jueves, 20 de noviembre de 2008

De vuelta a la vida.

América Marina

Hace unos meses Johan tenía solo el tercer grado a pesar de sus 16 años. Había dejado la escuela desde los nueve, cuando empezó a escaparse de las clases para refugiarse en casa de su abuela. Pero después, ella murió. “Entonces agarré la calle y la droga”, cuenta. “Me crié en la calle”. Vivaz y comunicativo, hoy es uno entre la veintena de muchachos en la espaciosa, disciplinada, y bien dotada aula de la Fundación Niños del Sol, en Maracaibo. También tuvieron sinsabores. Ahora están en plan de desintoxicación al tiempo que reciben sus clases. Johan es uno de los mayores y está satisfecho y orgulloso. Avanzó mucho sobre la enfermedad que le hacía agarrar la droga, y ya puede salir diariamente de la institución. Se le nota seguro de sí. “¡Tres grados hice aquí! Ahora en las tardes salgo al colegio normal y en las mañanas hago el ‘académico’ en el centro: repaso y tareas. Me gusta aquí porque me tratan bien; uno hace cursos… me lavan la ropa, y cuando salga me dan los ‘los tikets’, los papeles, para seguir la escuela afuera. Salgo este mes”. Igual que él, otros 177 niños y adolescentes han sido atendidos directamente como internos en el Centro de Desintoxicación Niños del Sol, inaugurado por la Alcaldía de Maracaibo en el año 2003. Son 177 menores arrebatados a la adicción, el desamparo y la exclusión y reincorporados a la sociedad, aunque siempre se les mantiene seguimiento en consultas externas. Mientras la gobernación de Manuel Rosales dilapida los recursos del Estado en campañas políticas y favores personales, la alcaldía bolivariana de Maracaibo, con Gian Carlo di Martino, suma esta institución a las obras más importantes creadas en la capital zuliana en los últimos años; sobre todo, por su valor humano. Programa integral y costoso No se trata sólo de la espaciosa instalación provista de dormitorios, comedor, áreas de deporte y de artes plásticas, informática, lectura, recogimiento espiritual… Niños del Sol es un programa integral, una red que cuenta con este Centro de Desintoxicación y, aledaña, su Comunidad Terapéutica, y además tiene afuera los centros de orientación familiar en las parroquias, comedores-escuela para erradicar el trabajo informal, y el apoyo de los consejos comunales e instituciones empeñados no ya en rehabilitar a los muchachos con problemas, sino en prevenir y evitar que el resto los tengan. Sicólogos, siquiatras infanto-juveniles, terapeutas de familia, nutricionistas y trabajadores sociales expertos en infancia, entre otros especialistas, están incorporados al plan. Solo en el Centro de Desintoxicación y en la Comunidad Terapéutica laboran un total de 93 personas, incluidos los responsables de la seguridad, que mantienen guardias a toda hora. “Esto no lo enseñan en la Universidad: es una sistematización de la experiencia que uno va haciendo”, explica la directora de la Fundación, doctora Jenny Fernández. “El tratamiento es muy individualizado. No hay un protocolo único para cada niño. No todos reaccionan igual”. A los que cuentan con al menos un familiar interesado en ayudarles y que se responsabilice, se les atiende de forma ambulatoria pues, recuerda la directora, “nada suple a la familia”. Pero está, además, el tratamiento farmacológico, que es muy costoso. “En una institución privada, el tratamiento que se da aquí a los muchachos costaría unos 30 millones de bolívares al mes”. El hecho de que la Clínica de Desintoxicación y la denominada Comunidad Terapéutica estén vinculados convierte a Niños del Sol en un programa único en Latinoamérica, pues en otros países ambas fases trabajan separadas. “Es importante que los equipos de terapeutas se comuniquen, y acompañen al paciente de una fase a otra, para que no recaiga”. Los resultados son notables. Mientras en otras naciones latinoamericanas el porcentaje de permanencia de los muchachos dentro del plan es del 22 por ciento de la población atendida, en Niños del Sol es del 66 por ciento. El propósito del programa general es la ejecución de políticas dirigidas a la infancia, la adolescencia y la familia, y arroja un saldo alentador que es visible sin recurrir a las cifras. Basta mirar a las calles. “Cinco años después de iniciado, no ves lo que años atrás en Maracaibo: chamos en todos los semáforos, harapientos y agresivos por el daño que les había causado ‘la sustancia’ a nivel neurológico”, comenta la doctora Fernández. “Todo el que sea de aquí sabe el impacto que ha generado este proyecto tanto en el municipio como, a nivel general, en los espacios comunitarios”. En el año 2000 se dieron los primeros pasos con la realización de los diagnósticos iniciales entre las personas en estado de indigencia, o que consumían sustancias sicotrópicas. Luego se diseñaron los programas y comenzó este proyecto “para dar respuesta a la población menor con problemas de adicción, cualquiera sea ésta y cualquiera la sustancia”, agrega la Directora. “El único recaudo es que sea menor y de escasos recursos económicos. El objetivo principal son los niños y jóvenes hasta los 18 años que se encuentren en situación de calle”. En estos momentos, 250 chamos que los censos identifican como trabajadores reciben ayuda indirecta, mediante la orientación que se da a sus padres en los centros de apoyo a la familia. Labrando la tierra David Romero es asistente técnico pero su labor podría entenderse como la de un consultor, un padre eclesiástico que habla a los niños del amor al próximo y del perdón; un amigo mayor. Así le tratan niños y jóvenes cuando los consigue en el comedor o el pupitre, y así de orgulloso y feliz habla él de los avances de sus pupilos al mostrar los trabajos más recientes en artesanía, los dibujos, los libros que leen. Su signo es la comprensión. Les habla mucho David y, a pesar de eso, entiende que “no todo lo que la sociedad les presenta podemos enseñarlo acá en un día”. “Hemos tenido chicos que al salir han ingresado al trabajo o la escuela; pero si sus problemas familiares no los han resuelto, podrían tomar una decisión equivocada y volver al camino que habían dejado atrás. “Como se les mantiene un tratamiento ambulatorio, entonces pueden hallar aquí las herramientas para levantarse. A veces hay maestros que saben y avisan. Pero muchos de ellos buscan voluntariamente nuestra ayuda de nuevo, porque saben que los recibimos con los brazos abiertos”. Por fortuna, no es el caso de José Luis Montiel, quien se superó tanto en un año y cuatro meses en el Centro, que ahora trabaja a medio tiempo en el huerto del plantel mientras se capacita en estudios agropecuarios. Dice que lo logró “escuchando a la gente, agarrando consejos”. Le gusta todo lo que tiene que ver con la atención del ganado y la siembra de vegetales. Pero también lo hace muy feliz ver brotar las mazorcas del maíz y recoger la yuca. “Lo que más me gusta es el cultivo, producir para las demás personas: eso nos trae algo bueno. “Antes para mí, vivir era una perdición. Ahora ¡esto sí es una vida!”.

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