Por: Marco Teruggi
Largas colas hasta entrada la noche. Esas fueron algunas de las
imágenes que más se difundieron todo el domingo. Las vimos en Catia, en
El Valle, Petare, La Pastora, en la Universidad Bolivariana de
Venezuela, en Apure, Yaracuy, Barinas, en cada punto recorrido, en
cuanto reporte de situación que llegó a los grupos de watsap, en las
imágenes de Twitter. El chavismo mostró, una vez más, que posee una
consciencia del momento histórico, del lugar que ocupa, de la
importancia del ejercicio democrático como forma de resolución de los
conflictos.Fue necesario verlo. A veces, de tanto aguantar ante los ataques, de tanto medir las respuestas, puede desdibujarse la capacidad propia. Dicho de otra manera, el que grita más fuerte puede parecer mayor de lo que es. La realidad es otra, la vimos, la protagonizamos: el chavismo está de pie.
La derecha niega y negará que haya sido así. Según ellos el simulacro fue una derrota absoluta, y en su plebiscito votaron, dicen, 7.676.894 personas. No existe ninguna forma de confirmarlo: quemaron cuadernos, y la capacidad instalada de mesas no permitía recibir esa cantidad de votantes. Además, se vio en el terreno cómo la importante movilización de las primeras horas de la mañana se desinfló ya al mediodía. No hablo de zonas como El Hatillo, donde parecía un desfile de moda en actitud épica libertaria ‒nunca se sabe, al verlos, si van a jugar al golf o a intentar tumbar un gobierno‒. En sus zonas fueron la mayoría que allí son. No podría ser de otra manera. El problema es que sus zonas, como su clase social, no son mayoría. Por eso insistieron en sus redes en querer posicionar territorios populares como base propia. Saben que ahí está su dificultad histórica. Movilizaron gente allí, pero no la que dicen y necesitan.
Dijeron, como se preveía, que el plebiscito fue un triunfo indiscutible. El objetivo era el acto para, una vez anunciado y reconocido internacionalmente, presentarlo como un mandato popular para llevar adelante las nuevas oleadas de violencia en ascenso. Legitimar la violencia, para decirlo de manera sintética. Por eso los expresidentes ‒corruptos y repudiados en sus respectivos países‒, el llamado a la comunidad internacional, los cantos de pacifismo de toda la dirigencia. Tenían que portarse bien y lo hicieron, así se venían mostrando desde días anteriores. Habían mantenido el escenario en una tranquilidad táctica luego de las acciones del pasado lunes con una bomba a distancia contra la Guardia Nacional Bolivariana, dos efectivos heridos con bala, y un candidato a la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) asesinado ante su comunidad.
Ya tienen el plebiscito que necesitaban, la matriz instalada en el exterior, sus seguidores absolutamente convencidos de ser la mayoría indiscutible y arrasadora. Sigue la pregunta que su misma base social y su prensa se hacen: ¿y ahora qué?
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La respuesta vino este lunes, y confirmó una hipótesis ya expuesta:
irán por el intento del doble gobierno, con el nombramiento de un
“gobierno de unidad nacional” y de nuevos magistrados para el Tribunal
Supremo de Justicia. Para sostener eso profundizarán dos elementos. En
primer lugar, la presión internacional que les permitirá legitimarse y
maniobrar diplomáticamente ‒aunque ninguna victoria les está asegurada‒.
Y, en segundo lugar, la violencia: profundizarán sus dimensiones y
agudizarán los métodos.¿Tienen posibilidad para hacerlo? Si el frente internacional parece relativamente sólido, no sucede lo mismo al interior del país: sostener un esquema de esa envergadura demanda más que lo que hasta el momento desplegaron en las calles, más que jóvenes de clase media convencidos de su épica, y grupos de encapuchados con armas en mano, droga y alcohol en el cuerpo. Poseen fuerzas paramilitares también, que ya actuaron en varias ciudades y corredores. ¿Suficientes para liberar territorios, instalar un nuevo gobierno con capacidad de dictar órdenes? El poder no se anuncia como una posesión, el poder ‒entre otras cosas‒ se ejerce. Nombrarán a los magistrados, ¿y luego qué?
