por Monica G. Prieto
Crónica bajo el bombardeo de la ciudad de Homs, en los días de Navidad 2011, realizada clandestinamente por la periodista Mónica G. Prieto durante el asedio.
Resultaba imposible reconocer en los restos mutilados que yacían en la cocina de la humilde vivienda al joven Ali Ahmed al Zeib. La mirada curiosa con la que el crío de 15 años miraba horas antes a su madre cuando ésta rememoraba la repentina pérdida de su hermano Mahmud, de 12, víctima de una bomba de clavos lanzada por un tanque sirio un mes atrás en la calle donde vivía, estaba ahora congelada; sus miembros habían desaparecido. Dolía recordar al pequeño Ali mientras ayudaba, unas horas antes, a Umm Yihad a buscar fotos de su hermano, cuando contenía la respiración mientras ésta se refería con orgullo a la pérdida que, decía, “le estaba rompiendo el corazón”. “Pero ha muerto como un mártir de la revolución, gracias a dios, y estoy dispuesta a dar a mis hijos uno por uno para acabar con este régimen. Desde pequeña aprendí de mis padres que Hafez Assad [padre del actual presidente] era un criminal. Pensaba que su hijo no sería tan malo, ahora he descubierto que es incluso peor que su padre”.
Lo que Umm Yihad no podía sospechar es que apenas unas horas después de recibir a Periodismo Humano en su vivienda de Baba Amr, uno de los barrios más significados de Homs, la agresión militar lanzada por el régimen sirio contra sus ciudadanos le arrebataría a otros dos de sus vástagos. A las seis de la tarde del martes 20 de diciembre, un proyectil caía de lleno sobre su residencia provocando lo que Baba Amr considera la peor matanza desde que se rebeló contra Bashar Assad. Ali Ahmed yacía en la cocina convertido en un tronco despedazado, con sus grandes ojos perdidos en el vacío. Uno de sus brazos despuntaba entre los escombros en los que había quedado convertida la vivienda, una hora antes una casa amplia y sencilla donde Umm Yihad repartía frutas, todo un lujo en el cerco de Homs, a los invitados. Los restos de él y de su hermano mayor, Yihad, de 24 años, habían quedado esparcidos formando una grotesca colección de despojos por la habitación. A un lado de la estancia, una enorme bandera con restos de arroz permitía suponer que la explosión que ha vuelto a romper el corazón de Umm Yihad les había sorprendido en plena cena.
´La familia Al Zeib, bien conocida en Homs, no fue la única víctima de la tragedia provocada por las fuerzas de Bashar Assad. Parte de la vivienda vecina, perteneciente a los Al Aad, emparentada con los primeros, colapsó por la potencia de la explosión. El polvo y el olor a muerte y a explosivos impregnaban un ambiente irrespirable. Los alaridos de los vecinos, desencajados, hacían la atmósfera aún más irreal.
“¡Por aquí, por aquí!” La escalera, cubierta de escombros, conducía a una segunda planta donde varios hombres trabajaban frenéticos. Uno de ellos iluminaba con una linterna, arrojando alguna luz en la impenetrable oscuridad de la noche de Homs, donde el presidente sirio no permite que sus habitantes disfruten del lujo de la electricidad como castigo por no someterse a su régimen policial. Otro era conminado a llevar una manta. Un tercero, en el tejado, bajó como pudo una masa ensangrentada: una columna vertebral con colgajos ensangrentados. Los lanzó sobre la manta y acto seguido vomitó. El segundo hombre los envolvió mientras los demás trataban de localizar más restos de quien horas antes se disponía agotar un nuevo día de horror.
Bienvenidos a Homs, desde hace cinco meses asediada, bombardeada y atacada por las fuerzas de la dictadura siria, donde los supuestos salafistas que clama combatir el régimen son niños, mujeres y hombres cuyo delito es exigir libertad. Bienvenidos al Homs real, tan diferente al que describe el Gobierno de Damasco, que asegura estar combatiendo terroristas armados y donde las únicas armas son las de soldados desertores sin munición suficiente para mantener un combate cuerpo a cuerpo con el Ejército agresor y sus milicias, los shabiha, fuerzas irregulares con impunidad suficiente para disparar aleatoriamente en tiroteos constantes, que suelen causar una decena de víctimas diarias.
Bienvenidos a Homs, donde los únicos lugares donde tratar los heridos son viviendas particulares habilitadas como hospitales de campaña como el que alojaba a los miembros de las familias Al Aad y Al Zeib, donde los heridos comparten estancia con los pedazos de sus familiares porque los hospitales públicos están tomados por leales al régimen y han sido convertidos en centro de detención y torturas. Bienvenidos, en fin, a Siria, donde sus ciudadanos viven en tal estado de miedo que ni los heridos se atreven a dar sus verdaderos nombres por miedo a que ellos o sus familias sufran represalias por haber recibido un disparo del Gobierno al que mantienen.
Crónica bajo el bombardeo de la ciudad de Homs, en los días de Navidad 2011, realizada clandestinamente por la periodista Mónica G. Prieto durante el asedio.
