Rebelión En las catacumbas del patriarcado, durante milenios como
sujetos dominados, las mujeres lograron crear y reproducir un acervo de
valores propios, que no fueron característicos en la conducta
mayoritaria de los hombres. Yo llamo a estos valores como los valores de
la feminidad histórica. A saber:
- La asunción de un alto sentido de responsabilidad en la reproducción de la especie.
- La inclusión en la toma racional de decisiones de la dimensión afectiva, en contraste con el modelo de racionalidad vacío de consideraciones afectivas que promueve el patriarcado tradicional y, sobre todo, el patriarcado capitalista. Eduardo Galeano llamaba a este aporte de la feminidad histórica como el sentir – pensar. Un acto de interacción entre sentimiento y pensamiento que debe regir las decisiones humanas, en oposición con el acto de pensar que trata de ignorar o subordinar la afectividad emotiva.
- La defensa de la paz, la conciliación y el diálogo como antítesis de la guerra, el conflicto abierto y el rechazo a conciliar posiciones.
- La prevalencia del interés colectivo (por lo menos, el interés del colectivo familiar), en colisión con la prioridad individualista en el ejercicio de la dominación patriarcal.
Es lamentable. Pero la experiencia del proceso que las y los feministas
llaman “empoderamiento femenino”, es decir el acceso de las mujeres a
puestos de poder, ha sido decepcionante. La mayoría de las mujeres que
han ascendido a altos puestos de poder, lo primero que han hecho ha sido
renunciar a los valores de la feminidad histórica, y afirmarse
imitando, incluso en sus manifestaciones más grotescas, el estilo y los
valores subyacentes con que se ha ejercido el poder patriarcal,
especialmente el poder patriarcal capitalista. Los ejemplos abundan: la
Tatcher, la Merkel, la Albright, la Timoshenko (Ucrania), la Ashton
(Unión Europea). En Nuestra América: la Chamorro, la Moscoso, la
Chinchilla, la Michelet. Salvaría como excepciones a Cristina y Dilma; y
en el siglo pasado y en la India a Indira Gandhi.
La candidatura de Hillary Clinton en USA se promociona como un
ascenso del feminismo. “La primera mujer que será presidente en Estados
Unidos”. “Su encomiable labor como madre”. “Su preocupación amorosa por
los niños”. Muchas y muchos levantan la bandera del “empoderamiento
femenino” para apoyarla. Sin embargo, Hillary es un modelo clásico de
repudio a los valores de la feminidad histórica y apropiación de las
formas más aviesas de dominación patriarcal.
Como diría un amigo: la Clinton es una genocida acreditada. Nada de
hipótesis. Responsable de la destrucción y los genocidios perpetrados en
Libia y Siria. “Vine, vi y murió”, celebrando con sonrisa satánica el
asesinato de Gadafi, torturado, sodomizado, arrastrado herido, aún con
vida, varios kilómetros. Cabe agregar también, el antecedente de la
vergonzosa defensa de su marido cuando el escándalo con la becaria
Monica Lewinsky que llegó a hacer prácticas de sexo oral a la Casa
Blanca.
La condición sexual de mujer que tiene Hillary, no garantiza nada bueno
ni para USA ni para el mundo. Todo lo contrario, es una garantía
tenebrosa. Lo que he expuesto hasta aquí, no significa pensar que la
opción que tiene el pueblo estadounidense en las actuales elecciones sea
el otro candidato del bipartidismo. El matón, ignorante, racista,
ególatra y sórdido Donald Trump. El atributo esencial del sistema
político usamericano, eso que llaman democracia (¿cuál democracia? diría
José Saramago), es el de que está estructurado para bloquear la
candidatura viable de un ser humano decente. El caso de Sander, a quien
desde varios frentes los poderes fácticos del Establishment le
serrucharon el piso sistemáticamente, es un ejemplo elocuente.
Cualquiera que sea el resultado de la elección en USA, la humanidad debe
prepararse para un futuro sombrío.
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