MARIADELA LINARES.
Hemos pasado quince años en una inagotable confrontación para intentar hacer posible un proyecto de país, que antagoniza con todo lo que habíamos vivido hasta finales del siglo pasado.
Hemos pasado quince años en una inagotable confrontación para intentar hacer posible un proyecto de país, que antagoniza con todo lo que habíamos vivido hasta finales del siglo pasado. El costo pagado en la diatriba es muy alto.
Uno de los saldos más negativos está representado por la fractura social que sufrimos y este desgaste moral enorme que hoy nos quita el aliento. Mientras tanto, al tiempo que peleamos entre familias, entre amigos y nos distanciamos de lo que antes nos era afín y hoy es ajeno, un enemigo silencioso, poderoso, se ha infiltrado entre nosotros, sin que la estéril pelea por buscar culpables a lo que nos acontece como sociedad, nos deje ver cómo ha crecido y cuán peligroso es ese intruso. Estamos hablando del narcotráfico, la maldición de la mayor industria del mundo, serpiente venenosa que aniquila cerebros al tiempo que acumula gigantescos capitales.
En las últimas semanas, hemos seguido el afán desplegado en medios por encontrar a quién endosarle la responsabilidad del drama de la inseguridad. La mayoría del centimetraje lo ocupan quienes le achacan al gobierno la totalidad de la culpa por este clima de violencia que nos acongoja. Sin intentar justificar la ineficacia gubernamental al enfrentarse con firmeza al asunto, vemos al tiempo con qué ligereza se obvian otras causas, como la presencia de modelos de violencia que les llegan a los niños a través de la televisión, los videojuegos y el cine, la falta de comunicación intrafamiliar, el ocio juvenil, el consumismo exacerbado y la inexistencia de un adecuado sistema de justicia, entre otras cosas. Pero por encima de ellas, se erige el narcotráfico, la droga, como el motor sigiloso, subterráneo, siniestro, que debe estar tras las manos de quienes hoy empuñan y accionan armas con tan pasmosa frialdad.
No son solo los gigantescos cargamentos de cocaína incautados últimamente en Francia y Guatemala provenientes de nuestro país lo que debe alarmarnos, sino también el inmenso daño que está causando el flagelo en nuestra juventud. Volteemos hacia México y miremos lo que nos puede pasar, como sociedad, si persistimos en la pendejada de continuar culpando a Chávez y a sus seguidores por todo lo malo que nos pasa.
Mariadela Linares
mlinar2004@yahoo.es
Uno de los saldos más negativos está representado por la fractura social que sufrimos y este desgaste moral enorme que hoy nos quita el aliento. Mientras tanto, al tiempo que peleamos entre familias, entre amigos y nos distanciamos de lo que antes nos era afín y hoy es ajeno, un enemigo silencioso, poderoso, se ha infiltrado entre nosotros, sin que la estéril pelea por buscar culpables a lo que nos acontece como sociedad, nos deje ver cómo ha crecido y cuán peligroso es ese intruso. Estamos hablando del narcotráfico, la maldición de la mayor industria del mundo, serpiente venenosa que aniquila cerebros al tiempo que acumula gigantescos capitales.
En las últimas semanas, hemos seguido el afán desplegado en medios por encontrar a quién endosarle la responsabilidad del drama de la inseguridad. La mayoría del centimetraje lo ocupan quienes le achacan al gobierno la totalidad de la culpa por este clima de violencia que nos acongoja. Sin intentar justificar la ineficacia gubernamental al enfrentarse con firmeza al asunto, vemos al tiempo con qué ligereza se obvian otras causas, como la presencia de modelos de violencia que les llegan a los niños a través de la televisión, los videojuegos y el cine, la falta de comunicación intrafamiliar, el ocio juvenil, el consumismo exacerbado y la inexistencia de un adecuado sistema de justicia, entre otras cosas. Pero por encima de ellas, se erige el narcotráfico, la droga, como el motor sigiloso, subterráneo, siniestro, que debe estar tras las manos de quienes hoy empuñan y accionan armas con tan pasmosa frialdad.
No son solo los gigantescos cargamentos de cocaína incautados últimamente en Francia y Guatemala provenientes de nuestro país lo que debe alarmarnos, sino también el inmenso daño que está causando el flagelo en nuestra juventud. Volteemos hacia México y miremos lo que nos puede pasar, como sociedad, si persistimos en la pendejada de continuar culpando a Chávez y a sus seguidores por todo lo malo que nos pasa.
Mariadela Linares
mlinar2004@yahoo.es
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