María Linares
Es algo horrible lo que han logrado las sociedades antagónicas, pero, ante todo, la sociedad capitalista. El capitalismo nos ha robado el instinto primario de toda especie, la conservación de la misma, es decir, nos ha quitado algo fundamental para la supervivencia de la especie humana. A nivel de pueblos, algunas sociedades humanas en su afán de hegemonía intentan exterminar con su poder militar seres como nosotros- humanos pues- antes nuestros ojos y no hacemos nada. Sólo vemos imágenes horripilantes -en la televisión, en Internet-, nuestros ojos se humedecen, pero, seguimos viendo la matanza, inertes. Luego, frescos, desenvueltos, optimistas continuamos con nuestras vidas oscuras. Vidas profundamente alienadas, seguimos nuestra carrera en búsqueda de nuestro bienestar y la de nuestra familia, sin oír los gritos de los descuartizados o los quejidos de los hambrientos. Por cierto, la familia patriarcal, esa cosa que se ha denominado “célula de la sociedad” es una institución esclavista reaccionaria antinatural, que surgió cuando la mujer sufrió la primera derrota mundial, cuyo fin fue (y es) librar a la sociedad de la responsabilidad de cuidar y consentir sus miembros. En consecuencia, la vida política social de la alienación se manifiesta tanto en lo desigual del desarrollo de la sociedad como en la incapacidad del hombre frente a la fuerzas creadas por él (guerras, crisis, etc.). De este modo, las relaciones entre los hombres reviste la forma de relaciones entre cosas desechables, sobre todo, cuando ya no sirven a nuestros intereses individuales, quedando los hombres así despojados de sus cualidades humanas, ya no somos personas. Satisfechas nuestras necesidades y alcanzadas nuestras aspiraciones, esa apariencia humana se difumina y desaparece. El individualismo se expresa de forma más clara en la sociedad capitalista, como resultado de la fiera competencia y de la explotación del hombre por el hombre, cuando todo es convertido en mercancía, todo se compra y se vende. Las relaciones de propiedad privada traen aparejados el odio y la enemistad. El odio y la enemistad empiezan a regir nuestra vida por nuestros intereses propios, estrictamente personales, egoístas. El principio individualista burgués es propagado por la filosofía y ética burguesas; intentan demostrar que el rasgo egoísta del hombre es imposible de modificar. Sin embargo, las raíces del individualismo quedarán destruidas al ser suprimida la base en que se apoyan las relaciones burguesas: la propiedad privada. El hombre comenzará entonces a comprender que su bienestar tiene una estrecha conexión con los éxitos de la sociedad, del colectivo donde trabaja. En fin, el hombre sólo podrá manifestar en plena medida sus capacidades individuales y afirmar su personalidad si actúa en función de los intereses de la sociedad.
marialinares36@yahoo.es
sábado, 24 de enero de 2009
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