martes, 4 de noviembre de 2014

La dictadura de la estética en África y el síndrome de Michael Jackson.


ESPERANZA ESCRIBANO

Público ¿Los negros las prefieren blancas? ¿O claras? ¿O qué más da? La tercera opción sería la correcta si, al aterrizar en Dakar, el visitante no se enfrentara a unas vallas publicitarias donde se promociona una crema para mujeres que aclara la piel. Cuando las campañas se vuelven omnipresentes, la opinión pública se escandaliza, pero la práctica está más o menos extendida entre las senegalesas que, en muchas ocasiones, desconocen las consecuencias para su salud.
La despigmentación de la piel está tan arraigada en Senegal desde la colonización, que un decreto la prohibió en las escuelas en 1979. Pero más allá de eso, no se ha hecho nada por prohibir la hidroquinona y los derivados del mercurio, presentes en muchos productos, que pueden provocar desde erupciones hasta cáncer en la sangre. El componente está prohibido en la Unión Europea y en Estados Unidos y la Organización Mundial de la Salud alertó sobre ello en 2012.

No todos los productos que se usan para blanquear la piel son tan nocivos, pero ninguno es beneficioso. El doctor Javier Busquier, del Instituto Clínico Estético de Barcelona, estima que "si se usa el producto correcto con la concentración correcta, no es dañino", pero advierte de que el que se adquiere en las grandes superficies "no es tan bueno como el de los laboratorios".
El problema está en que el despigmentante de laboratorio es mucho más caro y en Senegal, pocas mujeres pueden acceder a él. Y hay otros factores: el tiempo durante el que se lleva sobre la piel y la época del año. "Es un tratamiento que debería controlar un médico", considera Busquier. El sol de verano que cae sobre el país africano durante casi todo el año provoca "sobreexposición" y la consecuencia puede ser la contraria de la deseada: más manchas en la piel, quemaduras y enfermedades.

La única manera de conseguir una piel uniforme es pasar por el láser. "Las cremas pueden hacer desaparecer las manchas, pero no aclararán la piel de forma homogénea", explica el doctor. Sin embargo, Khess Petch, el producto que desató la polémica hace dos años en Senegal, prometía resultados en 15 días y un tono uniforme.

El racismo de blanquear la piel

Detrás de los problemas para la salud se esconde el debate sobre el racismo y la colonización. En el gobierno, muchas ministras se han aclarado la piel y las figuras públicas masculinas aparecen siempre del brazo de una mujer menos negra que la media.

Amadou Bakhaw Diaw, periodista de Ndarinfo, un periódico de Sant Louis, considera que blanquearse la piel supone "negar la herencia genética de los padres, la etnia y la raza". Diaw, que reivindica la negritud y pertenece a la elite intelectual del país, ve en las ministras que se han aclarado la piel, un "mal ejemplo": si se encargan de proteger a la familia, deberían escapar del "flagelo del Khessal" (como se conoce popularmente al producto en el país).

A simple vista, que las africanas quieran ser más blancas hace saltar las alarmas de la xenofobia, pero también las occidentales toman rayos uva y se compran aceites solares para ponerse morenas sin que nadie les acuse de despreciar su propia raza. En esta línea opina Lola López, directora del Centre d'Estudis Africans (CEA). Lo que le preocupa no es tanto si usar los blanqueantes es racista, como la dictadura de la estética.

"Las senegalesas no quieren ser blancas, quieren ser más claras, que no es lo mismo", aclara López. Como ejemplo, sirven las españolas: "Cuando nos achicharramos bajo el sol no queremos ser negras". Además, López recuerda que en Senegal, las mujeres consideradas como "las más guapas" pertenecen a la etnia fula y tienen un tono de piel más claro.

La despigmentación de la piel está tan arraigada en Senegal desde la colonización que un decreto la prohibió en las escuelas en 1979
La opinión va por barrios. Mientras para quienes reivindican la negritud, blanquearse la piel es una afrenta contra la identidad negra, López cree que depende del "tramo intelectual" al que pertenezca el grupo social. "Igual que una mujer blanca con tacones de aguja y labios de silicona no gustará al hombre de izquierdas, el intelectual senegalés no se sentirá atraído por una mujer que se aclara la piel". Pero añade: "Eso no significa que el blanco no se busque a la más alta o el senegalés a la que tiene la piel clara por genética".

Todo el mundo tiene una estética que dice algo de su mentalidad. López riza el rizo y defiende que quienes afean el uso del despigmentante son los verdaderamente racistas. "Remiten a un trauma de la colonización que culpa de todo a Occidente", justifica. Admite que en muchos de los problemas de África, el primer mundo es el responsable, pero no en todos. "Y culpar al otro de todo refleja inmadurez, mientras que asumir las culpas significa ser adulto", por lo que, quienes tildan de racista el Khessal, estarían admitiendo que su sociedad sigue siendo incapaz de gestionar sus responsabilidades.

Más allá de la piel, el problema que preocupa a quienes se dedican a investigar el continente es la obsesión por el físico. "Estar guapas y delgadas tiene mucho más impacto que ser más claras", exclama López. Lleva 25 años viajando por África y en este tiempo ha observado cómo el canon ha ido cambiando. Hace décadas, las mujeres mostraban su riqueza con sus kilos de más, su porte. Hoy en día, se ha encontrado en las capitales con muchas de esas mujeres haciendo dieta. La dictadura de la estética viene de Occidente, especialmente, a través de las series en las que la protagonista siempre es guapa, delgada y joven.

Así, relata que las senegalesas se preocupaban antes de estar bien para los suyos. Pero ahora importa más la estética pública, que es una clara introducción occidental, según López. Un producto como el Khessal está sólo al alcance de personas con un poder adquisitivo por encima de la media, lo que provoca que las que tienen menos medios lo utilicen por partes. "Una mujer que lo utiliza es negra a trozos y eso, estéticamente, queda muy feo y afecta a tus relaciones más íntimas", señala López, "que les importe más cómo las vea el resto que su compañero sexual es un cambio de mentalidad mucho más peligroso".

El síndrome Michael Jackson fuera de Senegal

No hay síndrome Michael Jackson en Senegal, pero sí en África central. Según la directora del CEA, querer ser blanco va ligado a un complejo de inferioridad. Mientras los países de África occidental han mantenido más su identidad, en el centro las interrupciones han sido constantes. Quien tiene clara su identidad no se busca en el otro y mientras aclararse la piel en Senegal está motivado por la estética, en Congo, donde los hombres también se someten a estos tratamientos, hay un cierto sentimiento de vergüenza hacia lo propio.

Que la identidad sea más sana o menos en Occidente que en el centro del continente, obedece a otras razones. Esas razones se llaman diamantes y coltan —el material con el que se fabrican los teléfonos móviles—. Allí donde abundan los recursos, florecen los conflictos, "motivados por empresas occidentales", recuerda López. Y donde hay conflictos con el primer mundo, la identidad sufre traumas. Decidir blanquearse la piel, acaba ligándose a esto. López lo nota hasta en la forma de moverse: "Una senegalesa camina con un mayor orgullo de ser quien es, que una gabonesa".

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