Hindu Anderi
Articulo publicado originalmente en Domingo, 04/02/2007 11:58 AM
Hoy me viene a la memoria aquella tarde soleada, del 4 de febrero de 1992, cuando nos encontrábamos en el Ministerio de la Defensa esperando ver el rostro de aquel hombre que fue capaz de rebelarse en contra del gobierno de Carlos Andrés Pérez.
Sabíamos que habían otros militares, pero a éste le tocó Caracas, el Palacio de Miraflores y además, dar la cara por el grupo de rebeldes alzados.
Valió la espera. De pronto el hombre es presentado a los periodistas que allí nos encontrábamos. Yo en esa época era una de las más jóvenes e irreverentes del diario El Globo.
-¿Cómo se llama?- preguntaba con impaciencia a quienes me rodeaban: militares, civiles, reporteros, etc.
- Es el Teniente Coronel Hugo Rafael Chávez Frías-, alguien respondió.
El hombre vestido con su uniforme de paracaidista salió escoltado. Los rostros de algunos militares dejaban escapar la furtiva mirada de aprobación por lo que había hecho. Parecía que lo respetaban.
No pude escribir nada en la libreta. Apenas alcance a extender el grabador. Fijé profundamente mis ojos en el rostro zambo de aquel hombre, para nada telegénico según los parámetros de la “industria cultural”. Y me atrapó por un minuto, el minuto más largo de mi vida…el minuto que marcó para siempre a la mayoría que lo vio y lo escuchó.
“Primero que nada quiero dar buenos días a todo el pueblo de Venezuela y este mensaje bolivariano va dirigido a los valientes soldados que se encuentran en el regimiento de paracaidistas de Aragua y en la brigada blindada de Valencia. Compañeros lamentablemente por ahora los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir nosotros acá en Caracas no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá pero ya es tiempo de evitar más derramamientos de sangre, ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrrumbarse hacia un destino mejor. Así que oigan mi palabra, oigan al Comandante Chávez que les lanza este mensaje para que por favor reflexionen y depongan las armas porque ya en verdad los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional es imposible que los logremos. Compañeros oigan este mensaje solidario. Les agradezco su lealtad, les agradezco, les agradezco su valentía, su desprendimiento, y yo ante el país y ante ustedes asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano, muchas gracias”.
Fue lapidario. Sus palabras breves, se grabaron en mi mente al punto que podía repetirlas una y otra vez; fueron las más profundas que escucharon mis jóvenes y esperanzados oídos. Y pensé como pensaron muchos “en este país nadie es responsable hasta este momento y este hombre asume la responsabilidad”.
Su dignidad y su valentía ganaron a mucha gente. Nuestra soledad no era tal. Nuestros mártires no fueron sembrados en vano. Nuestros perseguidos podían soñar con el descanso. Había hombres en armas que sentían igual que el pueblo, que sufrían igual que todos nosotros, que eran de carne y hueso. No sabía entonces si eran pocos o muchos, pero este Comandante valía por todos.
Entonces aprecié como nunca el valor. Fui testigo del comienzo de uno de los capítulos más importantes de la historia de mi país. Las palabras de este hombre desnudaron a quienes por años se vistieron con nuestra sangre, con nuestro dolor, con nuestra libertad. Estábamos dispuestos a seguir a este líder aunque vistiera verde oliva y calzara la bota militar que por años pedíamos a gritos en nuestras consignas universitarias, saliera de nuestra vida.
Desde ese momento ese hombre se convirtió en Chávez. Lo acompañamos al Cuartel San Carlos donde estuvo preso junto con sus compañeros. También le acompañaron los muertos que dejó ese 4-F. Durante dos meses, con sus días y sus noches, esperamos el traslado de los rebeldes hasta la Cárcel de Yare. Esa tarde de abril fue inolvidable. Corríamos detrás de los autobuses que se los llevaban y la gente que cada tarde los escoltaba en los alrededores del cuartel se aferraba a las ventanas de los buses. Luego vino el 27 de noviembre y dos años después terminó la prisión.
Chávez encarnaba la esperanza del pueblo que en 1998, pese a todas las campañas que lo intentaron satanizar le dio el triunfo. La hora del pueblo había llegado. Y así el pueblo aprobó la nueva Constitución de la República Bolivariana de Venezuela; legitimó los poderes y una y otra vez ratificó su decisión por construir la patria buena que soñó Alí.
Y hoy cuando se van a cumplir 15 años de ese día, sigue siendo Chávez. Sigue siendo el comandante de una rebelión que acompaña todo un pueblo en contra del imperio, del capitalismo, de la guerra, de la muerte. Comandante y pueblo logramos los objetivos que nos planteamos… Y lo más hermoso, seguimos trabajando para que el destino sea cada vez mejor.