La fuerza podría venir de afuera. Un seguimiento de los movimientos internacionales muestra operaciones militares planificadas por Estados Unidos en Colombia, en el sur de Amazonía, y la profundización de la presión económica internacional para asfixiar. ¿Qué forma y cuándo podría tomar un avance directo? Está por verse, en caso hipotético de darse. Aunque pensar la intervención como una acción abierta e identificada puede ser un modelo anticuado. Se puede intervenir sin mostrarse, algo que, de hecho, ya sucede.
Lo que parece seguro es que manejan varios tiempos: el del conflicto prolongado, y el del choque frontal antes del 30 de julio. Esto último ha sido anunciado por el actor-lanzagranada que lee sus discursos por telepronter, los diferentes dirigentes de la derecha, los análisis del conflicto. Para prever que podrían hacer en esa escalada se puede elaborar un listado de todas las acciones desplegadas en más de cien días, imaginar que todas tendrán lugar y agregarle nuevas formas ‒la bomba explotada a distancia fue un preaviso en ese sentido.
¿Será suficiente para sostener un intento de nuevo gobierno, impedir la ANC y sacar al presidente Nicolás Maduro? No parecería: siguen sin Fuerza Armada Nacional Bolivariana ni clases populares movilizadas. Aunque sí tiene suficiente capacidad para continuar el proceso de desgaste, destrucción, enfrentamiento, agravar más los efectos de la guerra sobre la economía, el Estado, la sociedad, la cultura. Eso es un objetivo, en sí, estratégico.
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Empezaba por las colas y la participación del chavismo. Es necesario
subrayar la fuerza propia. Opera sobre las subjetividades, las
condiciones de la pelea. El problema sería sobreestimarla, caer en un
triunfalismo contraproducente. Las necesidades que se han planteado
desde que el presidente hizo el llamado a la ANC son las mismas: romper
con los actos hechos para aplaudir a dirigentes y dar forma a asambleas
populares reales en los territorios, permitir que haya crítica,
interpelación, recoger las propuestas que emerjan de las bases, volver a
impulsar un ejercicio de participación protagónica muchas veces opacado
por lógicas verticales con manejo de recursos.El chavismo sigue ante los mismos desafíos: acumular masividad suficiente para el 30 de julio ‒que otorgue la mayor legitimidad a la ANC‒ y recomponer fuerzas de cara a rearmar mayoría y hegemonía. Para eso es necesario política chavista y no burocrática/clientelar, y respuestas concretas a problemas materiales que no logran frenarse y son un desgaste diario para millones de personas. La economía no puede quedarse detrás de la política, en particular en un escenario de deterioro que lleva varios años. Precios, medicamentos, gas, son algunas de las sogas que aprietan, en particular a los más humildes, es decir a la misma base social histórica del chavismo. El tiempo para las respuestas se achica, el desgaste crece.
Una última reflexión es que la confrontación planteada de modo insurreccional por la derecha puede terminar favoreciendo al chavismo. La evidencia del enemigo, de su cercanía, sus planes, su violencia que lo desgasta nacionalmente, pone sobre la mesa las dimensiones de la batalla en la cual estamos inmersos. No está en juego un cambio de gobierno, sino la posibilidad de que asuma el poder político una derecha subordinada a Estados Unidos, que arrodille el gobierno, la economía, y descargue una revancha sobre el chavismo y todo lo hecho desde 1999. Por eso en el simulacro se votó por una ANC, pero también contra una derecha que tiene como plan hacer cenizas del país.
Estamos en semanas claves. La derecha evidenció que aún con una cifra inventada no tiene esa aplastante mayoría que dice ser. El chavismo por su parte peleó con inteligencia. Esto es una guerra, el domingo fue una batalla, vienen otras, sigue el empate violento.
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