miércoles, 21 de septiembre de 2016

Y entonces ¿cómo salimos?


aturdidos

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— Te importaría decirme, por favor, cómo hago para salir de aquí? –preguntó Alicia.
— Eso depende en buena medida de hacia dónde quieras ir –contestó el gato.
Lewis Carroll

Los acontecimientos de los últimos días parecieran arrojar tres conclusiones generales. La primera de ella, que la gran mayoría de los venezolanos y las venezolanas no desean la violencia ni esperan que esa sea la vía para resolver los problemas que más los y las aquejan. Lo que no deja de ser un dato realmente importante más allá de lo obvio. Pues toda la operación psicológica y material puesta en práctica para que eso ocurra ha sido realmente de envergadura, siendo, por otra parte, que por mucho menos de lo que debemos soportar hoy día, en otros países la gente sale a matarse en la calles.
La segunda es que esa gran mayoría de venezolanos y venezolanas, todos y todas quieren un cambio. Y en su gran mayoría, de hecho, coinciden en aquello que en lo fundamental quieren cambiar: que acabe la especulación de precios, que se normalice el acceso a los bienes y servicios, que les alcance el sueldo para poder ejercer sus derechos socioeconómicos y tener una vida digna, etc. Es decir, en líneas generales, nadie pareciera –más allá de los interesados en que esto siga así o empeore– estar conforme con la situación actual.
Y la tercera conclusión es que pese a lo anterior, pese a lo complicado de la situación actual, pese al desgaste del Gobierno en la medida en que no logra terminar de tomar la sartén por el mango y pese a todo el esfuerzo que la derecha pone en ello, esta no logra capitalizar el malestar social. No lo hizo en diciembre pasado, pues electoralmente no logró sumar para sí los votos restados al chavismo que más bien se fueron a la abstención. Pero tampoco lo ha hecho ahora, nueve meses después y con más crisis. Pues incluso en el supuesto negado de que fuesen ciertas las cifras que dicen concentraron en la avenida Francisco de Miranda, ni es más de las que concentró el chavismo en la Bolívar ni es nada cualitativamente hablando distinto a lo que han hecho otras veces. De allí el malestar de los asistentes, evidenciado después. Pues en el fondo quedaron en la misma: en nada. Como en nada quedó ser mayoría en la Asamblea Nacional.
A nuestro modo de ver, esto pasa en lo fundamental por tres razones. La primera porque entre torpeza y torpeza, cada vez la derecha se cuida menos de aparentar que la mayor parte del malestar de la gente por lo que está ocurriendo con la economía se debe a sus acciones de sabotaje. La segunda, porque la AN de cabeza de playa para tomar el poder, quedó convertida en una ciénaga política donde nada trascendente ocurre ni puede ya ocurrir, lo que desgasta a su dirigencia. Y la tercera y más importante: porque la oferta de “cambio” de la derecha tiene el defecto de no poder explicarse en qué consiste exactamente, pues de explicarse quedaría claro que no es el tipo de cambio que quieren las y los venezolanas y venezolanos.
En efecto, para que la oferta de la derecha sea atractiva políticamente hablando, debe mantenerse en la nebulosa de un mero “cambiar”, sin especificar mucho en cambiar cuál o tal cosa, pero sobre todo cómo hacerlo. Pues esto último implica proponer acciones concretas y por tanto explicarlas, con lo cual corren el riesgo de que lo que tienen preparado no sea lo que la gente reclama sino, de hecho, justo lo contrario. Si queremos un ejemplo no criollo para graficar mejor el punto, veamos lo que está pasando en la Argentina de Macri, que es el tipo de gobierno dirigido por un empresario “exitoso” y unos economistas graduados en las mejores universidades tecnócratas, que al imaginario de la derecha le fascina. En su campaña Macri siempre puso como su objetivo principal derrotar la inflación “insufrible” del “fracasado modelo populista-kirchnerista” e insistió sobre la necesidad impostergable de levantar el “cepo cambiario” (el control de cambio) para derrotar el paralelo, estabilizar el mercado cambiario y promover la llegada de las inversiones. Y hasta puso una meta: el segundo semestre de 2016 se verán los resultados y la economía argentina levantará de sus cenizas. Durante esa misma campaña, respondió a sus oponentes jurando que eran parte de una “campaña de miedo del gobierno K” las acusaciones de querer aplicar un paquetazo neoliberal. Nueve meses después, y habiendo aplicado el paquetazo neoliberal que juró en campaña no aplicar, la inflación es peor que en el peor momento de los gobiernos de Néstor y Cristina, hay incluso desabastecimiento de algunos rubros, el desempleo se duplicó lo mismo que el tipo de cambio (que no se ha estabilizado), el déficit fiscal aumentó igual la deuda externa mientras que las soñadas inversiones no llegan. Demás está decir que movieron la promesa del despegue económico para el primer semestre de 2017. Macri reconoció luego en una entrevista, que de haber dicho que iban a hacer todo lo que hicieron nadie lo hubiese votado y más bien lo hubiesen encerrado en un manicomio…
Si dentro del oposicionismo existiese un electorado más inteligente que exigiera (no digamos pensando en el futuro del país, sino incluso exclusivamente en el de ellos mismos y sus familias) que más allá de las consignas con las que todo el mundo está de acuerdo y la manera irresponsable de esquivar el fondo de los problemas por parte de sus dirigentes, se le dijera cómo, para qué y cuáles son las ventajas y peligros de las propuesta de “cambio” que le están vendiendo, el panorama de sus convocatorias fuera más magro del que ya es. Pero por suerte, mientras eso ocurre –si es que alguna vez ocurre– fuera del marco oposicionista existe una ciudadanía más responsable que no está dispuesta a dar un salto al abismo y hacerse cómplice de su propio proceso de destrucción por falta de criterio propio, gente que igual padece las colas, la especulación, que debe hacer malabares para comprar bienes básicos, que ha sido víctima de la delincuencia y quiere que todo eso cambie y no siga siendo así, pero que entiende que la “salida” o “el cambio” consistente en ponerse del lado de quienes lo especulan, le esconden los alimentos o asaltan, puede ser cualquier cosa, menos inteligente.
Lo que no debe interpretarse como una ventaja para el gobierno sino como un compromiso, pues así como es cierto que la derecha no logra capitalizar el despecho económico de la gente, también lo es que el apoyo de la gran mayoría a la estabilidad del país y su rechazo a los cantos de sirena de la derecha, no necesariamente significa que esa gente esté conforme con las cosas como están o con lo que el gobierno está haciendo para salir de donde estamos. Son dos cosas muy distintas y confundirlas sería fatal.
De tal suerte, podemos terminar diciendo que la mayoría de las venezolanas y los venezolanos que hoy día nos encontramos tan perdidos y ansiosos como Alicia y queriendo regresar a la normalidad, entendemos que salir de esta anormalidad depende mucho de a dónde queremos ir. No queremos salir de la especulación y el malandreo económico de facto, a un estado de cosas donde lo único distinto es que tales males estarán validados por un Estado controlado por los malandros y especuladores. Queremos Precios Justos en la medida en que garanticen el acceso a los bienes y servicios, no Precios Susto que satisfagan la ambición sin fin de los mercachifles poniendo a los demás a pasar hambre. Queremos salarios dignos y que inclusive el que menos tenga tenga un salario mínimo decente y no lo que pretenden los patrones que todos tengamos: el más mínimo de los ingresos. Todos queremos un país más productivo, sin duda, pero no convertirnos en una maquila de super-explotados para parecerle atractivos a los inversionistas extranjeros por lo barato. En fin, queremos más democracia y soberanía, no regímenes decadentes y entreguistas como el de Fora Temer y Mauricio Micro. Todos y todas queremos eso. ¿Qué es lo que nos falta entonces?

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