Carola Chávez
Clara, la de la vida oscura, mira la lluvia desde su ventana. Por primera vez en meses sonríe. Piensa en un deslave, en miles, tal vez millones de damnificados, muertes, muchas muertes, siempre en los barrios, claro, nunca en su urbanización.
Pegada a Globovisión sigue el goteo de avances: el río se desborda, el rrrégimen tiembla, tráfico, la ciudad colapsa, la catástrofe que tanto ha rogado a la Virgen Dorada de Altamira, patrona de los privilegios humanos, parece estar llegando… Diciembre, precisamente, para que la felicidad obligatoria de las fiestas haga más dolorosa la tragedia que Clara invoca.
Que llueva, que llueva, canta Clara con voz de niña malcriada.
“¿Cómo que se suspenden las clases? ¿Y entonces de dónde vamos a sacar la tragedia? ¿Cómo se va a desplomar una escuela y ser noticia si no tiene niños adentro? ¿Cómo va a avanzar este país si los niños no van a la escuela a riesgo de sus propias vidas? ¿Dónde está el espíritu de sacrificio por la patria?” Clara tiembla de rabia ante la posibilidad perdida y recuerda, con un nudo en la garganta, su última Navidad feliz.
Diciembre de 2002: Clara, la de la vida oscura, brilla llena de esperanza. La Navidad se pinta gloriosa si el paro que apenas comienza rinde sus inevitables frutos: La caída del castro-chavismo-petrodemagogo-populista.
“No, mis niños, no hay fiesta de Navidad en el cole con Santa Claus, y no lloren que estamos salvando a la patria y eso requiere sacrificios. Si tienen que perder el año, lo perderán, si se tienen que quedar brutos cual chavistas, pues, todo sea en nombre de la libertad…”
Libertad que no llega porque el pueblo se empeña en resistir y el sol se empeña en salir. “Suerte de chavistas… debe ser la santería y esas cosas cubanas que parecen más potentes que la Virgen Dorada de Altamira…”
Dorada… como el oro que regresa a Venezuela debajo de un palo de agua que Clara auguraba definitorio y que no fue. La diferencia entre los goterones de lluvia y sus lágrimas es el sabor saladito.
Salado como lo que la MUD llamó debate y que Clara aplaudió sorda y fervorosamente fuera Chávez, “porque hay que recuperar la democracia, esa que apenas rozamos el 11 de abril…” Salado como el cacerolazo contra la historia, contra el sueño de Bolívar… “¿Acaso importa? Lo que importa es que se vaya… ¡claca, tlaca, claca…!”
Hiperventila Clara con los puños apretados de ira e impotencia: Chávez no revienta de rabia con el beso publicitario a Obama, sino que monta una rochela y dice que fue solo un piquito… “¿De qué se ríen chavistas idiotas? ¿No entienden que el país se está cayendo a pedazos? ¡Dejen de ser felices que eso nos de mala imagen! ¿Acaso no ven Globovisión?”
Pobre Clara, no es fácil ser la gente decente y pensante de este país
Clara, la de la vida oscura, mira la lluvia desde su ventana. Por primera vez en meses sonríe. Piensa en un deslave, en miles, tal vez millones de damnificados, muertes, muchas muertes, siempre en los barrios, claro, nunca en su urbanización.
Pegada a Globovisión sigue el goteo de avances: el río se desborda, el rrrégimen tiembla, tráfico, la ciudad colapsa, la catástrofe que tanto ha rogado a la Virgen Dorada de Altamira, patrona de los privilegios humanos, parece estar llegando… Diciembre, precisamente, para que la felicidad obligatoria de las fiestas haga más dolorosa la tragedia que Clara invoca.
Que llueva, que llueva, canta Clara con voz de niña malcriada.
“¿Cómo que se suspenden las clases? ¿Y entonces de dónde vamos a sacar la tragedia? ¿Cómo se va a desplomar una escuela y ser noticia si no tiene niños adentro? ¿Cómo va a avanzar este país si los niños no van a la escuela a riesgo de sus propias vidas? ¿Dónde está el espíritu de sacrificio por la patria?” Clara tiembla de rabia ante la posibilidad perdida y recuerda, con un nudo en la garganta, su última Navidad feliz.
Diciembre de 2002: Clara, la de la vida oscura, brilla llena de esperanza. La Navidad se pinta gloriosa si el paro que apenas comienza rinde sus inevitables frutos: La caída del castro-chavismo-petrodemagogo-populista.
“No, mis niños, no hay fiesta de Navidad en el cole con Santa Claus, y no lloren que estamos salvando a la patria y eso requiere sacrificios. Si tienen que perder el año, lo perderán, si se tienen que quedar brutos cual chavistas, pues, todo sea en nombre de la libertad…”
Libertad que no llega porque el pueblo se empeña en resistir y el sol se empeña en salir. “Suerte de chavistas… debe ser la santería y esas cosas cubanas que parecen más potentes que la Virgen Dorada de Altamira…”
Dorada… como el oro que regresa a Venezuela debajo de un palo de agua que Clara auguraba definitorio y que no fue. La diferencia entre los goterones de lluvia y sus lágrimas es el sabor saladito.
Salado como lo que la MUD llamó debate y que Clara aplaudió sorda y fervorosamente fuera Chávez, “porque hay que recuperar la democracia, esa que apenas rozamos el 11 de abril…” Salado como el cacerolazo contra la historia, contra el sueño de Bolívar… “¿Acaso importa? Lo que importa es que se vaya… ¡claca, tlaca, claca…!”
Hiperventila Clara con los puños apretados de ira e impotencia: Chávez no revienta de rabia con el beso publicitario a Obama, sino que monta una rochela y dice que fue solo un piquito… “¿De qué se ríen chavistas idiotas? ¿No entienden que el país se está cayendo a pedazos? ¡Dejen de ser felices que eso nos de mala imagen! ¿Acaso no ven Globovisión?”
Pobre Clara, no es fácil ser la gente decente y pensante de este país
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