Reinaldo Iturriza López
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La noción de pensamiento único, muy al contrario de la especie difundida por la vocinglera, lloricona e insidiosa prensa antichavista, no tiene nada que ver con el improbable plan, urdido por Chávez con la ayuda de sus asesores cubanos, que consistiría en imponer como modelo oficial de pensamiento y acción al camarada Mario Silva, acto de fuerza acompañado de la velada intención de perseguir y condenar al ostracismo o, mejor, encerrar en alguna de las malolientes mazmorras del régimen a cualquiera que ose levantar su voz de protesta. Eso está bien para el lector promedio del Grupo de Diarios América, El Paísde España o The Washington Post, pero hasta ahí.
En realidad, pensamiento único, al menos tal y como fue planteado la primera vez por Ignacio Ramonet, en Le Monde Diplomatique, en enero de 1995, remite al consenso entre partidos de derecha e izquierda en torno a la vulgata neoliberal. Más allá, puede aplicarse a la imposibilidad para distinguir entre la oferta electoral de unos y otros o, dicho en términos más claros, a la creciente convicción de que, más allá de siglas y colores, izquierda y derecha habían terminado siendo lo mismo. Con el pensamiento único advino la desideologización y la despolitización. Prostituidos los partidos, triunfantes las fuerzas del capital, la política había sido apaleada y vaciada de todo contenido, cual atraco a plena luz del día.
Hecha la precisión, es oportuno interrogarnos: ¿a qué obedece el coqueteo de figuras claves de la derecha venezolana con la fraseología de izquierda? Casi parece un desvergonzado manoseo: Capriles Radonski, uno de los preferidos de la oligarquía venezolana, declarando que "en Venezuela no hay espacio para gobiernos de derecha", y otro de los pre-candidatos opositores, el veterano Ramos Allup, pontificando: "La idiosincrasia de este país fundamentalmente se ubica con el pensamiento de la izquierda democrática... Si nosotros logramos presentar una buena propuesta de izquierda democrática que desarticule el mensaje populista de Chávez, vamos a ganar las elecciones sin duda alguna". ¿Simple oportunismo?
Podría pensarse que el antichavismo, en su afán de disimular su raigambre profundamente anti-popular, como el que se lava la cara, y convencido de que sólo así podría sumar la mayoría en las presidenciales de 2012, promueve activamente el pensamiento único, mimetizándose con su adversario: después de todo, puede reclamar que es tan de "izquierda" como el chavismo oficial. Más aún, es su versión mejorada: es la izquierda "democrática".
Hipótesis frente a la cual habrá que advertir, de entrada, y en espera de nuevos desarrollos, que para que haya pensamiento único, con toda su estela de hastío, desideologización y despolitización, ha tenido que suceder que el chavismo fuera suplantado por el oficialismo.
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La noción de pensamiento único, muy al contrario de la especie difundida por la vocinglera, lloricona e insidiosa prensa antichavista, no tiene nada que ver con el improbable plan, urdido por Chávez con la ayuda de sus asesores cubanos, que consistiría en imponer como modelo oficial de pensamiento y acción al camarada Mario Silva, acto de fuerza acompañado de la velada intención de perseguir y condenar al ostracismo o, mejor, encerrar en alguna de las malolientes mazmorras del régimen a cualquiera que ose levantar su voz de protesta. Eso está bien para el lector promedio del Grupo de Diarios América, El Paísde España o The Washington Post, pero hasta ahí.
En realidad, pensamiento único, al menos tal y como fue planteado la primera vez por Ignacio Ramonet, en Le Monde Diplomatique, en enero de 1995, remite al consenso entre partidos de derecha e izquierda en torno a la vulgata neoliberal. Más allá, puede aplicarse a la imposibilidad para distinguir entre la oferta electoral de unos y otros o, dicho en términos más claros, a la creciente convicción de que, más allá de siglas y colores, izquierda y derecha habían terminado siendo lo mismo. Con el pensamiento único advino la desideologización y la despolitización. Prostituidos los partidos, triunfantes las fuerzas del capital, la política había sido apaleada y vaciada de todo contenido, cual atraco a plena luz del día.
Hecha la precisión, es oportuno interrogarnos: ¿a qué obedece el coqueteo de figuras claves de la derecha venezolana con la fraseología de izquierda? Casi parece un desvergonzado manoseo: Capriles Radonski, uno de los preferidos de la oligarquía venezolana, declarando que "en Venezuela no hay espacio para gobiernos de derecha", y otro de los pre-candidatos opositores, el veterano Ramos Allup, pontificando: "La idiosincrasia de este país fundamentalmente se ubica con el pensamiento de la izquierda democrática... Si nosotros logramos presentar una buena propuesta de izquierda democrática que desarticule el mensaje populista de Chávez, vamos a ganar las elecciones sin duda alguna". ¿Simple oportunismo?
Podría pensarse que el antichavismo, en su afán de disimular su raigambre profundamente anti-popular, como el que se lava la cara, y convencido de que sólo así podría sumar la mayoría en las presidenciales de 2012, promueve activamente el pensamiento único, mimetizándose con su adversario: después de todo, puede reclamar que es tan de "izquierda" como el chavismo oficial. Más aún, es su versión mejorada: es la izquierda "democrática".
Hipótesis frente a la cual habrá que advertir, de entrada, y en espera de nuevos desarrollos, que para que haya pensamiento único, con toda su estela de hastío, desideologización y despolitización, ha tenido que suceder que el chavismo fuera suplantado por el oficialismo.
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