MARISELA GUEVARA
MARISELAGUEVARA2008@YAHOO.COM.AR
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Cada momento de la vida es un milagro tan frágil que no logramos comprender cómo y mucho menos por qué se rompe ese hilo delgado. Cuando nos embarga un dolor como el del tamaño de lo ocurrido en Amuay, aparece, sin que logremos percibirlo en los primeros tiempos, la fuerza de la vida para sobrellevarlo y, aunque no hay recetas para el llanto de la tragedia, es mejor entregarse a ese dolor que tratar de huir de él. No hay cómo escapar. Nos toca aprender con ese dolor adentro, abrazarlo como a un cuerpo querido, como a una parte o a una extensión de uno mismo. Sentir el dolor significa no escapar de él y tampoco paralizarnos en él. Implica llevarlo dentro y a la vez aferrarnos a lo que está fuera de nosotros y que pueda salvarnos, como es el consuelo de la familia, el cariño de las amistades o el sustento psicológico de un profesional.
Sentir y admitir el espanto, la soledad o el miedo que nos causan las abruptas pérdidas humanas en Amuay es una manera de acompañarnos en esta dura realidad de la pérdida afectiva, es acompañar nuestros sentimientos y acompañar el duelo de las familias que perdieron a sus seres queridos, que son, a fin de cuentas también nuestras familias pues ellas son una extensión de nuestra propia humanidad. Es ilusorio percibir nuestro cuerpo vivo separado de la muerte pues ambos son una unidad indisoluble y todos compartimos esa vulnerabilidad.
Por otro lado, tenemos una dimensión inmortal y continuamos viviendo en el corazón de quienes nos han amado. En estos próximos días no sobran las palabras de solidaridad y amor que podamos irradiar. Tampoco exceden los gestos de apoyo traducidos en donaciones de tiempo, de medicinas o de prestar la ayuda que haga falta a los afectados directos e indirectos. Es vital que sepamos hablar con nuestros niños y niñas, y explicarles de forma sencilla lo ocurrido. Seamos el agua serena y curativa que pueda transformar en bondad el doloroso impacto de la desolación que vivimos en este momento.
La vida nos exige procesar estos hechos y a la vez retomar las responsabilidades del hacer. Por paradójico que parezca, ante acontecimientos como este la vida nos pide una pausa y a la vez una continuidad. Mientras superamos la secuela inicial de esta tragedia propiciemos un clima adecuado para que nuestras autoridades se ocupen de investigar las causas de esta tragedia. Así el alivio vendrá. No permitamos que los ruidos, las conjeturas, las especulaciones ganen espacio y nos atrapen. La vida se reconstruye en el apoyo que nos demos unos a otros y en el anhelo de seguir dando espacio a la equidad en nuestro país.
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