En el cementerio de Al Naas, cercano a las vías del tren, 40 tumbas yacen abiertas como heridas en la tierra. “En esta ciudad somos todos proyectos de mártir, hay que mantener las sepulturas listas cada día para acoger a nuestros shahid”, explica Abu Ayyad, uno de los ciudadanos que ha consagrado su vida a la revolución popular contra el régimen. A su lado, tumbas recientes y precarias informan de la suerte de un nuevo mártir. “A menudo disparan contra los funerales, así que no se puede permanecer mucho tiempo aquí”, informa el mismo joven. A veces un trozo de cartón hace las veces de lápida, símbolo de la precariedad y la urgencia. “Shajid Marzuk Sharif al Nasser, torturado y muerto en el hospital militar”, reza una de ellas. “En Homs ya no lo llamamos masfah al askari, sino maslah al askari”, confía uno de los activistas, provocando sonrisas en el resto. La expresión masfah al askari, hospital militar en árabe, ha sido sustituida por maslah al askari, matadero militar.
Horas después, en plena noche, las familias Al Zeib y Al Aad enterraban lo que quedaba de los suyos en el lugar. En el hospital de campaña no existe una morgue donde mantener los restos durante mucho tiempo: lo más parecido es una habitación donde depositan los cadáveres y les echan hielo para conservarlos hasta que éste se funde. A la mañana siguiente, tuvieron que celebrar otro oficio para los últimos restos humanos hallados entre los escombros cuando la luz del día permitió encontrarlos.
El improvisado hospital funciona casi exclusivamente con un generador. La electricidad nunca fue un problema en Homs hasta que comenzó la revolución, tampoco el agua. Ahora el régimen usa ambos elementos a modo de castigo colectivo. Sólo hay cuatro horas de suministro y nunca se sabe cuando comienza y cuándo acaba. Pero en la tercera ciudad de Siria faltan muchas cosas. Cada mañana se forman colas ante los camiones de gasóleo y los lugares donde solían venderse bombonas de gas. Los vecinos se preguntan unos a otros dónde encontrar combustible, imprescindible para alimentar las calefacciones dispuestas en el salón de cada casa y combatir las bajas temperaturas, cercanas a cero grados, que vive Homs en invierno.
Los suministros médicos son otra de las grandes carencias. Y no es porque la población no los acumulara antes o porque no haya encontrado la forma de entrarlos desde el exterior de contrabando, con la ayuda de sirios exiliados o huidos durante la represión para evitar una orden de búsqueda y captura, sino porque es muy difícil romper el férreo cerco impuesto por el régimen en la ciudad. El único médico que dirige el hospital de campaña, Abu Berri, un hombre buscado por las autoridades -“por salafista”, dice con una gran carcajada mientras se mesa la barba y se recuesta sobre Lina, su enfermera, quien responde cómplice a la broma palmeando la rodilla del doctor- hace un repaso de qué necesitan. “Sangre, suero, anestesia, antibióticos, vendas, respiradores… Estamos amputando con cuchillos. Las traqueotomías las practicamos con los tubos de las arguiles [pipas de agua] por falta de equipamiento. En esta casa de tres habitaciones operamos, estabilizamos, lavamos los cadáveres y hasta cosemos las mortajas. Es un milagro que salvemos vidas”.
Civiles de Homs cruzan corriendo una avenida bajo el fuego indiscriminado de francotiradores y soldados del ejército de Assad. (Mónica G.Prieto /Periodismo Humano)
Todo parece suceder por milagro en Homs. Muchas víctimas de la represión no pueden alcanzar el cementerio con seguridad. Depende de dónde sean colocados los 40 checkpoints gubernamentales, según estiman los activistas, de dónde hayan tomado posiciones los francotiradores dispersos en los tejados de la ciudad, de dónde se haya producido el deceso y de cuánta distancia les separe del camposanto. Tantas veces los vecinos se ven obligados a enterrar a los suyos en los jardines de sus casas, porque el fuego les impide llegar más lejos.
Baba Amr se considera afortunada pee a todo. A diferencia del resto de Homs, el Ejército Libre de Siria, la formación de soldados que han desertado espantados por las exacciones del régimen, siguen controlando el barrio. Ocho puestos de control de esta paupérrima milicia protegen los accesos de forma precaria, y sus miembros vigilan a todo extraño que intente penetrar en el barrio. Sus medios son los mismos con los que desertaron: en la calle Shaat al Arab, un solo lanzagranadas está apoyado en el muro, junto a los sacos de arena que han sido amontonados a modo de trinchera.
Si el régimen decide someterles por las armas, lo puede hacer en pocas horas pero el número de víctimas sería masivo. “Nuestra única misión aquí es defender a los civiles. No tenemos capacidad para lanzar un ataque contra el Ejército de Bashar”. Seguramente sea eso lo que les impida tomar esa decisión, y lo que permite que Baba Amr sea ahora escenario de protestas diarias e improvisadas donde desde niños hasta ancianos corean consignas que van desde la consabida “Sólo dios, Siria y libertad” hasta “preferimos morir libres que vivir sin dignidad”. Una amalgama de coros en las calles que ellos consideran un soplo de libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario