“'Calle sin retorno' dijo el gafo rastrojo, como para que no se notara tanta inmundicia"
Con el Mazo Dando
Con el Mazo Dando
Se
termina el año más largo y más difícil de todos los años. Un cuyos
meses parecían durar décadas. Un año en el que nos vimos arropando a
nuestros hijos en la noche y con el corazón apretado, con la paz
colgando de un hilo, con ”todas la opciones (gringas) sobre la mesa”,
con las máscaras quitadas, los colmillos descubiertos, la amenaza, la
locura.
Un
año que en enero vio el delirio en la Principal de Las Mercedes llena
de sifrinos que gritaban que no tenían miedo a una guerra civil con tal
de imponer como Presidente a un gafo que ni ellos sabían de dónde salió.
Y vimos de nuevo a la gente decente y pensante, impúdicos y muy brutos,
lanzándose oootra vez por el mismo barranco, como si no hubieran
aprendido nada del rosario de fracasos que llevan a cuestas. No han
aprendido nada.
¿Dijimos
guerra civil? No, vale, la guerra civil no es tan chévere, o sea, mejor
es una invasión, o sea, por Cúcuta, o sea, por Brasil, por tierra, aire
y mar, por aquí y por allá, con concierto de Nicho y Chacho, con
millonario inglés, con los gringos, con paracos, o sea, sí o sí. Se fue
febrero y no fue.
¡Cónfiro!
que ya reconocimos al gafo ese y Maduro no se va, Padrino no traiciona,
Diosdado, ¡ni hablar!. El pueblo chavista aguanta todo, les quitamos la
comida y nada, les quitamos el salario y nada, vamos a quitarles la
luz.
Un
apagón que habría hundido en el caos y la violencia hasta al país más
fru fru del mundo, lo único que hizo fue encendernos el alma a los
venezolanos. Abrimos las puertas, llenamos la oscuridad impuesta con
sancochos, con dominó, con niños jugando en las calles, con solidaridad,
con paciencia y volvió el fiao, y la fe en el otro y nos vimos a los
ojos y nos vimos tan iguales, tan con las mismas angustias; fue entonces
cuando llenamos la incertidumbre con la certeza de que somos un pueblo
muy grande y que somos un pueblo de paz. Así se fue marzo.
Y
el gafo y sus secuaces desnudos, y el club de países que lo reconoció
entrampado. Llueven los dólares para quien se quiera vender, para quien
quiere embarrarse de miseria y traición. Llueven los dólares y no hay
quien se venda, bueno, sí, algún pendejo que terminó en el puente de
Altamira, junto al gafo que se las tira de presidente, su jefe Leopoldo
López y un guacal de plátanos que hasta el día de hoy no supimos qué
hacía ahí. “Que salga el pueblo” -decía el gafo, todo arrogante, con la
corbatica presidencial esa que le dijeron que no se quitara, ni para dar
un golpe en la madrugada. Y el pueblo miraba al gafo que hacía de nuevo
el ridículo en una situación que debió ser dramática y definitoria y
que terminó convertida en un chiste malo. Así, ese 30 de abril pasó a la
historia como el día de los tres chiflados.
El
golpe de abril trajo un mayo desinflado. Ínflenlo con más sanciones,
ataquen la economía con más saña, maten al pueblo de hambre, déjenlo sin
gasolina, sin medicinas, sin agua… revienten ese dólar, congelen
cuentas, róbate todo Juanito Alimaña, repártelo entre los tuyos, para
que Fabi llene esa nevera. Que chillen, que se mueran, para que la
desesperación los obligue a tumbar a Maduro, para que cese la asfixia
que entonces apenas empezará.
“En
silencio habrá de ser” - nos dijo Nicolás, porque cada estrategia que
inventábamos para detener los ataques a la economía, por supuesto, la
reventaban. Es una guerra. Una que no tiene ni balas ni bombas porque
Nicolás, nuestro Presidente, supo maniobrar para evitar que así fuera y
su pueblo supo acompañarlo, resistiendo el chaparrón que empapa.
Junio,
julio, terminaron los niños un año escolar que debió ser truncado por
una guerra que no fue. Llegó agosto y nos dimos cuenta de que el frío en
la espalda, esa angustia de amanecer en Benghazi cualquier mañana es
estas, se había ido. A estas alturas del año, las amenazas de Elliot
Abrams y de Mike Pompeo no daban sino risa.
Septiembre
llegó con las calles llenas de niños con sus morrales tricolor y un
intento de paro de maestros que tampoco cuajó. En este país no cuaja
nada, piensan los gringos mientras su gafo designado les jura que “vamos
bien”. Van tan bien que se tomó fotos con Los Rastrojos y, cuando
salieron a la luz, nadie se asombró porque, a estas alturas, eran pocos
los delitos que el gafo y sus secuaces no habían cometido.
“Calle
sin retorno” dijo el gafo rastrojo, como para que no se notara tanta
inmundicia. No salió nadie, se quedó solo, y todavía faltaban tres meses
más para seguirla cagando. Entonces, parió la abuela: Calderón Berti,
todo lloroso, denuncia que el gafo es un ladrón tan ladrón que no quiso
compartir con él el botín. Con esa cloaca abierta, terminó el mes de
noviembre.
Y
llegó diciembre y hubo, sí, algún despistado que todavía pensó en comer
hallacas sin Maduro y que hoy las está preparando con el pernil que le
trajo el CLAP. Y es que Maduro sigue ahí, no podía ser de otro modo, él
es el Presidente. Y el chavismo, sigue aquí, clarito: esa señora en
cualquier barrio, ese hombre magro, curtido, en el confín de algún
campo, los primeros en recibir los golpes de la guerra, con todas las
dificultades del mundo; ahí de pie, orgullosos, aún sonriendo,
defendiendo a Nicolás, al gobierno chavista, reventando todo cálculo de
esas lumbreras que llaman think tanks, que todavía no entienden que
resistimos y peleamos porque tenemos la fuerza de la razón, porque
asumimos nuestra responsabilidad histórica, la misión de construir una
patria justa, libre y soberana que nos encomendó Chávez.
Se
sufre, pero se goza. Así, con mucha alegría, con cabeza fría y nervios
de acero, cerramos victoriosos un año que se estrenó como el más duro y
peligroso de todos.
¡Nosotros venceremos!
CAROLA CHÁVEZ
@tongorocho
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