Mendoza será el epicentro de un hecho inédito: por primera vez en una década no habrá Cumbre Social del Mercosur, el espacio donde las organizaciones y movimientos sociales exponen sus problemas ante la reunión de presidentes, frente a quienes leen un documento final que sintetiza los debates realizados previamente. Aunque eso no suceda, sí habrá contra-cumbre, organizada pese al rechazo oficial a integrar las demandas de las organizaciones en la agenda de la cumbre.
Pero además no habrá representantes del Parlasur, el propio parlamento del bloque que se reúne. El Ejecutivo argentino invitó solamente el presidente del Parlasur al CMC –Consejo de Mercado Común, órgano superior del Mercosur– gesto de desplante que hizo que la Mesa Directiva del parlamento regional desista de viajar a Mendoza, a una reunión de la que deberían formar parte si se pretende un aceitamiento del trabajo conjunto.
Si a esto le sumamos la salida de Venezuela, tiempo atrás, veremos en Mendoza a un Mercosur profundamente debilitado, en consonancia con la idea de continuar amesetando a la integración regional y solo utilizarla como apéndice para realizar acuerdos de libre comercio como el que se negocia –cada vez con mayor rapidez– con la Unión Europea. ¿Es la Cumbre Social una voz disonante al acuerdo Mercosur-UE? Afuera. ¿Son algunos representantes del Parlasur reacios a avanzar en las negociaciones con los europeos? Afuera. ¿Es el país bolivariano, que enfrenta una notoria injerencia externa e interna para desplazar al gobierno, un freno a este Tratado de Libre Comercio encubierto? Afuera.
¿El resultado? Un Mercosur vaciado, apéndice de acuerdos comerciales de dudoso beneficio para los países miembros. Un Mercosur que ni siquiera puede levantar la voz contra la prisión arbitraria de una parlamentaria del bloque, como es Milagro Sala, quien paradójicamente si es defendida en otros organismos, como la Unión Europea y la Organización de Naciones Unidas. A esto hay que agregarle otro factor adicional: el enfriamiento de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), que al momento de escribir estas líneas aún no ha conseguido reemplazo a la salida de su último Secretario General, Ernesto Samper Pizano.
El escenario es tétrico: la integración regional ha entrado en una fase verdaderamente crítica. No es la primera vez que sucede, y probablemente no sea la última. Es un amesetamiento lamentablemente recurrente que obedece a lecturas híper-minimalistas, siempre parciales, sobre la forma en la cual superar la crisis económica que viven nuestros países en un contexto internacional adverso. Pero además se trata de una disputa por la conducción del proceso integracionista entre dos vertientes antagónicas, algo que podrá empezar a saldarse con las elecciones presidenciales del año próximo, en caso de que haya cambio de gobierno en Brasil y Paraguay.
Un dato final para que el lector advierta la complejidad del momento: quien recibirá la presidencia pro témpore del bloque será nada menos que el Brasil del tambaleante Michel Temer, quien accedió al poder a través de un golpe institucional. Es decir: un país con serias dificultades, donde parece estar en proceso un “golpe dentro del golpe” y donde quien encabeza todas las encuestas (Lula) acaba de ser arbitrariamente condenado en primera instancia. En otro momento, las instancias regionales podrían haber apartado al país por una situación como la planteada, de notoria gravedad democrática. Ahora, paradójicamente, será este país el que conduzca el Mercosur vaciado que entrega Mauricio Macri.
Autor:
Juan Manuel Karg
Licenciado en Ciencias Políticas, Universidad de Buenos Aires / Periodista. Investigador del Centro Cultural de la Cooperación, Argentina / Maestrando en Estudios Sociales Latinoamericanos UBA.
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