El estilo de Henry de Ramos Allup es idéntico al del Rómulo Betancourt: voz atiplada, guapetón con su verborrea, inculto y muy servil a la política gringa. Veamos cómo era aquel padre de los adecos, de los cuales proviene este miserable traidor y besaculo de los yanquis, don Henry Ramos Allup.
La lista de periodistas, o periodistas de opinión, plegados de manera muy vergonzosa al imperio americano y que sin duda prestaron un gran servicio a la política expansiva y de dominación en América Latina, podemos señalar en Venezuela, por ejemplo, a Valmore Rodríguez, corresponsal de la revista Selecciones Reader Digest, y que inoculó en AD, la regla de que “dividir es ubicarse”. Podemos también mencionar en esa misma línea a Rómulo Betancourt, a Carlos Andrés Pérez[1], Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez, Ramón Escobar Salom, Américo Martín, Rafael Poleo, Carlos Rangel, denunciados todos durante la Cuarta República, como agentes de la CIA.
No hay que olvidar, en el caso de Rómulo Betancourt, que éste fue una especie de hijo mimado de Nelson Rockefeller, de los grandes propulsores de la CIA en el mundo. El 17 de febrero de 1963, Betancourt inicia una gira por varios países, como Campeón de la Democracia Latinoamericana. El 18 llega a Puerto Rico donde lo recibe el mayor pro-norteamericano que ha parido aquella isla, Luis Muñoz Marín, miembro de la Internacional de las Espaldas (al igual que Betancourt) desde 1933. Muñoz Marín dijo en su discurso de bienvenida a Betancourt: Puerto Rico se siente honrado y orgulloso de recibir a este campeón de la libertad humana, a este líder de la democracia americana. Betancourt le respondió: He dicho siempre que pocos hombres públicos han luchado con más agónica devoción por su pueblo, por la independencia, por la democracia, y por la justicia social que Luis Muñoz Marín... Venezuela entonces (no sé si ahora pertenece) era miembro del Comité Anti-Colonialista, llamado de los 24. Muñoz Marín entonces contaba con el apoyo de Betancourt para que Venezuela no plantease ante los 24 la independencia de Puerto Rico.
El 19 de febrero Betancourt se encontraba ante el pórtico de la Casa Blanca para recibir el abrazo de John F. Kennedy. Llovía, el aire estaba gélido. Había nevado toda la mañana. Betancourt parecía un oso envuelto y un gruesísimo abrigo. La cara cruzada por manchones morados. El Campeón de la Democracia que había matado para entonces más estudiantes que Stroessner, Duvalier y Somoza juntos, extremadamente ridículo con aquella abultada pelambre, ante un Kennedy sin abrigo, apenas enfundado en un sencillo saco. Aquella escena era lánguida, y los gringos celebraban a sus superhombres, comparándolos con los monos latinoamericanos que visitan la Casa Blanca. Betancourt, castañeteándole los dientes, dijo: He experimentado mucha emoción al regresar a Washington después de largos años de ausencia. Nuestros gobiernos están luchando por detener la infiltración soviética en esta parte del hemisferio y especialmente en el área del Caribe...
Ante la prensa internacional Betancourt fue obsesivo en el punto de que debía segregarse al comunismo de la colectividad. Betancourt sentíase seguro y sereno en las entrañas de aquel monstruo que confiaba en él y le protegía. Betancourt entonces había solicitado permiso al Departamento de Estado para difundir su Doctrina, la cual ciertamente no podía encajar en el frente de la Guerra Fría. En todo caso siendo cosa de poca monta, y conociendo al personaba que la encarnaba, fiel a las decisiones que en estos puntos mantiene la CIA, se le permitió hablar todo lo que le viniera en gana. Betancourt era un personaje que nunca, ni por asomo, podía decir la friolera más inofensiva contra la EE UU. De modo que eso de la Doctrina Betancourt ha sido una de las cosas más ridículas de la diplomacia nuestra, y si tomamos en cuenta que fue el mismo Rómulo quien inauguró la era de los golpes en la Venezuela moderna. Así como se le mienta como el Padre de la Democracia Representativa (bastante raquítica que lo fue), fue también el Padre de los golpistas venezolanos.
