Mariadela Linares.- Vuelvo a estas páginas con un dolor inmenso, que rasga el corazón, alborota recuerdos y achiquita el alma. Mi querido profesor, mi tutor, mi amigo de décadas, el director de este periódico que me dio la oportunidad de escribir aquí, en este espacio siempre agitado por turbulencias, nos dejó.
Eleazar Díaz Rangel no fue un profesor común. Sentó huellas imborrables en las decenas de promociones de periodistas que se formaron bajo su tutela. Pero no sólo en el aula de clases fue un brillante maestro, también lo siguió siendo el resto de la vida, incluyendo el tiempo presente.
Hasta su último aliento, cuando agonizaba en el hospital que lo atendió durante mes y medio, estaba pendiente de su responsabilidad con el periódico y con sus lectores. Me tocó el privilegio de transcribir su última columna, escrita en su primera parte por él mismo en su laptop, hasta que las fuerzas le impidieron continuar. Le sugerí entonces que grabáramos en mi celular las ideas aún no elaboradas. Le serví de secretaria y mensajera. Un inmenso honor, querido amigo.
Allí, en la cama de un gigantesco hospital, constaté qué solos se quedan los enfermos y peor aún, que horrenda soledad acompaña a un moribundo. Pero consuela saber que fueron miles de personas las que te quisieron, admiraron tu talento y te apreciaron como el hombre sabio, regañón, insoportable a veces, pero fuera de serie en la lucidez de tus convicciones y análisis periodísticos.
Fuiste una catedra ambulante. Sabías tanto de tantas cosas que escribiste numerosos textos de periodismo, política, historia, deportes. Tus columnas eran agudas, atinadas, periodismo del bueno, veraz, equilibrado, investigador, de aquel que se practicaba antes de que el odio arrasara con el alma de tantos.
No ha habido en este país, hasta el presente, un mejor periodista que tú. La obra recopilada a lo largo de tantos años, son el mejor regalo para tus hijos, Eleazar, Aníbal y Luis Carlos y la mejor ofrenda para tu compañera de vida, Aída, quien, en las nebulosas de su enfermedad, seguro te acompañó durante estos largos días. Profe querido, recibe de mi parte la respuesta a las últimas palabras que me dijiste la vez que nos despedimos: gracias por todo Mariadela. No, amigo, las gracias te las doy yo a ti. Descansa en paz.
Mariadela Linares
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