Carola Chávez.
¡Estás cagao, estás cagao! – Le gritaban los furiosos chamos marcharines a Ramos Allup, quien sentado en el borde de la tarima, se hacía el sordo clavando la vista en la nada. Aunque Henry se muere de ganas, calcula y sabe que esa marcha, por muy fotogénica que sea, sinceramente, no alcanza para llegar a Miraflores. “¡Cagao, cagao!” – El presidente de la Asamblea se para y les muestra la parte trasera de su pantalón, que aún no está manchada. Poesía decente y pensante.
A Capriles también la había caído su chaparrón de insultos, lo mismo que cualquiera que se atreviera a abrir la boca para decir cualquier cosa menos lo que estos chamos querían oír. Ellos no habían sido convocados para para escuchar discursos, habían sido convocados, ooootra vez, para tomar Miraflores y ahora les estaban quitando el caramelo de los labios.
Chamos cool, con sus pintas de marcha: lentecitos, franelitas, zapaticos, morralito, pulserita surf, Iphone para las selfies… Todo combinado para lograr un meticuloso look “al descuido”. Muchachos y muchachas consentidos que tienen de todo y de sobra, que ni remotamente saben lo que es una carencia (económica), muchachos malcriados que ahora montan una pataleta porque hoy no les dan la tragedia que quieren.
Aprendieron de sus mayores a odiar tanto que ya ni sus maestros se salvan de su odio. Sin más liderazgo que su propia furia, un grupo de ellos se largó rumbo a Miraflores, donde quiera que eso esté. “Ni los del gobierno y ni los de la oposición, a ninguno de ellos les importa una mierda” – decía una chama que no llegaba a los 20 años, y agregaba convencida… “para que se acabe esta vaina tiene que haber sangre”…
Sangre de otros, supone ella, porque alguien que no conoce el sacrificio, alguien que, sacrificios aparte, ni siquiera es capaz de tender su propia cama, no va a entregar su vida por una causa que deja entra en receso cuando sale un nuevo Mc Flurry al mercado.
Una generación envenenada de odio que ya no cree en nadie y que, como el paro, se les fue de las manos a sus creadores. Chamos que invocan la guerra para acabar con una vida cómoda que les vendieron como pesadilla. Expertos jugadores de cuanto video juego sangriento existe, creen que la guerra se apaga cuando uno ya no quiere jugar más. Una peligrosa bomba de tiempo por desactivar.
¡Estás cagao, estás cagao! – Le gritaban los furiosos chamos marcharines a Ramos Allup, quien sentado en el borde de la tarima, se hacía el sordo clavando la vista en la nada. Aunque Henry se muere de ganas, calcula y sabe que esa marcha, por muy fotogénica que sea, sinceramente, no alcanza para llegar a Miraflores. “¡Cagao, cagao!” – El presidente de la Asamblea se para y les muestra la parte trasera de su pantalón, que aún no está manchada. Poesía decente y pensante.
A Capriles también la había caído su chaparrón de insultos, lo mismo que cualquiera que se atreviera a abrir la boca para decir cualquier cosa menos lo que estos chamos querían oír. Ellos no habían sido convocados para para escuchar discursos, habían sido convocados, ooootra vez, para tomar Miraflores y ahora les estaban quitando el caramelo de los labios.
Chamos cool, con sus pintas de marcha: lentecitos, franelitas, zapaticos, morralito, pulserita surf, Iphone para las selfies… Todo combinado para lograr un meticuloso look “al descuido”. Muchachos y muchachas consentidos que tienen de todo y de sobra, que ni remotamente saben lo que es una carencia (económica), muchachos malcriados que ahora montan una pataleta porque hoy no les dan la tragedia que quieren.
Aprendieron de sus mayores a odiar tanto que ya ni sus maestros se salvan de su odio. Sin más liderazgo que su propia furia, un grupo de ellos se largó rumbo a Miraflores, donde quiera que eso esté. “Ni los del gobierno y ni los de la oposición, a ninguno de ellos les importa una mierda” – decía una chama que no llegaba a los 20 años, y agregaba convencida… “para que se acabe esta vaina tiene que haber sangre”…
Sangre de otros, supone ella, porque alguien que no conoce el sacrificio, alguien que, sacrificios aparte, ni siquiera es capaz de tender su propia cama, no va a entregar su vida por una causa que deja entra en receso cuando sale un nuevo Mc Flurry al mercado.
Una generación envenenada de odio que ya no cree en nadie y que, como el paro, se les fue de las manos a sus creadores. Chamos que invocan la guerra para acabar con una vida cómoda que les vendieron como pesadilla. Expertos jugadores de cuanto video juego sangriento existe, creen que la guerra se apaga cuando uno ya no quiere jugar más. Una peligrosa bomba de tiempo por desactivar.
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