Ante el Club Nacional de la Prensa en Washington, por cierto conformado en gran medida por homosexuales, Betancourt, para referirse a las acusaciones de peculado en su gobierno, soltó esta prenda: “Yo no cargo preso amarrado.” Añadió suspirando profundamente: Cuando entregue mi gobierno al legítimo sucesor, yo volveré a mi profesión de periodista. Sacaré mi vieja Underwood que aún conservo y trabajaré con ella para mantener a mi familia. Y para que se viera que era muy humano y de que era incapaz de mandar a matar a alguien ni mucho menos ordenar que sus cuerpos represivos torturasen, agregó: “Por eso causó sorpresa que me produjera un colapso físico, atendido por mi médico aquí presente – el doctor Valencia Parpacén – la muerte hace dos meses, de un foxterrier de no muy excelente pedigrí, el cual me acompañó durante catorce años de mi vida.” Hubo gestos enternecidos entre los periodistas presentes. Este segmento es digno de ser analizado por médicos y siquiatras.
Entonces Betancourt cobraba por su presidencia 15 mil bolívares, cerca de cuatro mil dólares. Hacía poco su vivienda en Los Nuñez había recibido unos retoques por un millón de bolívares, y luego con su underwood a cuesta, después de entregar su gobierno, pasaría a ser senador vitalicio, con una renta de 7.500 bolívares mensuales, sin contar que sus grandes amigos banqueros, contratistas y negociantes de partidos, hicieron una recolecta para comprarle la casa Pacairigua.
En este Club Nacional de Prensa Betancourt fue enfático: En Venezuela no está planteada la nacionalización del petróleo. TAMPOCO EL AUMENTO DE LOS IMPUESTOS A LA INDUSTRIA PETROLERA... Ratificó: Tal es así que mi gobierno no ha querido aplicar el impuesto aprobado hace un año por el Congreso Nacional y que se hizo extensivo a la industria petrolera, por considerar que ella ya está en el límite de su capacidad impositiva. Cómo no iban a adorar a este hombre en Washington, sobre todo Nelson Rockefeller. Esto lo dijo Betancourt ante 500 periodistas (él luego diría en Venezuela que lo dijo ante 3 mil).
Cuando la Junta de Gobierno, durante la transición electoral, presidida por Edgar Sanabria dictó un decreto limitando a un 45% la participación de las ganancias de las compañías petroleras, los poderosos trusts pegaron el grito en el cielo; Betancourt, con su consabida versatilidad, se reunió en secreto con los magnates y solicitó dinero para su campaña electoral, prometiéndolo como ya lo había en el año 47, que la mayoría de los venezolanos estaba con ellos, con los adecos. Que no temieran nada. Las filiales petroleras en Venezuela obtenían utilidades superiores al 20% y no estaban dispuestos a ver disminuidas sus ganancias. Y téngase en cuenta que la Standar Oil, por ejemplo, matriz de la Creole, no podía obtener en EE UU utilidades más que de un 10% sobre el capital. Allá si se podía cotizar de manera gorda al Estado, aquí no. Fue así como Betancourt les dio seguridades de que el fulano decreto de Sanabria sería hecho añicos en cuanto él llegara al poder. Y en 1960 las compañías petroleras en Venezuela lograron recuperar la tasa de ganancia hasta el 17%, para llegar al 19,8% en 1961 y exceder al 22% en 1962. Estas ganancias se hicieron a costa del pago que se le hacía a los trabajadores venezolanos, porque en 1959 laboraban en la industria petrolera 42.413 personas, pero ya para diciembre de 1962 había disminuido este personal a 33 mil y en 1963 se redujo a 30 mil. Es decir que Betancourt estaba haciendo las cosas igual o peores que Gómez, pagándole a las compañías petroleras para que se llevaran nuestro petróleo. Todo esto, por su puesto justificaba con creces en fastuoso agasajo que el presidente de la Standar Oil, don Nelson Rockefeller, le ofreció en febrero de 1963, en su mansión de Terry Town.
Pues bien, es bueno que se sepa, que las famosas Fundaciones Farfield, Ford y Rockefeller fueron agencias subsidiarias de la CIA, que inyectaban millones de dólares a periódicos, programas de opinión, de radio y televisión, a revistas culturales, para “derrotar a los intelectuales de izquierda en un combate dialéctico y alejarles de sus posiciones mediante la persuasión estética y racional”[2]. Allen Dulles quien fue director de la CIA en 1953, fue gran amigo de David Rockefeller, y por intermedio de éste iba a ser Presidente de la Fundación Ford. La Fundación Rockefeller fue creada en 1913, y contaba para esa época con fondos de unos 650 millones de dólares. En 1957, logró reunir las mentes más influyentes de esta época (sin duda que allí estaba incluido Rómulo Betancourt), cuya tarea consistía en definir la política exterior de EE UU. Entre estas mentes estaban Nelson Rockefeller y Henry Kissinger. “La posición central de Nelson Rockefeller en la fundación garantizaba una estrecha relación con los círculos de la inteligencia norteamericana: había estado a cargo de toda la inteligencia de América Latina durante la segunda guerra mundial. Luego su socio en Brasil, el coronel J. C. King, fue jefe de actividades clandestinas de la CIA en el hemisferio occidental. Cuando Nelson Rockefeller fue elegido por Eisenhower para formar parte del Consejo de Seguridad Nacional, en 1954, su tarea consistió en aprobar varias operaciones secretas. Si necesitaba mayor información sobre las actividades de la CIA, no tenía más que solicitarle a su viejo amigo Allen Dulles una entrevista personal. Una de las operaciones más polémicas para la CIA, fue el programa MK-ULTRA, de investigación sobre el control mental, durante los años cincuenta[3]”, totalmente financiada por la Fundación Rockefeller. Hay que tener en cuenta que uno de los lugares preferidos de Nelson Rockefeller en América Latina era Venezuela, donde llegó a tener (o su familia aún tiene) grandes posesiones en Estado Carabobo. Cadenas de tiendas en este país que eran suyas, fueron luego adquiridas por la organización Cisneros. El mejor amigo de Nelson Rockefeller en América Latina se llamó Rómulo Betancourt.
