ROSA ELENA PÉREZ MENDOZA
rosaelenaperez@gmail.com
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Vuelve el Festival Mundial de Poesía, con él, la palabra lúdica y estética transita espacios diversos y socializa con el pueblo de muchos modos: ligada al canto, a la danza, al cine y al teatro o al desnudo va con su eco convocando al alma sencilla y humana. Lo espiritual se extiende por todo el país y, así, poetas de distintas nacionalidades derraman su secreta algarabía. Todos vivimos la magia de unirnos en versos con acentos distintos, nuevas melodías y sorprendentes cadencias.
Cárceles, plazas, escuelas, teatros, bibliotecas, barrios y librerías hacen una pausa para oír poemas y así seguir abonando la inspiración venezolana. El lunes 18-06, en la inauguración en la Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño, nos gustaron especialmente las lecturas de las mujeres: la boliviana Jéssica Freudenthal arrancó con un poema al padre y a la madre, a la amplia genealogía de abuelos, primos y tíos que súbitamente entroncó con la Pacha mama –“padre, madre”– para apelar, con interesante giro crítico, a la conciencia del cuido planetario. Empezó así el soplo y más tarde siguió con Ana Luisa Amaral y su dulce compás portugués que arropa la vida; luego, el brillo verbal de la argentina residenciada en Cuba Basilia Papastamatiú hizo aparición. Continuó con la curazoleña Myrurgia Mutueel, quien recitó un poema en honor a la Negra Hipólita que arrancó aplausos de un público encendido de emoción. Siguió con la chilena Paula Ilabaca en su desgarradora búsqueda del padre, finalizada con la inesperada pregunta “¿y si yo hubiese sido un niñito?”, que trajo a la sala la inquietud, la angustia, el ahogo en torno al problema del género y su desigual valoración social. Las poetas boliviana, chilena y curazoleña dieron cuenta de un discurso irreverente propio de la mujer oprimida, silenciada, olvidada de nuestras tierras.
Esa es la vida que brota de los festivales: una multiplicidad de voces que usurpa la relojería cotidiana de cumplir con obligaciones, el asalto al pesado orden operativo. Debemos mencionar también el deleite surgido de la participación del ecuatoriano Humberto Vinueza con su dialéctica en torno al silencio y la palabra, y del colombiano William Ospina con su profundidad invocadora de subversión.
La inauguración contó, además, con interpretaciones musicales, teatrales y dancísticas en torno a poemas de José Antonio Ramos Sucre, Ramón Palomares y Rafael Castillo Zapata. El poeta homenajeado, Enrique Hernández D’Jesús, hizo gala de su simpatía y versatilidad verbal, con lo cual la sala se llenó de alegría.
En estos días la poesía vive en la calle y en nuestros corazones.
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