*JUAN MARTORANO.
Después de haber identificado la necesidad de una organización militante y un proyecto de ruptura, debemos ahora ubicar algunas prácticas, actitudes y acciones organizativas que pueden inhibir la participación popular. Esto para evitar que, como se ha visto una y otra vez, el instrumento de lucha del pueblo, en lugar de potenciar su causa, se empiece a convertir en un obstáculo a vencer. Como decíamos al principio, muchas veces nos encontramos con que a pesar de que las condiciones objetivas para la lucha están dadas, es decir, hay miseria, explotación, descontento, etc., el pueblo no sólo no toma parte en las organizaciones populares, sino que además, en ocasiones les tiene cierta desconfianza y recelo, y se aleja de ellas, llegando incluso a adoptar posiciones de derecha. ¿Por qué sucede esto? ¿Qué hace que una organización en lugar de atraer al pueblo, lo aleje?
Pues bien, podemos dividir estos obstáculos en dos, 1) los que tienen que ver con la práctica de la organización, es decir, cuando ésta es incongruente con sus objetivos, y 2) los que tienen que ver con los objetivos mismos de la organización, con su contenido programático.
La práctica incongruente
Cuando una organización está luchando por construir una sociedad democrática, una sociedad sin explotación, sin discriminación, en donde se respeten los derechos humanos, esta organización no puede para lograr su objetivo, ser antidemocrática, o discriminar, o violar los derechos humanos. No se puede luchar por la igualdad cuando se práctica la desigualdad, o luchar por el respeto y la dignidad, cuando en la practica no se respeta a los individuos. No se puede luchar por la libertad cuando se practica el machismo, el sexismo o el autoritarismo. Pues bien, estos principios que parecieran ser sentido común, son en la mayoría de los casos problemas que se reproducen una y otra vez en la práctica política. Este tipo de incongruencia entre los objetivos declarados de una organización y su práctica, hace que el pueblo desconfíe del alcance de la lucha de esa organización y que se desencante de ella, provoca una falta de credibilidad.
Todo discurso de libertad suena necesariamente hueco frente al pueblo cuando en su práctica se reproducen las relaciones patriarcales, cuando los compañeros son machistas, cuando a las mujeres se les discrimina directa o indirectamente. Aquí tenemos que resaltar que en la mayoría de las organizaciones políticas, las mujeres han tenido que enfrentarse a mayores obstáculos que los hombres, pues sufren desde acoso sexual, hasta el hecho de que no se les tome en serio o se les pretenda relegar a tareas superficiales, o incluso se les llega a condenar a reproducir su papel de cuidadoras del hogar. Así, cuando hay alguna reunión o algún evento, casi siempre son las compañeras quienes terminan cocinando o limpiando, mientras que los compañeros son los que toman los papeles protagónicos. Los puestos de dirigencia están dominados por compañeros, mientras que en los niveles más bajos, son casi siempre las mujeres las que tienen que hacer los trabajos más tediosos. Esta realidad no es fortuita, sino que es el reflejo de un machismo velado al interior de las organizaciones, lo que comienza a hacer que las mujeres no se acerquen a la organización, pues en los hechos, sienten que la opresión de género no encuentra solución en la lucha de esa organización. No es casualidad que muchas veces la proporción de hombres y mujeres militantes esté inclinada hacia los varones.
El autoritarismo, por su parte, también se vuelve un obstáculo importante para la participación popular, pues en las organizaciones autoritarias, el pueblo, en lugar de reafirmarse como sujeto de su propia transformación, se comienza a tratar como incapaz de tomar sus propias decisiones, como quien no puede pensar por sí mismo y sólo tiene que responder a la autoridad central. El autoritarismo inhibe la discusión, el debate, la crítica, etc., lo que impide que la organización autoritaria pueda desarrollarse. Como sabemos, todo desarrollo organizativo y político es el resultado de la relación dialéctica entre los conceptos y verdades ya adquiridos, y la práctica que va resultando en nuevos conceptos. Esto significa que la crítica y el debate, los errores, y el aprendizaje que se deriva de ellos, son imprescindibles para el avance de toda organización. Una organización autoritaria no sabe escuchar a sus militantes o al pueblo, sino que se piensa conocedora de toda verdad. Esto se refleja también en una separación con el pueblo, pues éste al no sentirse escuchado, desconfía de quien le venga a vender verdades.
Otros ejemplos de prácticas incongruentes son el sectarismo, el burocratismo, el paternalismo, el pragmatismo, el despotismo, la falta de autocrítica, etc. Todas estás prácticas no sólo debilitan a la organización misma, sino que hacen que el pueblo se vuelva escéptico y se desencante de la lucha política y social. Pero no sólo es el pueblo el que se desencanta, sino que muchas veces los mismos militantes de una organización comienzan a alejarse o a caer en desviaciones personales al encontrar que su organización no responde a las expectativas que tenían de ella. Así, cuando una organización comienza a actuar incongruentemente, se produce un choque con el ideal del militante, quien tiende a desmoralizarse. Cuando hay desmoralización en los militantes de una organización, también se comienzan a dar problemas personales, emocionales, de estilo, etc. Finalmente, como la relación entre la organización y el militante es dialéctica, cuando los militantes tienen problemas personales y están desmoralizados, la organización también se debilita, y se intensifican las incongruencias en su práctica. Esto es un círculo vicioso.
