. Por eso me propuse escribirles algunas líneas, para expresarles mi admiración, sí, pero fundamentalmente para recordarles que en una revolución, hacer escuchar nuestra voz es una obligación, no una opción. Con inteligencia, por supuesto. Pero hay que hacerlo.



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