Luis Britto García
Las legiones del Imperio bloquean Tierra Santa. El sol se oscurece y
la noche misma nace sin luceros.
En las fronteras se agolpan las falanges de mercenarios paramilitares:
basura de países destruidos por el Imperio que ahora destruyen países
para el Imperio.
Caminan sobre las aguas los sicarios de las flotas invasoras.
Oro, incienso y mirra es pierden por las fronteras saqueados por
plaga de langosta que devora Tierra Santa.
Por las encrucijadas corren sueltos los pecados persiguiendo conciencias.
Rondan las puertas los filisteos que hacen esclavo a todo el que
recibe su limosna.
El templo de los medios desborda de imágenes de falsos dioses y de
ruletas para jugar la conciencia.
Turbas enardecidas queman vivos arcángeles porque les disgusta el
color de sus aureolas.
Por los albañales corren esclavos suplicando yugos.
Todos los que nada valen se venden por un dinero que no vale nada.
Por las callejuelas del falso testimonio avanza con corona de rayos
fingiéndose redentor el Anticristo.
Los mercaderes del templo compran las almas por platos de lentejas.
Dad al César lo que es del César, exigen los publicanos, y también
todo lo demás.
Las cunetas desbordan de cuerpos de niños que los paramilitares del
Imperio toman como falsos positivos.
Con fanfarrias anuncian los sayones que vienen a clavar a todos en
la cruz de la usura.
El sanedrín de los fariseos sentencia que dar de comer al hambriento,
dar de beber al sediento, sanar al enfermo son pecados capitales que
merecen el fuego eterno de la Gehena.
En vano multiplica el Hijo de Dios los panes y los peces, pues se
apoderan de ellos mercaderes del Templo que los revenden por más de
veinte veces su precio.
En la tierra exhausta de sangre sólo crecen las zarzas con las que se
tejen coronas de espinas.
Señor aparta de mí este cáliz, clama el Hijo del Hombre, mas he aquí
que los sayones apartan del sacrificado la bebida, la medicina, el
alimento, la esperanza.
Dice el Hijo de Dios herido por la amargura: en verdad os digo que uno
de vosotros nos traicionará. Y once de los apóstoles se dicen
aliviados: todavía no nos han descubierto.
Sentencian la crucifixión de todo un pueblo los jueces que nunca se
juzgaron a sí mismos.
Allá van al Gólgota los Hijos del Hombre, acusados del crimen de inocencia.
Para limpiarse de la sangre del justo Pilatos tiende las manos hacia
la jarra de los lavatorios pero de la jarra sólo brota un inacabable
chorro de sangre.
Del cielo impasible no vendrá la redención. Sólo redimirá quien se redima.
Espina clavada en el dolor del mundo.
Al tercer día como siempre resucita el pueblo para siempre.
la noche misma nace sin luceros.
En las fronteras se agolpan las falanges de mercenarios paramilitares:
basura de países destruidos por el Imperio que ahora destruyen países
para el Imperio.
Caminan sobre las aguas los sicarios de las flotas invasoras.
Oro, incienso y mirra es pierden por las fronteras saqueados por
plaga de langosta que devora Tierra Santa.
Por las encrucijadas corren sueltos los pecados persiguiendo conciencias.
Rondan las puertas los filisteos que hacen esclavo a todo el que
recibe su limosna.
El templo de los medios desborda de imágenes de falsos dioses y de
ruletas para jugar la conciencia.
Turbas enardecidas queman vivos arcángeles porque les disgusta el
color de sus aureolas.
Por los albañales corren esclavos suplicando yugos.
Todos los que nada valen se venden por un dinero que no vale nada.
Por las callejuelas del falso testimonio avanza con corona de rayos
fingiéndose redentor el Anticristo.
Los mercaderes del templo compran las almas por platos de lentejas.
Dad al César lo que es del César, exigen los publicanos, y también
todo lo demás.
Las cunetas desbordan de cuerpos de niños que los paramilitares del
Imperio toman como falsos positivos.
Con fanfarrias anuncian los sayones que vienen a clavar a todos en
la cruz de la usura.
El sanedrín de los fariseos sentencia que dar de comer al hambriento,
dar de beber al sediento, sanar al enfermo son pecados capitales que
merecen el fuego eterno de la Gehena.
En vano multiplica el Hijo de Dios los panes y los peces, pues se
apoderan de ellos mercaderes del Templo que los revenden por más de
veinte veces su precio.
En la tierra exhausta de sangre sólo crecen las zarzas con las que se
tejen coronas de espinas.
Señor aparta de mí este cáliz, clama el Hijo del Hombre, mas he aquí
que los sayones apartan del sacrificado la bebida, la medicina, el
alimento, la esperanza.
Dice el Hijo de Dios herido por la amargura: en verdad os digo que uno
de vosotros nos traicionará. Y once de los apóstoles se dicen
aliviados: todavía no nos han descubierto.
Sentencian la crucifixión de todo un pueblo los jueces que nunca se
juzgaron a sí mismos.
Allá van al Gólgota los Hijos del Hombre, acusados del crimen de inocencia.
Para limpiarse de la sangre del justo Pilatos tiende las manos hacia
la jarra de los lavatorios pero de la jarra sólo brota un inacabable
chorro de sangre.
Del cielo impasible no vendrá la redención. Sólo redimirá quien se redima.
Espina clavada en el dolor del mundo.
Al tercer día como siempre resucita el pueblo para siempre.
Escritor, historiador, ensayista y dramaturgo. http://luisbrittogarcia.blogspot.com
brittoluis@gmail.com
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