Cuando la organización no presenta una alternativa viable al pueblo
La participación del pueblo no sólo se puede desalentar a partir de las prácticas incongruentes, sino que también es el resultado de una incapacidad de las organizaciones de ofrecer alternativas viables que resuenen en la realidad cotidiana del pueblo. En la mayoría de los casos, la izquierda y los movimientos sociales y políticos congruentes basan su práctica y su discurso únicamente en la idea de una ruptura con el régimen actual, con el orden social, con el sistema imperante. Por supuesto, la ruptura con el régimen, no nos cansamos de decirlo, tiene que ser parte fundamental de los objetivos y el contenido programático de la organización, si es que ésta verdaderamente aspira a una transformación profunda. Sin embargo, la ruptura por sí misma no es suficiente para que el pueblo tome en sus manos la lucha y participe de las organizaciones. Por el contrario, el pueblo no está dispuesto a sacrificar su cotidianeidad, o a poner en riesgo su vida tal y como es, únicamente por la promesa de un futuro, por la promesa de un conflicto, de una tensión, de un choque, a partir del cual se deriva un futuro.
Esto se vuelve obvio cuando vemos a muchas organizaciones políticas y sociales que se forman a partir de una negación, es decir, en oposición a algo, en contra de algo. Por ejemplo, tenemos los movimientos anti-capitalistas, anti-neoliberales, los frentes anti-represión, anti-discriminación. Surgen los colectivos contra la brutalidad policiaca, contra la explotación, etc. En todos estos casos, la movilización se da en torno a una oposición a algo, a un sistema de opresión; una oposición a algo que se busca destruir. Esto no está mal. Es necesario. Sin embargo, nos ha faltado ir más allá de la destrucción y comenzar a ver la construcción de lo alternativo. Nos dice Ezequiel Adamovsky que toda “ política emancipatoria que, como programa explícito y/o como parte de su ‘cultura militante’ o su ‘actitud’, se presente como una fuerza puramente destructiva del orden social (o, lo que es lo mismo, como una fuerza que sólo realiza vagas promesas de reconstrucción de otro orden luego de la destrucción del actual), no contará nunca con el apoyo de grupos importantes de la sociedad. Y esto es así sencillamente porque los prójimos perciben (correctamente) que tal política pone seriamente en riesgo la vida social actual, con poco para ofrecer a cambio”.
El pueblo ya no está dispuesto a poner en riesgo su “normalidad” por la vaga promesa de que en el futuro, los revolucionarios le van a ofrecer una mejor vida que la actual. Esto significa que el gran reto de las organizaciones populares es, además de luchar por la ruptura con el régimen, comenzar a construir desde ahora esas alternativas de sociedad, esas alternativas de poder popular que tengan resonancia en su realidad cotidiana, que se puedan comenzar a experimentar ya, a vivir ahora, no “después de la revolución” y que sufran sus correctivos, una y otra vez que el pueblo organizado lo requiera. Ya “no hay futuro para una estrategia (o una actitud) puramente destructiva que se niegue a pensar la construcción de alternativas de gestión aquí y ahora , o que resuelva ese problema o bien ofreciendo una vía autoritaria y por ello inaceptable (como lo hace la izquierda tradicional)”.
Construir el poder popular en el presente, en la realidad inmediata del pueblo, tanto a nivel macro, como a nivel micro, es esencial para la transformación social. Este poder popular debe ir construyendo las alternativas y resolviendo las necesidades tanto en lo político (como formas autónomas de gobierno) y económico (procesos de producción autogestivos y comunales) como en lo social y cultural (instituciones autónomas de salud, de educación, de comunicación popular, etc.,) así como en lo que se refiere a la protección misma de estos procesos, como es la autodefensa y los procesos de impartición de justicia popular. Para esto se necesitan conocimientos y habilidades en el manejo de herramientas como el lenguaje, como la planeación participativa, como la animación festiva, como la valoración del ejemplo, como el apoyo mutuo ante situaciones difíciles de la militancia y de la vida cotidiana de los que luchamos por una nueva sociedad.
Si las organizaciones populares no son capaces de ofrecer desde ya esas alternativas viables de vida digna y de poder popular, y no sólo la promesa de un futuro mejor después de la ruptura con el régimen, se corre el riesgo de que el pueblo no sólo no participe sino que comience a adoptar posturas reaccionarias al percibir en las organizaciones revolucionarias y de ruptura una amenaza a su cotidianeidad y a sus libertades de sentir, pensar y actuar de acuerdo con sus ritmos y sus alcances. (Continuará...).
*Abogado, Analista Político y militante del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Moderador de los Programas Informativos y de Opinión, "Micrófono Abierto", "Lo que se Habla" y "Caminos Libres", transmitidos de lunes a viernes de 12 m a 2 pm por la Emisora Comunitaria "Llovizna" 104.7 FM, y los días martes de 7 pm a 8 pm y domingos de 8 pm a 9 pm por la Emisora Cultural, Informativa y de Entretenimiento perteneciente a la Corporación Venezolana de Guayana (CVG, Corporación para el Socialismo) y del Sistema Nacional de Medios Públicos, "La Voz de Guayana" 89.7 FM, respectivamente. jmartoranoster@gmail.com , j_martorano@hotmail.com , juan_martoranocastillo@yahoo.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario