Hernán Mena Cifuentes
El poder de fuego de sus ejércitos no es el único método usado por el Imperio en su proyecto de conquista planetaria, ya que además recurre a la secesión para socavar la unidad geográfica o política de los pueblos mediante las “Revoluciones de colores”, engendro usurpador de la identidad de esos históricos procesos que produce cambios en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación, y la separación del Tibet se inscribe en esa táctica diabólica. Las agencias de espionaje y financiamiento de contrarrevoluciones de Estados Unidos, como la Central Intelligence Agency (CIA); la U.S. Agency for International Development (USAID) y la National Endowment for Democracy (NED) son algunos de los instrumentos que, junto con grupos de apátridas, se utilizan para desatar conspiraciones bajo la fachada de “protestas” a favor de la democracia y los DDHH, pero cuya única finalidad es derrocar gobiernos o dividir países para sustituirlos por regímenes o naciones títeres del imperio. Así se dieron Las revoluciones “Rosa” en Geogia en 2003; “Naranja” en Ucrania en 2004; la del “El Cedro” en Líbano en 2005 y la de “Los Tulipanes” en el Kirguistán, ese mismo año para imponer gobiernos incondicionales a los lineamientos geoestratégicos de EEUU, la mayoría de ellos en países ex miembros de la ex Unión Soviética, y fronterizos o aliados de la actual Federación Rusa, con miras a cercarla política y militarmente. Mas, no todo le ha salido “color de rosa” al Imperio a lo largo de sus aventuras destinadas a imponer sus llamadas revoluciones de colores, ya que, embriagados por los aires de sus triunfos iniciales en Europa, el Medio Oriente y Asia Central, intentaron extender sus conquistas mas allá de esas regiones, pero fracasaron al tratar derrocar con la Revolución “Blanca” al gobierno de Bielorrusia y al de Birmania (Myanmar), con la Revolución “Azafrán”. Como la ambición imperial no tiene límites de tiempo y espacio, trascendió mas allá de aquellos continentes hasta llegar a América, pero hasta ahora fallado en su empeño por destruir procesos revolucionarios como los que se han dado en Bolivia, Ecuador, Nicaragua, y Venezuela, cuyos pueblos y gobiernos, conscientes de que las intrigas golpistas continúan, mantienen un estado de “Alerta máxima”, para enfrentar los embates de las conspiraciones urdidas desde Washington con el apoyo de las oligarquías criollas. Quien no conozca la verdadera historia del Tibet y solo tenga como referencia la obra de James Hilton, que presenta a Shangri-La, edénico lugar enclavado en el Himalaya donde la gente vive cientos de años en un mundo de paz, armonía, fraternidad y riqueza, gobernada por sabios y venerables monjes budistas presididos por el Dalai Lama, ignora la terrible realidad que vivió durante siglos ese pueblo, esclavizado bajo el régimen feudal de los lamas, hasta que China, revertió aquel caos mediante un cambio de las arcaicas estructuras político-sociales allí existentes. Esa fría y casi inaccesible región del Asia, desde hace 700 años, territorio legítimo de China, cuyos habitantes fueron durante siglos propiedad de una casta de monjes budistas, señores feudales que lo esclavizaron manteniéndolo en ignorancia, enfermedad y sumisión en contra de los principios de una religión creada hace más de 2.500 años por Buda, “El Iluminado” que predicó el amor y la bondad como vía dirigida a alcanzar con la práctica del Bien y la meditación, la felicidad suprema Pero, para que en China se diera esa transformación, debieron transcurrir siglos de luchas sociales y de guerras para, primero, poner fin a la secular dominación y explotación de las potencias europeas que la habían sometido a su poder, y luego, derrotar a los invasores japoneses y finalmente al régimen pitiyanqu de Chian Kai-Shek, gesta histórica que fue posible, gracias al liderazgo del gran líder comunista Mao Tse Tun, quien fundó la República Popular China el 1º de octubre de 1949. Una vez constituida el nuevo Estado socialista, se procedió a la organización política, económica, social, administrativa y territorial del país, estableciendo entre otros territorios, 5 regiones autónomas asociadas con igual número de las minorías étnicas mayoritarias en el país, entre ellas el Tibet, una de las regiones mas remotas del planeta, enclavada en una meseta rodeada de los Himalayas las montañas mas altas del mundo, aislada virtualmente hasta hace pocos años del resto de China y del resto del planeta. El Budismo penetró al Tibet en el siglo VII de nuestra era y, a través del Lamaismo, dominó y explotó al pueblo tibetano durante siglos, imponiéndole un sistema feudal, convirtiendo a su gente en un pueblo de siervos y esclavos sumidos en la miseria, la ignorancia y la enfermedad hasta que, a mediados del pasado siglo el gobierno chino decidió poner fin a esa situación dando inicio a un proceso de rehabilitación social que muy pronto cosechó notables éxitos. Se construyeron escuelas, hospitales, carreteras, aeropuertos, viviendas, y ese prodigio de la ingeniería moderna como es el ferrocarril más alto del mundo, obras que unió al Tibet con el resto del país, que contribuyeron a la apertura de fuentes de trabajo y que se ampliaran las expectativas de vida, que para entonces era de 35 años, que hoy se han duplicado, para alcanzar los 70 años, que la enseñanza llegara a miles de menores y se alfabetizara a otros miles de adultos y aumentara la productividad y con ello la calidad de vida de los tibetanos. Pero, Inglaterra, que durante siglos invadió, ocupó y explotó a la China junto con otras casas imperiales europeas desatando guerras como la del Opio, que propagó el vicio en su pueblo y el bloqueo de sus puertos, seguía conspirando y, junto con EEUU, trató de convertir al Tibet en cabecera de playa de futuras invasiones a la nación cuyo estado comunista emergía como un faro de esperanza en medio de las tinieblas del caos social y económico en la que la habían dejado esos imperios. No tardaron en organizarse los primeros planes conspirativos que estallaron con el terrorismo financiado por la CIA en 1959, que utilizó a los monjes tibetanos, liderados por el Dalai Lama, a través de un proceso de conjuras que ha usado desde entonces y hasta nuestros días, la excusa de la independencia, que no es mas que la fachada tras la cual se oculta su objetivo real: convertir al Tibet, una vez consumada la secesión, en plataforma de hostigamiento político, económico y militar y de una eventual invasión a China. Por ello, los pueblos y gobiernos y líderes progresistas del planeta como el presidente venezolano, Hugo Chávez Frías, rechazan las nuevas arengas golpistas del Dalai Lama, ese anciano de apariencia bonachona, sonrisa y mirada tontas, que se presenta ante sus seguidores como la reencarnación de Buda, pues se trata de un timador que utiliza su investidura religiosa como instrumento del Imperio para atentar contra la soberanía e integridad de República Popular China, llamando a la secesión del Tibet. Luego de huir de su país hace medio siglo, tras el fracaso de la conjura que dirigió con apoyo de la CIA, la cual dejó un saldo elevado de víctimas inocentes, el Dalai Lama, con la ayuda financiera y política de EEUU se dedica a recorrer el mundo, para divulgar su mensaje “independentista”, apareciendo en los diarios, en portadas de revistas y en la televisión, al lado de los mandatarios yanquis y sus “halcones”, junto al Sumo Pontífice y de otras dirigentes europeos que le honran con agasajos y condecoraciones. Su misión dista mucho de ser el movimiento de paz y armonía que pregona, ya que sólo atiza el fuego de la violencia que culmina en muerte y destrucción cada vez que su llamado seudo religioso incita a la secesión del Tibet, que le ha hecho recibir el Premio Nobel de la Paz, lo cual sólo se explica por el apoyo que le ofrece el Imperio y las potencias occidentales temerosos de que China desplace a EEUU como primera potencia económica y militar del planeta, lo cual ya está sucediendo. Hace un mes, el Dalai Lama volvió a reincidir, reactivando su triste y repudiable papel de marioneta del Imperio para lanzar desde su seguro refugio en la India, una nueva conspiración contra la soberanía e integridad territorial de la República Popular China, enarbolando el tantas veces repetido llamado a la secesión, el cual, como se sabe, se inscribe en el marco del proyecto global de conquista mundial que adelanta Washington en esa y otras regiones del planeta. Las manifestaciones, iniciadas hace un mes en Lhasa, la capital tibetana, dejaron un saldo trágico, similar al que dejan todas esas conjuras organizadas y financiadas por el Imperio y sus aliados en el mundo, el cual es precisamente el objetivo que persigue tales disturbios, ya que al registrarse muertos y heridos en los mismos se distorsiona la realidad presentándolos ante la opinión pública mundial como "víctimas de la brutal represión de un gobierno ante el clamor de un pueblo que clama por su libertad" Cumplida esa primera etapa del plan conspirativo dirigido contra la República Popular China, se inició la segunda fase del mismo a través una oleada de manifestaciones alrededor del planeta, acompañadas de declaraciones de prominentes dirigentes estadounidenses y europeos, repudiando cínicamente los hechos de violencia que ellos mismos instigaron, amenazando con no asistir al magno evento deportivo, mientras, al mismo tiempo, se organizaba un movimiento de boicot a las Olimpiadas a celebrarse en agosto en Beijing. Londres, Washington, San Francisco, Nueva York, París y Berlín entre otras capitales y ciudades del mundo occidental fueron escenarios de disturbios acompañados de incendios, saqueos, riñas y protestas frente a las embajadas de China, todos ellos fríamente calculados e instigados por Washington y difundidos por los medios al servicio del Imperio que han magnificado deliberadamente esos sucesos, así como la cifra de víctimas que cobraron las acciones conspirativas en Lhasa y otras zonas del Tibet. Estaba en pleno apogeo, una nueva “Revolución Azafrán”, muy similar a la desatada meses atrás en Birmania, donde perecieron como en el Tibet, decenas de inocentes, entre ellos los monjes budistas que visten sus tradicionales túnicas color azafrán, usados otra vez como “carne de cañón” por EEUU y sus aliados, en su intento por imponer gobiernos títeres y así poder posesionarse de esos enclaves estratégicos vitales para el desarrollo de su proyecto hegemónico de dominación mundial. No obstante, y a pesar de los millones de dólares invertidos en la mas reciente de las “Revoluciones de colores”, como lo es la conspiración lanzada contra la soberanía e integridad territorial de la República Popular China, esta ha fracasado, no solo por la respuesta contundente del gobierno de Beijing, sino también por la reacción de su pueblo que ha adquirido una conciencia política y social que los hace invulnerables a las intrigas del Imperio. El golpe de gracia a la conjura, lo dieron hace pocas horas las autoridades chinas al poner al descubierto “los vínculos del grupo del Dalai Lama con los violentos disturbios del pasado 14 de marzo en Lhasa, señalando que los mismos formaban parte de un plan denominado “Movimiento del Levantamiento del Pueblo Tibetano”, tramado por la camarilla de Dalai, para crear una crisis en China.” “El grupo de Dalai, -expresó W. Heping, portavoz del Ministerio de Seguridad Pública- ha encontrado nuevas formas de comunicarse con los secesionistas en el Tibet, a través de teléfono e Internet y, a horas precisas, la radio Voz de América (VOA) por sus siglas en inglés, les transmitía instrucciones en idioma tibetano” “Los complotados -agregó el funcionario- habían llegado a la conclusión de que la celebración de la Olimpiada en Beijing era la ocasión propicia para presionar a China y lograr sus objetivos separatistas, señalando que “la banda del Dalai Lama, tenía una red nacional para llevar a vías de hecho el levantamiento, con actividades, tanto dentro como fuera de China. Entre los conspiradores extranjeros que, fuera del territorio chino, apoyaron activamente la conjura, figura Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, cuya presencia en La India, precisamente en momentos en que ocurrían los disturbios en el Tibet, no habría sido coincidencial, ya que allí una vez que se hubo reunió con el Dalai Lama, hizo un llamado “a la gente que ama la libertad para que proteste contra la opresión china en el Tibet.” La cínica injerencia de la alta funcionaria yanqui en los asuntos internos de China, no sólo se limitó a divulgar injurias y mentiras en la India, sino que, una vez de regreso a su país, desde su oficina en Washington, emitió un comunicado en el que exhortaba a provocar disturbios al paso de la antorcha olímpica por San Francisco, animando a “oponerse a los relevos que conducían el fuego olímpico” durante su recorrido por esa ciudad estadounidense. No satisfecha con eso, Pelosi propuso una Resolución que “exhorta a China a poner fin a su represión de las protestas en el Tibet y a entablar un diálogo con el Dalai Lama, la cual fue aprobada no solo por la Cámara de Representantes, sino tambien por el Senado, para satisfacción del presidente George Walker Bush, el “Nerón del siglo XXI. Tampoco parece que se trató de una coincidencia, ya que podría haber sido un eslabón más de la conjura fraguada contra China, el hecho de que en octubre pasado, Bush condecoró al Dalai con la Medalla de Oro del Congreso, la más alta distinción que se concede ese país, “en reconocimiento –dijo el mandatario al imponérsela- a su incansable lucha por la libertad de culto y los DDHH,” tema utilizado por Washington, como la principal excusa de su conspiración contra China. Ese cúmulo de injurias, mentiras, intrigas y reconocimientos propaladas por los jerarcas estadounidenses, reconocidos detractores y enemigos de China, se inscribe en el marco de esa nueva expresión del quehacer conspirativo “de la “Guerra sin soldados”, que son las “Revoluciones de Colores”, la más reciente, montada sobre el escenario del Tibet para atacar a China que, indignada, reaccionó en las últimas horas, dejando expuesta al desnudo, la pérfida maniobra conspirativa del Imperio. Al referirse a lo expresado por la parlamentaria yanqui, animando a boicotear el paso de la llama olímpica, Jiang Yu, vocero de la cancillería china, manifestó que “Pelosi ha ignorado el principio de no politización de los Juegos y, junto con otros miembros del Congreso, es culpable de perder completamente la moral y la conciencia.” Con la misma contundencia, la declaración del representante del gobierno chino respondió a las resoluciones emanadas por las cámaras del Congreso estadounidense al rechazar con justa indignación ambos documentos, destacando a través de un comunicado emitido también por la cancillería que la resolución propuesta por Pelosi, “distorsiona flagrantemente la historia y la realidad del Tibet.” “La resolución, que condenó sin motivo las medidas legales tomadas por el gobierno de la Región Autónoma de Tibet para enfrentar los crímenes violentos en Lhasa el mes pasado, -señala más adelante el comunicado- fue una ruda interferencia en los asuntos internos de China y lastiman seriamente los sentimientos del pueblo chino.” “Aquí advertimos firmemente a esos miembros del Congreso de EEUU: Entre más hagan para escudar a la camarilla del Dalai y disturbar los Juegos Olímpicos, más completamente serán expuestos los colores de ellos y más gente china estará decidida a salvaguardar la estabilidad y unidad étnica en Tibet y ser anfitriones de unos exitosos Juegos Olímpicos,” y finaliza el documento exigiendoles una rectificación en los siguientes términos: “Demandamos que el Congreso de EEUU vea claramente el verdadero color del Dalai Lama al enfrascarse en actividades destinadas a dividir China en nombre de la religión.” “Entender la naturaleza de la camarilla del Dalai de antagonismo y violencia reales bajo el disfraz de la búsqueda del diálogo y la paz…y suspender inmediatamente los comentarios y acciones equivocadas que interfieren en los asuntos internos de China, lastiman los sentimientos del pueblo chino y dañan las relaciones entre China y Estados Unidos.” Abortada como ha sido, la conspiración del Imperio y el Dalai Lama contra China, con el arma de la verdad, será muy difícil que otros pueblos caigan en la trampa de mentiras, injurias y calumnias que divulgan “Las Revoluciones de Colores” dirigidas a derrocar gobiernos y dividir naciones, conjuras que a veces se visten de Azafrán, como ocurrió en Birmania (Myanmar) y en Tibet, usando como “carne de cañón” a inocentes monjes, farsas criminales que, en razón de su perversidad merecen el repudio y condena de la humanidad.
El poder de fuego de sus ejércitos no es el único método usado por el Imperio en su proyecto de conquista planetaria, ya que además recurre a la secesión para socavar la unidad geográfica o política de los pueblos mediante las “Revoluciones de colores”, engendro usurpador de la identidad de esos históricos procesos que produce cambios en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación, y la separación del Tibet se inscribe en esa táctica diabólica. Las agencias de espionaje y financiamiento de contrarrevoluciones de Estados Unidos, como la Central Intelligence Agency (CIA); la U.S. Agency for International Development (USAID) y la National Endowment for Democracy (NED) son algunos de los instrumentos que, junto con grupos de apátridas, se utilizan para desatar conspiraciones bajo la fachada de “protestas” a favor de la democracia y los DDHH, pero cuya única finalidad es derrocar gobiernos o dividir países para sustituirlos por regímenes o naciones títeres del imperio. Así se dieron Las revoluciones “Rosa” en Geogia en 2003; “Naranja” en Ucrania en 2004; la del “El Cedro” en Líbano en 2005 y la de “Los Tulipanes” en el Kirguistán, ese mismo año para imponer gobiernos incondicionales a los lineamientos geoestratégicos de EEUU, la mayoría de ellos en países ex miembros de la ex Unión Soviética, y fronterizos o aliados de la actual Federación Rusa, con miras a cercarla política y militarmente. Mas, no todo le ha salido “color de rosa” al Imperio a lo largo de sus aventuras destinadas a imponer sus llamadas revoluciones de colores, ya que, embriagados por los aires de sus triunfos iniciales en Europa, el Medio Oriente y Asia Central, intentaron extender sus conquistas mas allá de esas regiones, pero fracasaron al tratar derrocar con la Revolución “Blanca” al gobierno de Bielorrusia y al de Birmania (Myanmar), con la Revolución “Azafrán”. Como la ambición imperial no tiene límites de tiempo y espacio, trascendió mas allá de aquellos continentes hasta llegar a América, pero hasta ahora fallado en su empeño por destruir procesos revolucionarios como los que se han dado en Bolivia, Ecuador, Nicaragua, y Venezuela, cuyos pueblos y gobiernos, conscientes de que las intrigas golpistas continúan, mantienen un estado de “Alerta máxima”, para enfrentar los embates de las conspiraciones urdidas desde Washington con el apoyo de las oligarquías criollas. Quien no conozca la verdadera historia del Tibet y solo tenga como referencia la obra de James Hilton, que presenta a Shangri-La, edénico lugar enclavado en el Himalaya donde la gente vive cientos de años en un mundo de paz, armonía, fraternidad y riqueza, gobernada por sabios y venerables monjes budistas presididos por el Dalai Lama, ignora la terrible realidad que vivió durante siglos ese pueblo, esclavizado bajo el régimen feudal de los lamas, hasta que China, revertió aquel caos mediante un cambio de las arcaicas estructuras político-sociales allí existentes. Esa fría y casi inaccesible región del Asia, desde hace 700 años, territorio legítimo de China, cuyos habitantes fueron durante siglos propiedad de una casta de monjes budistas, señores feudales que lo esclavizaron manteniéndolo en ignorancia, enfermedad y sumisión en contra de los principios de una religión creada hace más de 2.500 años por Buda, “El Iluminado” que predicó el amor y la bondad como vía dirigida a alcanzar con la práctica del Bien y la meditación, la felicidad suprema Pero, para que en China se diera esa transformación, debieron transcurrir siglos de luchas sociales y de guerras para, primero, poner fin a la secular dominación y explotación de las potencias europeas que la habían sometido a su poder, y luego, derrotar a los invasores japoneses y finalmente al régimen pitiyanqu de Chian Kai-Shek, gesta histórica que fue posible, gracias al liderazgo del gran líder comunista Mao Tse Tun, quien fundó la República Popular China el 1º de octubre de 1949. Una vez constituida el nuevo Estado socialista, se procedió a la organización política, económica, social, administrativa y territorial del país, estableciendo entre otros territorios, 5 regiones autónomas asociadas con igual número de las minorías étnicas mayoritarias en el