jueves, 1 de noviembre de 2012

LETRA DESATADA/ La Caracas de Hugo.


MERCEDES CHACIN
mechacin@gmail.com
Twitter: @mercedeschaci
sábado en la noche. Se hizo domingo. Nos vamos, nos quedamos. Nos vamos, nos quedamos. Nos vamos. No es la primera vez que hemos tomado esa decisión. Difícil decisión. Hay como irse y como quedarse. Hay tranquilidad. Hay ganas. ¿Por qué no hacerlo si existen las condiciones para ello?
Buena compañía en ese hogar. Siempre nos va bien allí. Familia cálida. Pareja cálida. Casa cálida. Hay orquídeas regadas por los árboles y por una larga pared. De varios colores y pétalos de distintos tamaños. Frío de diciembre, sentimos. ¿Me buscas una chaqueta? Sí, dice el anfitrión. Quedémonos un poco más. La conversación se pone buena. Profundidad en el razonamiento. Cambiar el mundo siempre es un tema, porque otro mundo es posible.
Nos fuimos. El regreso a casa transcurrió casi normal. De repente aquel ruido. Un ruido conocido. Bajo el volumen a la música. Presiento lo peor. ¡Qué vaina! Otra vez pasó. Nunca me he sentido cómoda con él. Siempre pasa algo. Siempre un problema. Siempre un contratiempo.
El ruido se hizo más seguido. Más presente. Más familiar. Plac. Plac. Plac. Las respiraciones se agitan. No es para menos. Nos esperaba lo desconocido. Piensa rápido, pensé. ¿Qué hacemos? Acabo de ver una luz más atrás. Me bajo del carro. Siempre jodiendo el carro.Piensa rápido. Si, ya pensé. No queda otra. A cambiar el caucho. Dos jevas solas. “¿Has cambiado un caucho? “No, nunca”. Maldito peo de género. Maldita complexión física. La teoría, sí. De repente sale un hombre que se identifica, del otro lado de la vía, gritando con voz fuerte y clara. “Soy Hugo, soy Hugo. Vengo a ayudar, no se asusten”. No, claro que no, no estamos asustadas. Le salgo al frente, le doy la mano. “Vengo escuchando el ruido desde hace rato, dijo cuando lo tuvimos cerca, de noche todo se escucha. Decidí salir a ver como ayudaba. Siempre ayudo. Soy Hugo…”.
Más rápido imposible. Hugo parecía cambiar los cauchos del carro de Maldonado (no por el carro, claro, sino por la rapidez con que lo hacía). Con barba, “yines” y franela de color irrecordable, Hugo hizo su trabajo. Me convertí en su asistente. Gato, caucho, levanta aquí…La patrulla llegó cuando apretaba las tuercas. Supo que llegaban sin voltear a ver. “Soy Hugo, soy Hugo”, volvió a gritar. “Hola Hugo” dijo uno de los uniformados. Estábamos fuera de nuestro municipio. Casi no hablé con los pacos “¿Hacia dónde van?”. “Hacia San Bernardino”. “¿Por qué andan solas?”. No querrán saberlo, pensé. Que pregunta tan inútil. Mientras, Hugo quería dejar todo como estaba antes en la maletera. Le dije que no. “Deja eso así, Hugo. Mejor nos vamos ya, toma esta plata”. “Gracias”, dijo. Y salió corriendo. Hugo salió de entre los matorrales y volvió a ellos cuando nos marchamos. No logro recordar su rostro. Pero sí sus ojos. Su mirada. Pequeños, muy redondos y brillantes. Una mirada cálida. Mirada de Hugo. Mirada de miles, de millones. Fue nuestro guía y nuestro cauchero. Fue en Caracas, hace una semana. Sigamos…

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