Alfredo Serrano Mancilla.
Si continúa así, más pronto que tarde la Organización de los Estados
Americanos (OEA) habrá desaparecido. Gracias Almagro por lograr lo que
no consiguieron tantas iniciativas progresistas. Será justo y necesario
hacerle un busto al lado de Bolívar en agradecimiento por conseguir que
este espacio tutelado desde el Norte deje de estar presente en el Sur.
En algo menos de dos años como secretario general, Almagro habrá hecho
Historia en el sentido más negativo del término. Gracias, Almagro.
En lo que llevamos de siglo XXI, la OEA no ha sido capaz de asimilar que
América Latina está inmersa en un cambio de época. Este término no es
simplemente un constructo teórico; es mucho más, porque tiene efectos
prácticos en la manera de proceder de algunos países en su política
exterior. Algunos países de América latina dejaron de creer que la OEA
deba ser un espacio de imposición ni sumisión. Particularmente, el trio
constituyente (Venezuela-Bolivia- Ecuador) se revela ante el vecino del
Norte sin ningún tipo de miedo ni cortapisas porque cree que los
espacios multilaterales de época son otros (Celac, Unasur, Alba,
Petrocaribe).
Sin embargo, el Señor Almagró no entendió nada y se pasó de frenada.
Venezuela fue casi siempre su verdadera piedra en el zapato. A Almagro
le traicionaron sus enormes y apresuradas ganas de ir contra la
Revolución Bolivariana. Pero, al final de cuentas, le está saliendo el
tiro por la culata; está siendo mucho peor el remedio que la enfermedad.
Después de mucho insistir, Almagro jamás pudo activar la carta anti
democrática contra Venezuela. Lo intentó de múltiples maneras, e incluso
lo afirmó sin haberse producido. Llegó, además, hasta el punto de
saltarse por los aires sus propias reglas de funcionamiento cuando, a
inicios de abril, no permitió que Bolivia dirigiera -tal como le
correspondía como Presidente pro tempore- la sesión del consejo
permanente. Hizo lo imposible para intervenir en Venezuela más de lo que
le compete. Pero no lo consiguió. Fue más un deseo que una realidad.
El otro error de Almagro fue minusvalorar la fuerza diplomática que
tiene Venezuela en América del Sur y en todo el Caribe. Y que también
tiene a nivel global. No todo es Estados Unidos y la Unión Europea.
China y Rusia también cuentan. Venezuela goza de relaciones estrechas y
sólidas en este nuevo mundo multipolar. Venezuela no está aislada como
muchos creen. Le pueden pretender arrinconar desde la OEA, o expulsarle
de Mercosur, pero Venezuela preside hoy el grupo de países MNOAL; tiene
un papel protagónico en el ALBA y Petrocaribe; se relaciona fluidamente
con los países árabes y, lo dicho, con China y Rusia tiene una relación
que ya quisieran tener otros muchos países de la región, o del mundo.
Almagro y su misión imposible acabarán logrando lo que parecía realmente
impensable. Que el fin de la OEA esté cada vez más cerca. A pesar de
que estamos viviendo un ciclo corto -pero intenso- de restauración
conservadora, los logros del cambio de época son más sólidos de lo que
muchos imaginan. El nuevo Consenso Latinoamericano enterró muchas
dimensiones del viejo Consenso de Washington. El orden geopolítico
actual nada tiene ver con el que existía a fines del siglo pasado. La
OEA lucha contra la propia Historia. Ninguna institución sobrevive
indemne a tantos cambios históricos. La OEA tampoco será la excepción.
A decir verdad, Almagro no es el único responsable de todo esto. Él es
únicamente un alfil en toda esta trama. Un títere manejado por los hilos
de los que mandan. Estados Unidos no ha disimulado jamás el interés de
terminar con el gobierno venezolano desde que llegó Chávez. Con la
partida de éste, se ha recrudecido aún más la estrategia de acuse y
derribo. Y, en los últimos meses, echaron el resto. Tanto es así que han
elegido conscientemente sacrificar a la OEA si fuera necesario para
intentar derrocar a Maduro en Venezuela. ¿De qué le serviría la OEA si
no es para utilizarla como arma de destrucción selectiva contra el
gobierno que no sea de su agrado? Para nada. Estados Unidos necesita a
la OEA pero siempre y cuando ésta sea eficiente y eficaz en sus
objetivos. Si ya no le es útil para adoctrinar a los que se salen de su
redil, entonces, la OEA no tendría ninguna razón de ser, ni de existir.
Es por ello que estamos cada vez más cerca del cierre definitivo de las
puertas de una organización que no sirve para garantizar la democracia
allá donde se necesita. Nada dijeron cuando hubo el golpe en Paraguay;
ni tampoco en Brasil. La OEA no sirve para nada, ni para los unos ni
para los otros; ni para los que queremos el respeto a la democracia ni
para los que desean golpearla. Luego de la decisión de Venezuela de
salirse de la OEA, queda puesto de manifiesto que esta institución no
tiene tanta capacidad para cambiar gobiernos como quisiera. Así que lo
mejor es que bajen las persianas y cuelguen el cartel de Cerrado por
Incompetencia. Y si no lo hacen ellos, entonces lo harán aquellos
integrantes cansados de este tipo de espacios obsoletos e ineficientes.
El primero ha sido Venezuela pero seguramente no será el único. La
globalidad ha cambiado y la unilateralidad corresponde a otra época.
¡Good bye OEA!
Doctor en Economía por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).
Postdoctorado en la Université Laval (Québec, Canadá). Actual Director
Ejecutivo del Centro Estratégico Latinoamericano Geopolítico (CELAG).
Profesor de Posgrado y Doctorado en universidades internacionales
(Universidad Mayor de San Andrés y Universidad Andina (Bolivia).
Universidad Pablo de Olavide (Sevilla). FLACSO Ecuador, Instituto Altos
Estudios Nacionales (Ecuador), Universidad Magdalena (Colombia), en UNAM
y CIAD (México)).
aalfserr@yahoo.es @alfreserramanci
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