MARISELA GUEVARA
mariselaguevara2008@yahoo.com.ar
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Después de la visita de Charles Darwin a las Islas Galápagos, el pensamiento científico de su entorno se transformó definitiva aunque no inmediatamente, pues transcurrieron más de dos décadas, luego de su viaje, cuando al fin publicó sus conclusiones en un libro titulado El origen de las especies (1859). En aquel desembarco isleño donde permaneció un par de semanas, la acuciosa mirada del explorador hubo de toparse con muchos seres exóticos y también, es probable, con los tatarabuelos o abuelos de Jorge, el último quelonio gigante de su especie, muerto el domingo pasado.
El deceso del solitario Jorge significa la extinción del último en su especie, pues, aunque algunos científicos intentaron su reproducción, no lo lograron. Fausto Llerena, quien estaba a cargo de su cuidado en cautiverio dijo observar que el cuerpo del espécimen yacía en una posición “como si hubiera estado dirigiéndose al bebedero de agua”. Este acto fue entonces su penúltimo y solitario gesto antes de expirar definitivamente y tal vez con ello nos esté anunciando el futuro próximo de esta humanidad.
Parece una jugarreta del destino hacer coincidir ese deceso de Jorge en tales circunstancias, con las dos Cumbres celebradas recientemente en Brasil: la Cumbre de Río+20 y la Cumbre de los Pueblos por la Justicia Social y Ambiental. En la primera se insiste en la idea de continuar un saqueo verde y programado de los bienes que aún quedan en la tierra, un inventario macabro cuya evidente consecuencia será el fin de la humanidad. En la segunda se clama por una sacudida de conciencia y una toma de decisiones que pongan fin a la mercantilización de cuanto rastro de vida exista en el planeta.
Cuando el joven Darwin exploró el archipiélago hizo el inventario más completo que pudo de los seres que allí habitaban, dejando ese legado de conocimiento para el futuro de la humanidad. Tal vez se asombraría de la voracidad con que el poder trataría luego a las criaturas y al planeta. Aunque inglés de origen, cuna de los cimientos del capitalismo industrial, su espíritu científico y su cavilación filosófica sobre el origen de la vida le hubieran inclinado a pronunciarse por salvar y no por destruir. Caso contrario al de los señores del mercado, quienes nunca se detuvieron a conversar con los abuelos del solitario Jorge. Tampoco supieron de Fausto, el inmortal personaje de Wolfgang Goethe. Están muy ocupados poniéndole precio al agua, al aire, a los seres vivos y a la vida en la Madre Tierra. Naturalmente que prefieren salvar a los bancos, aunque estos, como reza el viejo dicho popular, no posean respaldo.
27/06/12.-
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