martes, 11 de mayo de 2010

¡Mosca, sale el Gobernador!

Frida Sáenz (*)

Por cuestiones profesionales fui la semana pasada a la Gobernación de Aragua. Me dirigía a un funcionario en búsqueda de información cuando de pronto se abrió una puerta y de ella salieron numerosas personas dando gritos alarmantes que me hicieron creer que un terremoto o un tsunami se nos venían encima. Escoltas militares (mujeres y hombres), asesores, policías civiles y uniformados, guardias de seguridad civiles y camuflados corrían por el pasillo del séptimo piso al grito de: “¡¡mosca, mosca, mosca!!! ¡¡¡SALE EL GOBERNADOR!! Todos adentro!! ¡¡mosca, que sale el Gobernador!! Al contrario de un terremoto, en vez de buscar la salida, los empleados, los visitantes y la gente que por una u otra causa estaba allí, como yo, comenzaron a buscar llenos de pánico un refugio donde meterse. Yo no podía creer lo que veía ni lo que oía, y el asombro me paralizó. Enseguida vino a mi imaginación esa joya literaria que son los cuentos de Las Mil y Una Noches, y que nos habla de cómo los reyes y sultanes cuando salían de sus palacios lo hacían acompañados de todo un ejército de esclavos, odaliscas, payasos, saltimbanquis, traga fuegos, que iban abriendo paso al rey o emperador entre la multitud, y la muerte esperaba al osado que se atravesara en su camino.

Me sacó de mi embelesamiento el empujón de un militar que me gritó rudamente “¡¡señora, quítese del medio y adentro, adentro, que está saliendo el gobernador!! ¡¡Mosca, Mosca!! Corrí y abrí la primera puerta que encontré en mi camino, y entré en una oficina donde la gente se apiñaba debajo de los escritorios, y se escondía como podía, de rodillas, debajo de las mesas de las computadoras y de cualquier refugio que encontró. Yo compartí un pequeño espacio pegada de la pared, detrás de la puerta, al lado de una joven que temblaba de miedo y veía constantemente el reloj. Ella calculaba el tiempo que Su Majestad, perdón, el Gobernador demoraría en entrar al ascensor. Sin duda calculó mal, porque cuando abrió con lentitud la puerta la cerró inmediatamente llena de pánico, diciendo “el Gobernador está entrando en el ascensor, pero no me miró, no me miró, Gracias, Dios mío, que no me miró” Yo pregunté para mis adentros, ¿y si la hubiera mirado, qué hubiera ocurrido? ¿la habría convertido en piedra, como en los cuentos de brujas? Pasó otro minuto y el silencio nos anunció que ya el Gobernador se había ido. Posiblemente estaría en el estacionamiento donde su séquito de cortesanos y aduladores estaría gritando ¡¡mosca!! Mosca, mosca!! El Gobernador ha salido a la calle!! ¡Escóndase todo el mundo!! ¡¡Mosca!!

Poco a poco volvió la normalidad al piso 7. La gente que iba al baño pudo entrar tranquila y cada quien se dirigió a sus quehaceres cotidianos y burocráticos. Yo realicé mi diligencia y me marché. Ha pasado una semana de esa experiencia, y aún me pregunto si eso fue verdad. ¡Claro que lo fue! Porque yo y las numerosas personas que trabajan en la Gobernación de Aragua, que ese día tuvimos que correr a escondernos en oficinas porque el joven Teniente Isea salía de sus aposentos imperiales, podemos dar fe de eso.

Sin embargo también es válido preguntarme ¿en qué país estoy viviendo? y esta es la parte más decepcionante y dolorosa, porque yo, al igual que millones de venezolanos, trabajamos diariamente por la construcción del socialismo, y seguimos con fe a un líder que es un hombre sencillo y honesto, que exhorta a los gobernantes a salir a la calle y codearse con el pueblo, empaparse del sudor de la gente trabajadora, y aportar soluciones a sus problemas que son muchísimos.

O quizás me equivoqué y habito en el país de la dimensión desconocida, donde de pronto sales a buscar una solvencia a un organismo gubernamental y aterrizas en el corazón de un reino de Las Mil y Una Noches, gobernado por un joven que sólo está pendiente de satisfacer su egolatría personal. ¡Mosca!

(*) Cultora Popular

trabucoaragua@gmail.com

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