La CIA, bajo la dirección de la Fundación Rockefeller buscaba organizar en toda América Latina una élite numéricamente limitada que tuviese la capacidad de manipular con astucia, con mentiras y con mucho dinero, a los gobiernos, al pueblo. Esta élite por supuesto debía trabajar muy íntimamente con los medios de comunicación, y ser sus patas más firmes. Es ese grupo al que hoy pertenecen aquello que se llamó el Club Harvard, por ejemplo, donde se encontraban varios mulatos, por cierto. Se encuentran dentro del típico elemento que pueden ser señalados como típicos de esta élite, a Asdrúbal Aguiar, Teodoro Petkoff, Gumersindo Rodríguez, Américo Martín, Diego Arria, Carmelo Lauría, Ramón Escobar Salom, Gerardo Blyde, Allan Brewer Carias, Roberto Giusti y Alberto Quirós Corradi. Esta gente era definida según el plan de Nelson Rockefeller como los líderes de la opinión pública. La utilización de gente como esta ayudados por los dirigentes públicamente apegados a la línea de izquierda, pueden ocultar con poses y bellas palabras las acciones perversas del imperio. Así, simultáneamente se propugnaba un programa de adoctrinamiento en los organismos militares, eclesiásticos, educativos, culturales, para dar una visión de progreso que invitase en todo a imitar el estilo de vida americana. Para ejercer tal presión en todos estos órdenes, la CIA coordinó un gran programa de guerra sicológica en la que incluyó fundamentalmente a periodistas, comentaristas políticos, artistas, profesores universitarios y científicos entre los cuales el comunismo tenía fuerte ascendiente. Estos programas estaban alimentados por llamadas operaciones intelectuales como seminarios, conferencias, simposios, libros, revistas especializadas, proyectos de intercambios de personas, creaciones de cátedras. , proyecciones de películas, la utilización de canciones y leyendas populares, folklore, etc.
Betancourt aprovechó la ocasión para saludar durante esa visita a EE UU, a su gran amigo y benefactor José Figueres, ex presidente de Costa Rica. Para esa época José Figueres junto con Norman Thomas en Costa Rica, dirigían un instituto dedicado a impulsar proyectos de la CIA[4] en América Latina, entre ellos un semillero de líderes políticos democráticos, llamado Instituto de Educación Política. La financiación provenía de la CIA, canalizada a través del Kaplan Fund. El Presidente y tesorero de la Kaplan Fund trabajó para Allan Dulles en 1956. Norman Thomas fungía como un veterano socialista, y fue presidente del Comité Americano por la Libertad Cultural, otra tapadera de la CIA.
[1] El 20 de febrero de 1975 The New York Times recoge un informe de la CIA según el cual esta Agencia le había hecho pagos al señor Carlos Andrés Pérez cuando se desempeñó como ministro de Relaciones Interiores bajo el gobierno de Rómulo Betancourt. Más tarde el mismo The New York Times, el 1º de marzo de 1977, recoge declaraciones del señor David Phillips, Comisionado de la CIA para la vigilancia y control en el Caribe y Venezuela, en las que confiesa ante el Congreso de EE UU que efectivamente sí le había hecho pagos al Ministro de Relaciones Interiores, CAP. La CIA le daba a este ministerio 500 mil dólares mensuales para el sostenimiento de la antiguerrilla. Esta nota del Times estaba firmada por el jefe de redacción de este periódico.
[2] Véase, “La CIA y la guerra fría cultural”, pág. 200.
[3] “La CIA y la guerra fría cultural”, pág. 206.
[4] Véase “La CIA y la guerra fría cultural”, pág. 493.
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