Reinaldo Iturriza López
Cada quien que saque su cuenta. Pero no recuerdo un fervor popular como el que vi hoy, a las afueras de Miraflores, a menos de cincuenta metros del Balcón del Pueblo. La expectativa. Las pasiones desbordadas. El apretujamiento. Una verdadera marea humana: mar picado, clima tempestuoso. La expectativa. La impaciencia. ¡Queremos ver a Chávez! Cuando finalmente aparece, es como el hombre que ha regresado de la muerte. Hay mucho de celebración, pero también algo semejante a la sorpresa contenida. La señora detrás de mí no pierde tiempo en aplausos que se los lleva el viento: lo encomienda a todos los santos, a todas las deidades, se persigna. Reza. Qué diferencia entre aquella entrega y las oraciones fingidas de los apoltronados. Aquí no hay protocolo ni cálculo alguno. Esto es como salga. Y el resultado es hermoso, genuino. Dale negra, pide por el hombre, que voy pegao ahí. Una vez más, el pueblo venezolano dictando lecciones: el amor se expresa en la calle, movilizándose. No encerrándose. Hay también algo de incredulidad, de duda angustiosa: algunos, aunque muy pocos, comienzan a retirarse apenas se asoma. Lo han visto y es suficiente. Como un latigazo que sale de las gargantas, lo mismo resuena el clásico ¡Volvió, volvió, volvió, volvió! en honor al hombre que ya una vez quisieron arrebatarnos la muerte y la traición, como el ¡Palante, palante, palante comandante! Todo aquel que ha estado en alguna movilización chavista sabe que incluso durante el discurso central, se impone el bullicio alegre, indomable: no hay desatención allí, sino fiesta continuada. Por eso, las palabras de Chávez no son escuchadas, sino celebradas. Hoy, en cambio, se ha alternado con el mismo bullicio un silencio atronador, conmovedor. El pueblo escucha atento, no quiere perder palabra. A Chávez se le quiebra la voz un par de veces. Es un roble. Es un duro. Ese tipo sí es arrecho. Pero no está para discursos largos. La segunda vez, el tipo parado en frente de mí se quiebra, baja la cabeza y confiesa en un susurro: "Nunca había visto a Chávez así". Le duele un dolor que no es ajeno, sino fraterno. Chávez nos duele hondo, como duele el amor cuando es verdadero. El mismo pueblo que ha desesperado por verlo, que ha clamado por su palabra, por su presencia, ahora grita las consignas: ¡Reposo, reposo, reposo! A lo lejos escuchamos: ¡Que descanse, que descanse! Lleva apenas media hora, pero es suficiente. Chávez se resiste, pero acata la orden popular. Todos aquellos que no han entendido el significado de la palabra "interpelación", pues allí lo tienen. Acata disciplinadamente la orden popular. Porque lo necesitamos fuerte, al comandante. El hombre se retira y vuelve. Vuelve. Aplausos y consignas. Volviste Chávez. Volviste. Volvió, nojoda. Carajo compa, no te has ido. Estás con nosotros siempre.
Cada quien que saque su cuenta. Pero no recuerdo un fervor popular como el que vi hoy, a las afueras de Miraflores, a menos de cincuenta metros del Balcón del Pueblo. La expectativa. Las pasiones desbordadas. El apretujamiento. Una verdadera marea humana: mar picado, clima tempestuoso. La expectativa. La impaciencia. ¡Queremos ver a Chávez! Cuando finalmente aparece, es como el hombre que ha regresado de la muerte. Hay mucho de celebración, pero también algo semejante a la sorpresa contenida. La señora detrás de mí no pierde tiempo en aplausos que se los lleva el viento: lo encomienda a todos los santos, a todas las deidades, se persigna. Reza. Qué diferencia entre aquella entrega y las oraciones fingidas de los apoltronados. Aquí no hay protocolo ni cálculo alguno. Esto es como salga. Y el resultado es hermoso, genuino. Dale negra, pide por el hombre, que voy pegao ahí. Una vez más, el pueblo venezolano dictando lecciones: el amor se expresa en la calle, movilizándose. No encerrándose. Hay también algo de incredulidad, de duda angustiosa: algunos, aunque muy pocos, comienzan a retirarse apenas se asoma. Lo han visto y es suficiente. Como un latigazo que sale de las gargantas, lo mismo resuena el clásico ¡Volvió, volvió, volvió, volvió! en honor al hombre que ya una vez quisieron arrebatarnos la muerte y la traición, como el ¡Palante, palante, palante comandante! Todo aquel que ha estado en alguna movilización chavista sabe que incluso durante el discurso central, se impone el bullicio alegre, indomable: no hay desatención allí, sino fiesta continuada. Por eso, las palabras de Chávez no son escuchadas, sino celebradas. Hoy, en cambio, se ha alternado con el mismo bullicio un silencio atronador, conmovedor. El pueblo escucha atento, no quiere perder palabra. A Chávez se le quiebra la voz un par de veces. Es un roble. Es un duro. Ese tipo sí es arrecho. Pero no está para discursos largos. La segunda vez, el tipo parado en frente de mí se quiebra, baja la cabeza y confiesa en un susurro: "Nunca había visto a Chávez así". Le duele un dolor que no es ajeno, sino fraterno. Chávez nos duele hondo, como duele el amor cuando es verdadero. El mismo pueblo que ha desesperado por verlo, que ha clamado por su palabra, por su presencia, ahora grita las consignas: ¡Reposo, reposo, reposo! A lo lejos escuchamos: ¡Que descanse, que descanse! Lleva apenas media hora, pero es suficiente. Chávez se resiste, pero acata la orden popular. Todos aquellos que no han entendido el significado de la palabra "interpelación", pues allí lo tienen. Acata disciplinadamente la orden popular. Porque lo necesitamos fuerte, al comandante. El hombre se retira y vuelve. Vuelve. Aplausos y consignas. Volviste Chávez. Volviste. Volvió, nojoda. Carajo compa, no te has ido. Estás con nosotros siempre.
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