Todo el mundo reconoce que Colombia es el
país de la impunidad. Pero no se trata solamente de una impunidad
judicial, sino que existe –y de qué manera– “la cultura ciudadana de la
impunidad”. Es precisamente eso lo que demuestra el artículo El revólver chiviado que mató a Gaitán utilizado
por el asesino de mi padre, Jorge Eliécer Gaitán, para concluir que
fue un individuo “aislado” quien lo asesinó. Está claro que se le quiere
lavar las manos a los verdaderos asesinos, porque salta a la vista cómo
se desconocen – adrede – las evidencias que demuestran que se trató de
un crimen de Estado y se silencia que el agente de la CIA, John Mepples
Spirito –que confesó haber participado en la llamada Operación
Pantomima, que preparó esa agencia de inteligencia en contubernio con el
gobierno colombiano para cometer el crimen– señaló que el asesino, Roa
Sierra, ya había participado en anteriores “trabajos criminales” para la
CIA y le dieron un revólver viejo, pero de gran puntería, para que
fuera imposible rastrear el origen de la adquisición del artefacto.
Además, muchos testigos han declarado que
el jefe de la Policía, que sirvió de intermediario para la negociación
del arma, fue el encargado de supervisar el crimen, con la ayuda de dos
policías que le entregaron el asesino a la multitud para que lo
lincharan.
Son demasiadas las pruebas que existen
sobre la autoría oficial e internacional del crimen, para que un
individuo, con superficiales apreciaciones, pretenda lavar de culpa a
los asesinos intelectuales, que ya mi padre había señalado, con nombre
propio, en su famosa Oración por la Paz./las20rillas
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