Juan Carlos Díaz Guerrero
La Revolución cubana arriba a los primeros 50 años con el vigor y el gozo de haber cumplido con los sueños de los hombres y mujeres que cinco décadas atrás decidieron lanzarse a conquistar la utopía. No ha sido fácil llegar hasta aquí ante los enormes obstáculos -a veces parecían insuperables- impuestos desde fuera para hacerla fracasar y los surgidos con el aprendizaje de la premura de querer hacer más y más para borrar el lastre del pasado. Acudir al pasaje bíblico del pequeño David contra el gigante Goliath es la metáfora más exacta para sintetizar en toda su dimensión la lucha interminable contra su vecino los Estados Unidos. Esa querella, impuesta por 10 sucesivas administraciones norteamericanas, intentó promover el odio, el aislamiento, la desesperanza, pero a la postre suscitó la pasión, el amor, la admiración y la esperanza de millones de personas en el mundo. Y es que Cuba es eso: amor y odio. Odio de quienes pretender señalarla por manchas y no por sus virtudes; a negarla por su inmensa luz que cubre buena parte del universo; a estigmatizarla porque a pesar de derrumbes y traiciones está ahí, inhiesta, erguida y fortalecida. Y es que como dijo el poeta ¡Cuba, va! y avanza porque resistió y resiste las agresiones, calumnias, incomprensiones y carencias de todo tipo; porque prefirió quedar sola, aislada y excluida sin cejar en su empeño de dignidad y soberanía. Gracias a esa tenacidad, medio siglo después Cuba y su Revolución miran al presente y futuro de frente, si parpadear, con la convicción y el coraje de que muy bien valió la pena tanto sacrificio, la sangre derramada de sus hijos y la perenne resistencia. El derroche de heroísmo protagonizado por todo un pueblo en estos 50 años se vio confortado con la reciente incorporación plena de la Isla al escenario latinoamericano y caribeño, donde las nuevas circunstancias son parte indisoluble de esa historia. Esa reparación histórica no sólo abarca su región natural, se expresa también en el rechazo de casi todo el planeta a la política de bloqueo estadounidense, en la recíproca solidaridad ante la devastación climatológica o en la cada vez más solicitada prestación de servicios profesionales. Aparece reflejada en la singular estimación y admiración que sienten los pueblos en cualquier parte por nuestros principales líderes, aquellos que como Fidel y Raúl gestaron la Revolución y hoy tienen el enorme privilegio de “mirar hacia el pasado con la frente en alto”. La Revolución rebosó a Cuba y sus gentes de amor, sentimiento expresado en sus altos índices de salud y educación -comparables al primer mundo-, en la seguridad y asistencia social, en la cultura y el deporte, y sobre todo, en el ejemplo universal de dignidad. El desborde sobrepasó sus límites territoriales para convertirse en solidaridad multiplicada en África, Asia, América Latina y el Caribe, donde miles de cubanos salvan hoy vidas, educan a sus hijos y, en su momento, entregaron hasta su propia sangre. Esta epopeya de cinco décadas no ha estado exenta de errores, insuficiencias, traiciones e incomprensiones, pero nunca faltó el valor de su dirigencia en reconocerlos y enfrentarlos con la premisa de que la obra no es ni será nunca perfecta. Pero, parafraseando al cantor, se acerca a las aspiraciones de millones de personas en el mundo que aún siguen soñando en alcanzar lo que la Revolución cubana dio a su pueblo hace ya medio siglo. Alcemos la copa y brindemos por Cuba. ¡Bien vale la pena!
jueves, 1 de enero de 2009
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