Hoy me viene a la memoria aquella tarde soleada, del 4 de febrero de 1992, cuando nos encontrábamos en el Ministerio de la Defensa esperando ver el rostro de aquel hombre que fue capaz de rebelarse en contra del gobierno de Carlos Andrés Pérez.
Sabíamos que habían otros militares, pero a éste le tocó Caracas, el Palacio de Miraflores y además, dar la cara por el grupo de rebeldes alzados.
Valió la espera. De pronto el hombre es presentado a los periodistas que allí nos encontrábamos. Yo en esa época era una de las más jóvenes e irreverentes del diario El Globo.
-¿Cómo se llama?- preguntaba con impaciencia a quienes me rodeaban: militares, civiles, reporteros, etc.
- Es el Teniente Coronel Hugo Rafael Chávez Frías-, alguien respondió.
El hombre vestido con su uniforme de paracaidista salió escoltado. Los rostros de algunos militares dejaban escapar la furtiva mirada de aprobación por lo que había hecho. Parecía que lo respetaban.
No pude escribir nada en la libreta. Apenas alcance a extender el grabador. Fijé profundamente mis ojos en el rostro zambo de aquel hombre, para nada telegénico según los parámetros de la “industria cultural”. Y me atrapó por un minuto, el minuto más largo de mi vida…el minuto que marcó para siempre a la mayoría que lo vio y lo escuchó.
“Primero que nada quiero dar buenos días a todo el pueblo de Venezuela y este mensaje bolivariano va dirigido a los valientes soldados que se encuentran en el regimiento de paracaidistas de Aragua y en la brigada blindada de Valencia. Compañeros lamentablemente por ahora los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir nosotros acá en Caracas no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá pero ya es tiempo de evitar más derramamientos de sangre, ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrrumbarse hacia un destino mejor. Así que oigan mi palabra, oigan al Comandante Chávez que les lanza este mensaje para que por favor reflexionen y depongan las armas porque ya en verdad los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional es imposible que los logremos. Compañeros oigan este mensaje solidario. Les agradezco su lealtad, les agradezco, les agradezco su valentía, su desprendimiento, y yo ante el país y ante ustedes asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano, muchas gracias”.
Fue lapidario. Sus palabras breves, se grabaron en mi mente al punto que podía repetirlas una y otra vez; fueron las más profundas que escucharon mis jóvenes y esperanzados oídos. Y pensé como pensaron muchos “en este país nadie es responsable hasta este momento y este hombre asume la responsabilidad”.
Su dignidad y su valentía ganaron a mucha gente. Nuestra soledad no era tal. Nuestros mártires no fueron sembrados en vano. Nuestros perseguidos podían soñar con el descanso. Había hombres en armas que sentían igual que el pueblo, que sufrían igual que todos nosotros, que eran de carne y hueso. No sabía entonces si eran pocos o muchos, pero este Comandante valía por todos.
Entonces aprecié como nunca el valor. Fui testigo del comienzo de uno de los capítulos más importantes de la historia de mi país. Las palabras de este hombre desnudaron a quienes por años se vistieron con nuestra sangre, con nuestro dolor, con nuestra libertad. Estábamos dispuestos a seguir a este líder aunque vistiera verde oliva y calzara la bota militar que por años pedíamos a gritos en nuestras consignas universitarias, saliera de nuestra vida.
Desde ese momento ese hombre se convirtió en Chávez. Lo acompañamos al Cuartel San Carlos donde estuvo preso junto con sus compañeros. También le acompañaron los muertos que dejó ese 4-F. Durante dos meses, con sus días y sus noches, esperamos el traslado de los rebeldes hasta la Cárcel de Yare. Esa tarde de abril fue inolvidable. Corríamos detrás de los autobuses que se los llevaban y la gente que cada tarde los escoltaba en los alrededores del cuartel se aferraba a las ventanas de los buses. Luego vino el 27 de noviembre y dos años después terminó la prisión.
Chávez encarnaba la esperanza del pueblo que en 1998, pese a todas las campañas que lo intentaron satanizar le dio el triunfo. La hora del pueblo había llegado. Y así el pueblo aprobó la nueva Constitución de la República Bolivariana de Venezuela; legitimó los poderes y una y otra vez ratificó su decisión por construir la patria buena que soñó Alí.
Y hoy cuando se van a cumplir 15 años de ese día, sigue siendo Chávez. Sigue siendo el comandante de una rebelión que acompaña todo un pueblo en contra del imperio, del capitalismo, de la guerra, de la muerte. Comandante y pueblo logramos los objetivos que nos planteamos… Y lo más hermoso, seguimos trabajando para que el destino sea cada vez mejor.
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