“Participé activamente en
la creación de esta vida,
¿Por qué no me veo ahora en ella?”
Hace un par de semanas retomé mis prácticas de yoga. La primera vez que asistí a una clase fue hace 8 años exactos. Desde entonces, he abandonado y retornado un sinfín de veces. La verdad, en muchas cosas, aun soy la perfecta antítesis de un yogui: impaciente, terca, con la mente más inquieta del planeta, incapaz de aceptar “las cosas como me son dadas”, etc.
Recuerdo que en mis primeras clases, hace casi una década, el profesor solía repetirme que existían situaciones que yo no podía controlar:
- “Vas tarde a un encuentro… ¿al estresarte llegarás más rápido? No ¿verdad? Entonces, dale tranquila”.
Yo que además soy, como el gran Lavoe, la reina de la impuntualidad, asumí aquella frase como mi excusa perfecta. De repente, empecé a llegar tarde a todas las prácticas. Pero, eso sí: re-la-ja-di-ta. Entonces, el hombre me dijo:
- “Así no es. Si un día sales de tu casa, temprano, a tiempo, y hay un choque o una cola imposible de esquivar, algo que se escapa de tus manos, de tu campo de acción, entonces, no vale la pena angustiarte, no hay nada que puedas hacer, pues lo que podías hacer (salir temprano, agarrar tal o cual vía) ya lo hiciste”.
Ah mira tú.
Hoy, otro maestro, en medio de una conversación informal, previa a la práctica, aplicaba la misma lógica para el tema eléctrico, pues, según él, el angustiarnos, ponernos rabiosos, caernos a insultos, no lograría que la luz llegase más rápido.
A la mañana siguiente, desperté y en mi casa aún no había agua, van muchísimos días así, pero, este fin de semana yo necesitaba (más que nunca) que el grifo me diera algo más que silencio, dado el evidente cumulo de ropa y sabanas sucias.
Entonces, intenté traer a colación aquella reflexión:
- A ver, Jessica ¿Puedes hacer algo para que llegue el agua o simplemente debes aceptar la situación sin este huracán de sentimientos feos?
No supe que responderme. Aún no encuentro que decirme.
¿Qué se supone que debemos hacer aquellos que no deseamos una intervención militar, ni un golpe de Estado, que no somos adeptos a la violencia, que no creemos en la oposición, que no vemos respuestas gubernamentales de altura, que no queremos irnos del país, que nos negamos rotundamente a joder (tracalear, bachaquear, etc), pero que cada día estamos un poquito más jodidos/desesperados?
Hace unos días, muy cerca de mi casa se armó una sampablera por la falta de agua. A las horas, unas cisternas llegaron al lugar. ¿Qué lectura se le puede dar a eso? ¿Hay que armar un verguero para que alguien te pare bolas? ¿O sencillamente nos toca “acostumbrarnos”?
Fíjense, hace un tiempo les conté que mi fregador estaba jodido, entonces, yo, como pude, fui llenando todo de teflón y haciendo un montón de amarres con franelas viejas. Además, coloqué un tobo (el más feo que conseguí) debajo, “para aguantar” hasta tener la plata que me permitiera repararlo.
Durante aquellos días, mis pocas visitas me decían “Pero ¿por qué no cierras el mueble para que no se vea el tobo?” Y yo, con la terquedad que me caracteriza, les respondía siempre lo mismo: “Es que yo necesito ver ese desastre todos los días, recordar que está ahí y que está mal, que debo conseguir el dinero y repararlo pronto, no me puedo dar el lujo de empezar a adornar el pote y terminar pensando que de repente no es tan grave que eso siga así hasta siempre”.
Los más relajados se reían, los más intensos se iban reflexionando mi respuesta o acusándome de “masoquista”. Quizás lo fui. Tal vez aun lo soy. Por varias semanas, aquel desastre me atormentó, pero también me aupó a resolver ese peo en cuánto pude.
Hoy, ese mismo pote, y muchos más, reposan por toda la casa, llenos de agua para subsistir durante las inmensas temporadas sin servicio, y la verdad: tampoco quiero acostumbrarme a esto.
La semana pasada, durante una cadena nacional, el presidente Nicolás Maduro dijo en referencia al tema: “…debemos acostumbrarnos a las condiciones que nos toquen, donde nos toque y como nos toque, nuestro pueblo ya lo ha asumido así…”
Y yo no estoy tan segura de eso. Yo creo que hemos asumido, aguantado, resuelto, estado a la altura. Pero eso no significa que queramos acostumbrarnos a esto, tampoco implica que deseemos que la situación (de la luz, el agua, el transporte, los precios, etc.) se prolongue indefinidamente. Por el contrario, estamos prestos a hacer lo necesario para revertirla.
Entonces, hablen claro ¿Sólo nos resta recibir al plan “tanque azul” o hay algo más que podamos hacer? De una u otra forma, necesitamos saber dónde andamos parados (con este y todos los temas). Porque, además, ¿es una solución real cincuenta mil tanques para tantos millones de familias? ¿Era Ciudad Tiuna (donde empezó la repartición) el lugar con más carencias?
Allí, se dieron 3 tanques por edificio (algunos de 900 litros, otros de 1200, o 1500). Vamos con la cifra más positiva: 3 tanques por 1500 litros = 4500 litros de agua. Pero en cada torre hay 120 apartamentos, esto significa 37 litros y medio por familia. Creo que no hay nada más que agregar.
Mientras, en la calle, un tanque de apenas 500 litros, ronda los 500.000 bolívares, unos 28 salarios mínimos.
Porque, dicho sea de paso, las falencias en materia de servicios opacaron durante un buen tiempo el tema económico. Pero, lo cierto, es que los precios, al igual que el dólar paralelo, volvieron a escalar. Y la brecha social es cada vez más intensa:
Durante el apagón, una buena amiga decidió ir a robarse el WiFi del hotel Eurobuilding: “Marica, no hay ni una habitación disponible y la más barata vale cien dólares. Cuando les preguntan: ¿por cuántas noches? Los carajos responden y que ‘mientras no haya luz’ y se ríen, como si nada”, me escribió.
De igual forma, supe de varios comprando su propia plantica eléctrica porque “dos mil dólares no son nada” aunque el salario mínimo legal ronde los 5$.
Así andamos.
“Estamos en guerra”, dirán muchos. Y está bien. ¿Qué se hace en la guerra? ¿Cuál es la estrategia? ¿Para qué o quiénes combaten las tropas empobrecidas? ¿Se puede vencer solamente a punta de resistencia? Seguimos.
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