país, entre ellas el Tibet, una de las regiones mas remotas del planeta, enclavada en una meseta rodeada de los Himalayas las montañas mas altas del mundo, aislada virtualmente hasta hace pocos años del resto de China y del resto del planeta. El Budismo penetró al Tibet en el siglo VII de nuestra era y, a través del Lamaismo, dominó y explotó al pueblo tibetano durante siglos, imponiéndole un sistema feudal, convirtiendo a su gente en un pueblo de siervos y esclavos sumidos en la miseria, la ignorancia y la enfermedad hasta que, a mediados del pasado siglo el gobierno chino decidió poner fin a esa situación dando inicio a un proceso de rehabilitación social que muy pronto cosechó notables éxitos. Se construyeron escuelas, hospitales, carreteras, aeropuertos, viviendas, y ese prodigio de la ingeniería moderna como es el ferrocarril más alto del mundo, obras que unió al Tibet con el resto del país, que contribuyeron a la apertura de fuentes de trabajo y que se ampliaran las expectativas de vida, que para entonces era de 35 años, que hoy se han duplicado, para alcanzar los 70 años, que la enseñanza llegara a miles de menores y se alfabetizara a otros miles de adultos y aumentara la productividad y con ello la calidad de vida de los tibetanos. Pero, Inglaterra, que durante siglos invadió, ocupó y explotó a la China junto con otras casas imperiales europeas desatando guerras como la del Opio, que propagó el vicio en su pueblo y el bloqueo de sus puertos, seguía conspirando y, junto con EEUU, trató de convertir al Tibet en cabecera de playa de futuras invasiones a la nación cuyo estado comunista emergía como un faro de esperanza en medio de las tinieblas del caos social y económico en la que la habían dejado esos imperios. No tardaron en organizarse los primeros planes conspirativos que estallaron con el terrorismo financiado por la CIA en 1959, que utilizó a los monjes tibetanos, liderados por el Dalai Lama, a través de un proceso de conjuras que ha usado desde entonces y hasta nuestros días, la excusa de la independencia, que no es mas que la fachada tras la cual se oculta su objetivo real: convertir al Tibet, una vez consumada la secesión, en plataforma de hostigamiento político, económico y militar y de una eventual invasión a China. Por ello, los pueblos y gobiernos y líderes progresistas del planeta como el presidente venezolano, Hugo Chávez Frías, rechazan las nuevas arengas golpistas del Dalai Lama, ese anciano de apariencia bonachona, sonrisa y mirada tontas, que se presenta ante sus seguidores como la reencarnación de Buda, pues se trata de un timador que utiliza su investidura religiosa como instrumento del Imperio para atentar contra la soberanía e integridad de República Popular China, llamando a la secesión del Tibet. Luego de huir de su país hace medio siglo, tras el fracaso de la conjura que dirigió con apoyo de la CIA, la cual dejó un saldo elevado de víctimas inocentes, el Dalai Lama, con la ayuda financiera y política de EEUU se dedica a recorrer el mundo, para divulgar su mensaje “independentista”, apareciendo en los diarios, en portadas de revistas y en la televisión, al lado de los mandatarios yanquis y sus “halcones”, junto al Sumo Pontífice y de otras dirigentes europeos que le honran con agasajos y condecoraciones. Su misión dista mucho de ser el movimiento de paz y armonía que pregona, ya que sólo atiza el fuego de la violencia que culmina en muerte y destrucción cada vez que su llamado seudo religioso incita a la secesión del Tibet, que le ha hecho recibir el Premio Nobel de la Paz, lo cual sólo se explica por el apoyo que le ofrece el Imperio y las potencias occidentales temerosos de que China desplace a EEUU como primera potencia económica y militar del planeta, lo cual ya está sucediendo. Hace un mes, el Dalai Lama volvió a reincidir, reactivando su triste y repudiable papel de marioneta del Imperio para lanzar desde su seguro refugio en la India, una nueva conspiración contra la soberanía e integridad territorial de la República Popular China, enarbolando el tantas veces repetido llamado a la secesión, el cual, como se sabe, se inscribe en el marco del proyecto global de conquista mundial que