Reinaldo Iturriza López
Agradezco a la diosa fortuna por la mujer que me acompaña, porque entiende y ama mi pasión por el beisbol. Ayer, en el cuarto inning, cuando se derrumbó el picheo de La Guaira, me derrumbé yo también. Me sentí derrotado como nunca en toda la semifinal. Sentí todo el peso del par de derrotas previas, de los veintiséis años sin ganar una final. Sentí el dolor de la eliminación inminente. Me sentí sin fuerzas. Casi deseé el batazo que terminara de abrir el juego de una vez. Pagué las cuatro cervezas que me había tomado. Entonces, le envié un mensaje. Supongo que esperando en respuesta algo que me permitiera lidiar con mi mala conciencia. Pero ella me convenció de quedarme. Me recordó que yo siempre había sido un "buen fanático". Quiso decirme que no podía abandonar a mi equipo. Ella, que le va al Cardenales de Lara, que se aburre horrores en el estadio, que se queda dormida cuando ve los juegos por televisión. Ella, que no tiene idea de quién es Luis Jiménez.Tres innings después, La Guaira remontó el juego: hit del Cafecito, hit del novato del año, hit del más valioso, hit del campeón bate. Por fin. Ojalá fuera capaz de contar lo que se vivió en el estadio después del hit de Grégor Blanco, alma y corazón de ese equipo, para irnos arriba en el marcador. Pero no puedo. Me remito a la fórmula gastada: indescriptible. De lo que me hubiera perdido si no hubiera contado con un punto de apoyo. No hubiera vivido eso que ni siquiera puedo nombrar. ¿Todavía hay quien no entienda que no se trata del beisbol? Se trata de amar con pasión, de compartir las derrotas, de tener el valor de buscar consuelo en un momento de debilidad o tristeza, de dar y recibir apoyo, de compartir los triunfos. De acompañar siempre.
Grégor Blanco anota la novena de La Guaira (la sexta de la entrada),
impulsado por César Suárez. Por: News Flash JC
Agradezco a la diosa fortuna por la mujer que me acompaña, porque entiende y ama mi pasión por el beisbol. Ayer, en el cuarto inning, cuando se derrumbó el picheo de La Guaira, me derrumbé yo también. Me sentí derrotado como nunca en toda la semifinal. Sentí todo el peso del par de derrotas previas, de los veintiséis años sin ganar una final. Sentí el dolor de la eliminación inminente. Me sentí sin fuerzas. Casi deseé el batazo que terminara de abrir el juego de una vez. Pagué las cuatro cervezas que me había tomado. Entonces, le envié un mensaje. Supongo que esperando en respuesta algo que me permitiera lidiar con mi mala conciencia. Pero ella me convenció de quedarme. Me recordó que yo siempre había sido un "buen fanático". Quiso decirme que no podía abandonar a mi equipo. Ella, que le va al Cardenales de Lara, que se aburre horrores en el estadio, que se queda dormida cuando ve los juegos por televisión. Ella, que no tiene idea de quién es Luis Jiménez.Tres innings después, La Guaira remontó el juego: hit del Cafecito, hit del novato del año, hit del más valioso, hit del campeón bate. Por fin. Ojalá fuera capaz de contar lo que se vivió en el estadio después del hit de Grégor Blanco, alma y corazón de ese equipo, para irnos arriba en el marcador. Pero no puedo. Me remito a la fórmula gastada: indescriptible. De lo que me hubiera perdido si no hubiera contado con un punto de apoyo. No hubiera vivido eso que ni siquiera puedo nombrar. ¿Todavía hay quien no entienda que no se trata del beisbol? Se trata de amar con pasión, de compartir las derrotas, de tener el valor de buscar consuelo en un momento de debilidad o tristeza, de dar y recibir apoyo, de compartir los triunfos. De acompañar siempre.
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