Por: Carola Chávez
Se le veía nerviosa, tartamudeando
mientras leía de un puñado de papeles desordenados como si fueran sus
ideas. Actuando la última escena de su traición en incómodas cuotas,
como gotas de gasolina que avivan el fuego cada vez que languidece.
Ella, la incendiara con cara de yo no fui, la que intenta enterrar un
puñal en este cuero duro que somos. Ella, la traidora.
Ahí, mientras lee una lista de acciones
de la fiscalía, separa a un caso en particular, uno delicado,
controvertido, peligroso y ya no como fiscal, sino como juez, dicta
sentencia y ya. No importa que quede su actuación en entredicho, no
importa porque ella sabe para quién habla y sabe que puede decir
cualquier cosa, hasta decirles que el cielo es verde, que ellos le
creerían, si verde es el cielo que les conviene ver. “Al muchacho lo
mató una bomba lacrimógena”, dijo empujada por un apuntador que le
soplaba el guión, detrás de las cámaras. Intentando sustentar su
afirmación con evidencias vagas, que no solo contradicen la
investigación y las pericias de la policía científica, sino que tampoco
concuerdan con el video que hizo un periodista opositor en el momento de
la muerte de ese muchacho, donde se ve claramente que en la escena del
crimen, ni hay guardias nacionales ni hay lacrimógenas. Lo que sí hay
en el video es un muchacho que afirma estar bien y que instantes después
es “rescatado”por dos encapuchados que lo abandonan en un callejón para
que muera.
Y si de videos comprometedores de la
imagen “pacífica” de la protesta opositora se trata, la fiscal no duda
en despachar la más terrible mancha de esta protesta: El linchamiento de
Altamira, que de tan violento, de tan crimen de odio, ni la prensa
amiga pudo ocultar, pero que es descartado por la reina de la impunidad
como un video manipulado ¡Listo el pollo, a quemar negros vivos se ha
dicho!
Todo esto mezclado con tibias condenas,
como para darles un toque de imparcialidad, de profesionalismo, de
seriedad a sus declaraciones: “Malo, malito, muchacho encapuchadito que
rompes cosas. Que eso no se hace. Que eso es caca. Y si, para que no
crean, imputamos a algunitos, pero a la mayoría los dejamos volver a la
calle, pobrecitos, porque ellos no estaban ahí cuando los agarraron”.
Y en la medida que merma el apoyo en las
calles, aumenta la violencia, y en la medida en que el gobierno la
cerca y la apaga, sale otro capítulo de la fiscal incendiaria.
Y los muertos pesan y van más de 50,
todos ellos caídos tras su primera puesta en escena. Quizá por eso las
manos temblorosas, la voz también, y el puño de papeles que sostenía
jugando a mezclarse, traspapelando las ideas y la dignidad, para que
quedara claro que la traición siempre es horrenda y vergonzoza… Y ahí,
ya no sonriente como en el preludio de esta novela, ya sin tirar besitos
como una Missmientras sus compañeros de traición la aplaudían, ahora
encovada, sin poder levantar la vista, intentando sus ojos, en vano,
ocultar la opacidad de su alma, ahí la vimos meterse, ella solita, en el
basurero de la historia.
Ahora, al saberla embarrada como ellos,
es aclamada por los mismos que ayer la llamaron “perra inmunda, puta
asquerosa, chavista de mierda…”. Los que la amenazaron de muerte, los
que nos amenazan, los que se burlaron de la enfermedad de Chávez, de
nuestro dolor, los que celebraron su muerte; los nuevos amigos de la
traidora que dice hacer lo que hace, tal como lo dicen los incendiarios
de Primero Justicia y Voluntad Popular, para “tener un país mejor”.
No ha sido la primera, ni será la última. Siempre es mejor que se vayan.
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