Por: Ángel Daniel González
Si usted ha tenido la impresión de que en la situación de Venezuela lo que pueda o no pasar depende de lo que ocurra más allá de nuestras fronteras, o de las acciones de líderes y gobiernos de otros países más que de nuestros políticos y sus decisiones, es porque tal situación se hace cada día más evidente.
Mientras más avanza el año 2019, y la crisis económica y social de los venezolanos se agudiza, más nos damos cuenta de que nada de lo que dicen o hacen los actores políticos criollos va a resultar determinante en un posible desenlace político. Y esto se debe a que el venezolano solo es parte de un conflicto geopolítico mucho más grande, que estudiosos y analistas han venido a llamar una “nueva guerra fría”.
El Gobierno, en lo económico, parece entregado a un programa de choque monetarista no declarado totalmente, con la “esperanza” de que se logre frenar la inflación por la vía de la contracción del consumo (congelamiento de salarios, restricción del crédito bancario, reducción de subsidios). Pero parece no tener mucho margen de maniobra ante el avance agresivo de los bloqueos financieros y comerciales que Estados Unidos ha establecido sobre PDVSA y el propio Gobierno, aunado a la crítica situación del sistema eléctrico, que representa prácticamente un jaque a la economía nacional. En lo político, la maniobra pareciera ser similar, mantener un laissez faire laissez passer en cuanto a las acciones insurreccionales de Juan Guaidó y compañía, quizás en medio de una estrategia de “resistencia” esperando el desgaste del personaje y el consecuente pivote por parte de Washington.
Lo más concreto que se puede esperar es que en el marco del 1° de Mayo el Presidente anuncie un aumento salarial, probablemente acompañado de algunas medidas económicas complementarias y, quizás, algo relacionado a la prometida “reestructuración” del gabinete ministerial.
Pero algo como una solución a la situación actual no parece estar en manos de algo que pueda en este momento hacer el Gobierno.
Por el lado de la oposición, no existe ni la capacidad ni la intención de acometer acciones concretas en pro del mejoramiento de la situación económica. Por el contrario, su apuesta política es el colapso económico del país, con la esperanza de que el mismo conlleve a la “caída” del Gobierno. Su acción política, si se puede llamar así, consiste en la pantomima de la “solicitud” de congelamiento de cuentas y aplicación de sanciones por parte de otros países, lo cual no es sino hacerle el juego retórico a quien actúa en realidad, es decir Estados Unidos.
Pero la estrategia opositora para tumbar al Gobierno ha demostrado ser inefectiva, toda vez que, hasta ahora, no han logrado fracturar a la Fuerza Armada para que esta “se encargue” de defenestrar al Presidente. Esta es la única carta con la que contarían para hacer realidad la toma del poder, y es evidente que no la han conseguido por ninguna de las vías por las que lo han intentado.
Lo más concreto que han hecho es la reciente designación de una “junta directiva” de PDVSA que, según afirman, tiene la autoridad para “negociar la deuda” de los bonos con vencimiento en 2020, aquellos que pretenden tener como “garantía” la mitad de las acciones de CITGO, la filial de PDVSA en Estados Unidos.
Y, precisamente, el asunto petrolero es el lente por el que se debe mirar la situación de Venezuela. Las grandes potencias vienen por nuestro petróleo. Esto ha sido así desde que hay petróleo en Venezuela y es hoy el meollo del conflicto.
Geopolítica: petróleo y armas
El periodista y analista político estadounidense Robert D. Kaplan publicó un artículo en enero de este año titulado Una nueva guerra fría ha comenzado. Allí explica que “con el declive del orden mundial liberal, ha comenzado una más históricamente normal era de rivalidad geopolítica, y las tensiones comerciales son simplemente el acompañamiento de tal rivalidad. Para entender lo que está sucediendo, tenemos que dejar de separar artificialmente las tensiones comerciales entre EE.UU. y China y las tensiones militares entre EE.UU. y China”. El gigante asiático le está disputando a Estados Unidos la hegemonía económica, tecnológica, militar y política, aspectos que van todos engranados y son complementarios. Al mismo tiempo, Rusia avanza en el despliegue de sus capacidades militares ejerciendo una importante influencia en Medio Oriente y Europa. En este sentido, el reconocido especialista geopolítico estadounidense Michael T. Klare convalidó en febrero la tesis de la nueva guerra fría y agregó que Washington “está lanzando una nueva y aterradora carrera armamentística“.
