Reinaldo Iturriza López
Por ahí dicen – no me consta – que algunos estudiantes antichavistas han aprendido a entonar la canción Nos tienen miedo porque no tenemos miedo, de Liliana Felipe, argentina, y Jesusa Rodríguez, mexicana, creada al calor de la resistencia civil contra el fraude electoral en México, y que luego se convirtiera en el himno de la resistencia popular contra el golpe de Estado en Honduras, hace un par de años. ¿Cómo explicarse este trasegar de signos, esta usurpación deliberada de símbolos de luchas que el propio antichavismo ha ignorado o menospreciado?.
El antichavismo, es cierto, procede reduciendo el chavismo a su caricatura, que puede ser “oficial” o monstruosa, mientras que el oficialismo procede “despopularizando” al chavismo. Pero desde 2007, el antichavismo realiza otra operación clave, para entender el estado actual de la lucha política: no se “opone”, simplemente, al chavismo, sino que intenta absorber toda su potencia, usurpando sus consignas, sus ideas-fuerzas motrices, su verbo y su cadencia, procura mimetizarse, camuflarse, para pasar desapercibido y así propagarse.
El antichavismo, parte de él, sabe que la única forma de derrotar al chavismo es “popularizándose”. Por eso, en lugar de enfrentarlo abiertamente, intenta seducirlo. Cuando se ve obligado a ponerle límites, como cuando las “invasiones” en Chacao, el pasado 22 de enero, suscita su enemigo: acusa al “oficialismo” y no al pueblo chavista. No abiertamente. La tarea de criminalización corresponderá, en todo caso, al propio oficialismo, que correrá a condenar las “invasiones”.
Basta recorrer por estos días los pasillos de la Universidad Central, leer las pancartas en las paredes, escuchar a los “líderes” del antichavismo estudiantil un par de minutos, para entender que, después de todo, el chavismo no tiene absolutamente nada que temer. Si concediéramos que aquellos furores de los ochenta y noventa no eran más que la versión desmejorada de la lucha armada de los sesenta y setenta, esto de ahora, cómo te explico, no pasa de ser un fraude. Un soberano y monumental fraude. Puro infantilismo de derecha. Muchachos pendejos posando para las cámaras de televisión. De cuándo acá. Una generación que jamás sabrá la diferencia entre desgañitarse y ser muñeco de ventrílocuo.
Una vez que ha mordido el anzuelo del infantilismo de derecha, el oficialismo contribuye decisivamente a la infantilización de la política. Puede que el oficialismo sienta algún temor por la muchachada antichavista. No lo sé. Pero de algo sí estoy seguro: el antichavismo nos tienen pavor a los chavistas. Por eso tanto esfuerzo en parecerse a nosotros, aunque no les salga más que una morisqueta.
Por ahí dicen – no me consta – que algunos estudiantes antichavistas han aprendido a entonar la canción Nos tienen miedo porque no tenemos miedo, de Liliana Felipe, argentina, y Jesusa Rodríguez, mexicana, creada al calor de la resistencia civil contra el fraude electoral en México, y que luego se convirtiera en el himno de la resistencia popular contra el golpe de Estado en Honduras, hace un par de años. ¿Cómo explicarse este trasegar de signos, esta usurpación deliberada de símbolos de luchas que el propio antichavismo ha ignorado o menospreciado?.
El antichavismo, es cierto, procede reduciendo el chavismo a su caricatura, que puede ser “oficial” o monstruosa, mientras que el oficialismo procede “despopularizando” al chavismo. Pero desde 2007, el antichavismo realiza otra operación clave, para entender el estado actual de la lucha política: no se “opone”, simplemente, al chavismo, sino que intenta absorber toda su potencia, usurpando sus consignas, sus ideas-fuerzas motrices, su verbo y su cadencia, procura mimetizarse, camuflarse, para pasar desapercibido y así propagarse.
El antichavismo, parte de él, sabe que la única forma de derrotar al chavismo es “popularizándose”. Por eso, en lugar de enfrentarlo abiertamente, intenta seducirlo. Cuando se ve obligado a ponerle límites, como cuando las “invasiones” en Chacao, el pasado 22 de enero, suscita su enemigo: acusa al “oficialismo” y no al pueblo chavista. No abiertamente. La tarea de criminalización corresponderá, en todo caso, al propio oficialismo, que correrá a condenar las “invasiones”.
Basta recorrer por estos días los pasillos de la Universidad Central, leer las pancartas en las paredes, escuchar a los “líderes” del antichavismo estudiantil un par de minutos, para entender que, después de todo, el chavismo no tiene absolutamente nada que temer. Si concediéramos que aquellos furores de los ochenta y noventa no eran más que la versión desmejorada de la lucha armada de los sesenta y setenta, esto de ahora, cómo te explico, no pasa de ser un fraude. Un soberano y monumental fraude. Puro infantilismo de derecha. Muchachos pendejos posando para las cámaras de televisión. De cuándo acá. Una generación que jamás sabrá la diferencia entre desgañitarse y ser muñeco de ventrílocuo.
Una vez que ha mordido el anzuelo del infantilismo de derecha, el oficialismo contribuye decisivamente a la infantilización de la política. Puede que el oficialismo sienta algún temor por la muchachada antichavista. No lo sé. Pero de algo sí estoy seguro: el antichavismo nos tienen pavor a los chavistas. Por eso tanto esfuerzo en parecerse a nosotros, aunque no les salga más que una morisqueta.
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