adelanta Washington en esa y otras regiones del planeta. Las manifestaciones, iniciadas hace un mes en Lhasa, la capital tibetana, dejaron un saldo trágico, similar al que dejan todas esas conjuras organizadas y financiadas por el Imperio y sus aliados en el mundo, el cual es precisamente el objetivo que persigue tales disturbios, ya que al registrarse muertos y heridos en los mismos se distorsiona la realidad presentándolos ante la opinión pública mundial como "víctimas de la brutal represión de un gobierno ante el clamor de un pueblo que clama por su libertad" Cumplida esa primera etapa del plan conspirativo dirigido contra la República Popular China, se inició la segunda fase del mismo a través una oleada de manifestaciones alrededor del planeta, acompañadas de declaraciones de prominentes dirigentes estadounidenses y europeos, repudiando cínicamente los hechos de violencia que ellos mismos instigaron, amenazando con no asistir al magno evento deportivo, mientras, al mismo tiempo, se organizaba un movimiento de boicot a las Olimpiadas a celebrarse en agosto en Beijing. Londres, Washington, San Francisco, Nueva York, París y Berlín entre otras capitales y ciudades del mundo occidental fueron escenarios de disturbios acompañados de incendios, saqueos, riñas y protestas frente a las embajadas de China, todos ellos fríamente calculados e instigados por Washington y difundidos por los medios al servicio del Imperio que han magnificado deliberadamente esos sucesos, así como la cifra de víctimas que cobraron las acciones conspirativas en Lhasa y otras zonas del Tibet. Estaba en pleno apogeo, una nueva “Revolución Azafrán”, muy similar a la desatada meses atrás en Birmania, donde perecieron como en el Tibet, decenas de inocentes, entre ellos los monjes budistas que visten sus tradicionales túnicas color azafrán, usados otra vez como “carne de cañón” por EEUU y sus aliados, en su intento por imponer gobiernos títeres y así poder posesionarse de esos enclaves estratégicos vitales para el desarrollo de su proyecto hegemónico de dominación mundial. No obstante, y a pesar de los millones de dólares invertidos en la mas reciente de las “Revoluciones de colores”, como lo es la conspiración lanzada contra la soberanía e integridad territorial de la República Popular China, esta ha fracasado, no solo por la respuesta contundente del gobierno de Beijing, sino también por la reacción de su pueblo que ha adquirido una conciencia política y social que los hace invulnerables a las intrigas del Imperio. El golpe de gracia a la conjura, lo dieron hace pocas horas las autoridades chinas al poner al descubierto “los vínculos del grupo del Dalai Lama con los violentos disturbios del pasado 14 de marzo en Lhasa, señalando que los mismos formaban parte de un plan denominado “Movimiento del Levantamiento del Pueblo Tibetano”, tramado por la camarilla de Dalai, para crear una crisis en China.” “El grupo de Dalai, -expresó W. Heping, portavoz del Ministerio de Seguridad Pública- ha encontrado nuevas formas de comunicarse con los secesionistas en el Tibet, a través de teléfono e Internet y, a horas precisas, la radio Voz de América (VOA) por sus siglas en inglés, les transmitía instrucciones en idioma tibetano” “Los complotados -agregó el funcionario- habían llegado a la conclusión de que la celebración de la Olimpiada en Beijing era la ocasión propicia para presionar a China y lograr sus objetivos separatistas, señalando que “la banda del Dalai Lama, tenía una red nacional para llevar a vías de hecho el levantamiento, con actividades, tanto dentro como fuera de China. Entre los conspiradores extranjeros que, fuera del territorio chino, apoyaron activamente la conjura, figura Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, cuya presencia en La India, precisamente en momentos en que ocurrían los disturbios en el Tibet, no habría sido coincidencial, ya que allí una vez que se hubo reunió con el Dalai Lama, hizo un llamado “a la gente que ama la libertad para que proteste contra la opresión china en el Tibet.” La cínica injerencia de la alta funcionaria yanqui en los asuntos internos de China, no sólo se limitó a divulgar injurias y mentiras en la