lunes, 24 de marzo de 2014

LA INFAME HISTORIA EN QUE NO NOS CONVERTIMOS.

Por Antonio Aponte
En días pasados conocí a los hijos morochos de una pareja amiga, dos niñitos de un año y medio, hermosos como todos los niños. Tienen una mirada fija, escrutadora. Aquellos grandes ojos, en su inocencia, me interrogaban.
En la noche me desvelé, aquellos ojos de niño me preguntaban por el mundo que les dejaremos cuando la rueda de la vida gire, inexorable, cuando ya no estemos.
¿Cómo nos recordarán? ¿Como aquellos que fracasamos en detener el deterioro de la naturaleza y del humano? ¿Nos culparán de ese mundo hostil que les tocará vivir, donde el hombre será cada vez más una especie forajida, desorbitada de la armonía de la vida, su asesino, transformador del planeta azul en cloaca de su insensatez? ¿De ese mundo donde los buenos serán exterminados y la sobrevivencia autorice cualquier inmoralidad? ¿Un mundo sin ética, sin más reglas que la voracidad de sobrevivir para morir y matar?
¿O nos recordarán como aquellos capaces de sobreponernos a lo inmediato, a la pelea mezquina, al aplauso vano, al halago que enceguece, al miedo, a la codicia, y tuvimos el desprendimiento, el coraje, de fundar un mundo para ellos donde puedan vivir sin miedo de sus semejantes, abrigados con el manto de “todos por el bien de todos”?
Un mundo del futuro, que a veces se asoma al presente, hemos visto. Lo hemos vivido en aquellos instantes en que el altruismo aflora, cuando lo espiritual y la fraternidad son la regla, cuando uno da la vida por salvar al otro. O cuando un pueblo entero detiene a los no-humanos que avanzan con el fascismo en ristre. O cuando una madre amamanta al hijo, y llora junto a él la pérdida de un juguete, o acompaña al otro que tiene miedo en medio de la noche.
Un día, en su futuro, saldrán a la montaña y el sol los calentará, y nos agradecerán porque aún exista el planeta, porque no lo dejamos sucumbir en la avaricia de unos pocos. Una tarde, caminando por las calles de las ciudades, la gente los saludará con una sonrisa. Una mañana de sol radiante, yendo al trabajo que los eleva como humanos, nos dedicarán una poesía, agradeciendo por ese mundo donde todos pueden ser poetas y todos trabajan de acuerdo a sus capacidades, para que todos reciban de acuerdo a sus necesidades.
Así será, Martín, Sebastián, lo prometemos. No dejaremos que a ustedes, a los niños del futuro, les arrebaten el mañana, daremos todo por defender su porvenir. Y nuestra felicidad, nuestro orgullo, será tener la oportunidad de luchar por salvar a la especie, a la vida, por ustedes… aceptamos el reto y vamos con alegría a fundar la humanidad del amor.
¡Socialismo sociedad del amor!

 
 

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