La estrategia de Donald Trump apunta a “proteger” su economía para mantener su posición de dominio mundial, y esto se logra movilizando la industria armamentística, la industria petrolera y la industria tecnológica estadounidense, ya que el errático capital financiero solo ha puesto en riesgo el crecimiento económico, facilitando el avance de China, que se perfila como primera potencia económica global en menos de una década, de la mano del desarrollo de su industria tecnológica.
Ahora bien, ¿cómo entra Venezuela en este escenario? Nuestro país tiene las reservas de petróleo más grandes del mundo, necesarias para el despliegue militar. Además, tiene inmensas reservas de oro, hierro, aluminio y acero, también vitales en el despliegue del complejo militar industrial, el corazón político gringo. Y, por si fuera poco, también tenemos lo que llaman “tierras raras”, que son minerales esenciales para la fabricación de dispositivos tecnológicos, que ahora mismo son un motor fundamental en lo económico y lo militar. Para completar el cuadro, Venezuela está en la boca del Mar Caribe, el espacio geopolítico natural de EEUU en el frente atlántico. En 2015, China acordó con los países de América Latina un plan de inversión por 250 mil millones de dólares en proyectos de infraestructura y desarrollo. Venezuela es ahora mismo el puntal principal de la influencia económica y política de China en la región que Estados Unidos tradicionalmente considera su “patio trasero”, o en otras palabras su “espacio vital”.
Tanto Rusia como China tienen importantes intereses en la industria petrolera venezolana, con grandes participaciones en la explotación de la Faja Petrolífera del Orinoco, así como en los procesos de mejoramiento y exportación de crudo.
Por eso no es de extrañar que Washington haya convocado esta semana, y por tercera vez este año, al consejo de Seguridad de la ONU para “hablar de Venezuela”. Y que los protagonistas de tales discusiones sean precisamente EEUU, Rusia y China.
El periodista e investigador geopolítico francés Thierry Meyssan explicaba a finales de marzo en su página web que Estados Unidos tiene una nueva “gran estrategia”, que consiste en que Washington ya no considera el acceso a los recursos petroleros como algo vital para sí mismo, sino que pretende que los “Estados estables” sólo peudan tener acceso a los recursos a través de Estados Unidos. “Para imponer esa situación era necesario destruir previamente las estructuras de los Estados en los países considerados “tanques” de recursos, de manera que no pudiesen oponerse a la voluntad de la primera potencia mundial, ni prescindir de esta”.
Las palabras con las que Meyssan cierra su artículo son esclarecedoras:
“Esa es la estrategia que Washington ha estado aplicando. Comenzó por el Gran Medio Oriente o Medio Oriente ampliado –con las guerras en Afganistán, Irak, Líbano, Libia, Siria y Yemen. A pesar de los anuncios de la secretaria de Estado de la administración Obama, Hillary Clinton, sobre el «Giro hacia Asia» (Pivot to Asia), el desarrollo militar de China impidió aplicarla en el Extremo Oriente y ahora Washington apunta a la Cuenca del Caribe, arremetiendo inicialmente contra Venezuela y Nicaragua”.
Es a la luz de estos datos que hay que interpretar lo que pasa, y lo que puede o no pasar, en nuestro país.
Mientras tanto, el Gobierno y la oposición se enfrentan en una retórica aérea, ambos más pendientes de denunciar o pedir bloqueos, sanciones y “ayudas humanitarias” que de sus propias capacidades para resolver los asuntos económicos y políticos internos.
En el marco de un ajedrez geopolítico que nos trasciende como nación, los actores nacionales se muestran dedicados a la disputa por quién controla el Estado y el poder político. Pero en realidad, aunque los venezolanos tengamos nuestras soberanas razones para actuar políticamente, todo lo que ocurre depende más de los intereses de las potencias que se ubican detrás de cada uno de los actores.
Así sea amargo reconocerlo, actualmente somos el territorio y las víctimas de una guerra que en realidad no nos pertenece.
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