India, sino que, una vez de regreso a su país, desde su oficina en Washington, emitió un comunicado en el que exhortaba a provocar disturbios al paso de la antorcha olímpica por San Francisco, animando a “oponerse a los relevos que conducían el fuego olímpico” durante su recorrido por esa ciudad estadounidense. No satisfecha con eso, Pelosi propuso una Resolución que “exhorta a China a poner fin a su represión de las protestas en el Tibet y a entablar un diálogo con el Dalai Lama, la cual fue aprobada no solo por la Cámara de Representantes, sino tambien por el Senado, para satisfacción del presidente George Walker Bush, el “Nerón del siglo XXI. Tampoco parece que se trató de una coincidencia, ya que podría haber sido un eslabón más de la conjura fraguada contra China, el hecho de que en octubre pasado, Bush condecoró al Dalai con la Medalla de Oro del Congreso, la más alta distinción que se concede ese país, “en reconocimiento –dijo el mandatario al imponérsela- a su incansable lucha por la libertad de culto y los DDHH,” tema utilizado por Washington, como la principal excusa de su conspiración contra China. Ese cúmulo de injurias, mentiras, intrigas y reconocimientos propaladas por los jerarcas estadounidenses, reconocidos detractores y enemigos de China, se inscribe en el marco de esa nueva expresión del quehacer conspirativo “de la “Guerra sin soldados”, que son las “Revoluciones de Colores”, la más reciente, montada sobre el escenario del Tibet para atacar a China que, indignada, reaccionó en las últimas horas, dejando expuesta al desnudo, la pérfida maniobra conspirativa del Imperio. Al referirse a lo expresado por la parlamentaria yanqui, animando a boicotear el paso de la llama olímpica, Jiang Yu, vocero de la cancillería china, manifestó que “Pelosi ha ignorado el principio de no politización de los Juegos y, junto con otros miembros del Congreso, es culpable de perder completamente la moral y la conciencia.” Con la misma contundencia, la declaración del representante del gobierno chino respondió a las resoluciones emanadas por las cámaras del Congreso estadounidense al rechazar con justa indignación ambos documentos, destacando a través de un comunicado emitido también por la cancillería que la resolución propuesta por Pelosi, “distorsiona flagrantemente la historia y la realidad del Tibet.” “La resolución, que condenó sin motivo las medidas legales tomadas por el gobierno de la Región Autónoma de Tibet para enfrentar los crímenes violentos en Lhasa el mes pasado, -señala más adelante el comunicado- fue una ruda interferencia en los asuntos internos de China y lastiman seriamente los sentimientos del pueblo chino.” “Aquí advertimos firmemente a esos miembros del Congreso de EEUU: Entre más hagan para escudar a la camarilla del Dalai y disturbar los Juegos Olímpicos, más completamente serán expuestos los colores de ellos y más gente china estará decidida a salvaguardar la estabilidad y unidad étnica en Tibet y ser anfitriones de unos exitosos Juegos Olímpicos,” y finaliza el documento exigiendoles una rectificación en los siguientes términos: “Demandamos que el Congreso de EEUU vea claramente el verdadero color del Dalai Lama al enfrascarse en actividades destinadas a dividir China en nombre de la religión.” “Entender la naturaleza de la camarilla del Dalai de antagonismo y violencia reales bajo el disfraz de la búsqueda del diálogo y la paz…y suspender inmediatamente los comentarios y acciones equivocadas que interfieren en los asuntos internos de China, lastiman los sentimientos del pueblo chino y dañan las relaciones entre China y Estados Unidos.” Abortada como ha sido, la conspiración del Imperio y el Dalai Lama contra China, con el arma de la verdad, será muy difícil que otros pueblos caigan en la trampa de mentiras, injurias y calumnias que divulgan “Las Revoluciones de Colores” dirigidas a derrocar gobiernos y dividir naciones, conjuras que a veces se visten de Azafrán, como ocurrió en Birmania (Myanmar) y en Tibet, usando como “carne de cañón” a inocentes monjes, farsas criminales que, en razón de su perversidad merecen el repudio y condena de la humanidad.
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