Reinaldo Iturriza López
Después de todo, yo lo que soy es un comentarista deportivo. ¿Sobre qué puedo escribir un día como hoy, si respiro y exudo beisbol?
Algún día de diciembre, al término de un juego en el Universitario, llamé a Rommel para contarle que lo que acababa de presenciar daba para pensar que los Tiburones de La Guaira podían ser campeones esta temporada. Estuvo de acuerdo. No recuerdo las circunstancias. Pero sé que aquella confesión y, más allá, aquel gesto fraterno y cómplice, no fueron el resultado de la impresión que dejó en nosotros un descomunal despliegue de bateo, una joya de picheo, una defensa maravillosa.
Más allá de los números, de los lances extraordinarios, de las manifestaciones de talento y del virtuosismo, hay una materia muy difícil de discernir, una suerte de intangible, de extra que no es igual a la suma de las partes, que es lo que hace a los equipos invencibles. Verlo allí, en el terreno, presentirlo, casi tocarlo, saborearlo, maravillarse con su belleza, por primera vez después de tantos años, fue para nosotros una revelación, un acontecimiento. Tanto, que comencé a preocuparme por los fanáticos más jóvenes, los más impacientes, los que tal vez no han entendido que el beisbol no se trata de trofeos, sino de jugar bien a la pelota.
Hoy, sin embargo, cuando faltan tres jornadas para que culmine la fase semifinal, de nuevo está La Guaira contra las cuerdas, en el tercer lugar, a tan solo un juego del segundo, a dos del primero, pero ya oficialmente dependiendo de otros resultados para ir a la final. Nuestro destino ya dejó de estar en nuestras manos.
¿Cómo ha sido posible? Más de treinta años viendo beisbol y no sé responder a esa pregunta. Si todavía quedaba alguna duda, ahora está más que claro que no basta con tener al campeón bate, al jugador más valioso, al novato del año, al mánager del año. No basta con semejante carro de leña: tres criollos con más de cuarenta impulsadas. No es cuestión de números. ¿Picheo? Ayer vimos cómo se desplomaba Enrique González, nuestro mejor relevista, en el séptimo inning, luego de acercar el juego por una carrera, lanzándole a la parte baja de la alineación de los Tigres.
Sin menospreciar, por cierto, al equipo de Aragua, seguro finalista, ¿cómo ha sido posible? ¿Qué más se le puede pedir, por ejemplo, al capitán del equipo, Oscar Salazar, que hoy amaneció bateando .340, con 5 jonrones y 17 impulsadas? Una vez más: no es cuestión de números. Cabe la pregunta: ¿qué es eso que no sabemos los siete mil fanáticos que ayer acompañamos a nuestro equipo en el Universitario, y tal vez sepa alguno de los miles que optaron por no hacer acto de presencia?
Ayer, cerca de la medianoche, cuando manejaba de vuelta a la casa, me preguntaba una y otra vez: ¿cómo le explico a Sandra Mikele que perdimos? Esta mañana le di un abrazo y le dije: "Hice lo que pude. Grité, ligué. Hice lo que pude".
Esta noche, las que restan, hasta el último out, seguiré haciendo lo posible. Ligando porque mi equipo descifre aquella incógnita y haga en el terreno lo que ya parece casi imposible.
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