domingo, 22 de enero de 2012

Entre la vida y la muerte.




Entre la vida y la muerte siempre escogemos la vida… ¿Verdad?. Pues no. Hay mentes aturdidas, globotizadas, enfocadas en preservar un mundo de cartón piedra, insípido, sintético, que se enchumba de realidad y se resquebraja, floreciendo en sus grietas suicidas prejuicios raciales, de clase, autoatentados para quienes no se ven a si mismos sino a través de una pantalla que les miente, que sustenta su adicción a la irrealidad de ser “distintos”, tirando más María Corina que a su propia vecina de quito piso de un edificio clase media de El Cafetal. Los militantes de la muerte.
Buenas personas -dentro de los estándares de sus juntas condominio- que ciegas de odio, tantas veces contra sí mismos, salivaron ante la posibilidad de ver estallar aquel tanquero contra Maracaibo; señoras que desde la orilla suplicaban llegara el fuego purificador y arrasara con todo, con ella misma, sí, y con los niños, madres, abuelos, con lo que que estuviera al alcance de esa muerte atroz, todo en nombre del fuera Chávez.
Gente, que a la voz de su amo, aplaude golpes de estado, invasiones, masacres, saqueos, linchamientos, fosas comunes, “seguridad democrática”, ¿Porque no te callas?,¡Viva el Rey! -grita desorbitado el nieto sudaka de un republicano, en nombre del orden, la democracia, las  barras y las estrellas, la M gigante, amarilla y grasienta, el sello de garantía del progreso y la civilización. Gente común y corriente, que cree dejar de serlo, suplicando a la Dorada Virgen de la Plaza Altamira un “Venga a nos la OTAN”.
Militantes de la muerte que convierten el cáncer en castigo divino de un Dios depravado que solo puede existir en la cabeza de quien no tiene ni sesos ni alma. Y el duelo es pachanga, el dolor es placer y todo esto es “decencia y razón”.
Frente a tal locura, otros militamos por la vida, al lado del débil, del niño que ve llover plomo fundido sobre los sueños que no puede soñar, de los pueblos acosados por el tipo grande que patea el culo en el recreo y te quita la lonchera desde que el mundo es mundo y te callas; porque somos de esos pueblos y defendemos el derecho a nuestra merienda, a nuestros recursos, a nuestro futuro.
Y agarramos la lonchera, la abrimos, repartimos lo que tiene dentro, y hay educación, libros, lectores, ideas, y eso jode, sin que sepa bien por qué, a la señora de La Urbina que solo lee Vanidades; la jode tanto como la arruga perenne en su entrecejo. Y hay módulos de salud, superando problemas, sí, salvando vidas, y hay trabajo, esperanza y alegría... Eso es lo que más jode a los militantes de la muerte: La alegría.
Entonces, en nombre de la decencia que no tienen, hablan de reconciliación, de diálogo -de sordos-, de consenso, nebuloso término medio que, entre la vida y la muerte, solo puede ser agonía.
tongorocho@gmail.com

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