jueves, 9 de octubre de 2008

Las Alas de El Che.

Melva Josefina Márquez Rojas

Le daban una pastilla antes de ir a las montañas para cazar guerrilleros. Así hicieron con mi tío Antonio cuando trabajaba de policía militar por allá en los años sesenta. Nos ha contado nuestro tío que apenas unos años atrás se enteró de que los asesinos cazados eran guerrilleros y que muchos de ellos eran jovencitos, tanto o más que él y sus compañeros. Cuenta que pasaban por encima de los cadáveres y frescos aún les causaban una gran conmoción –eran campesinos-, pero como la pastillita era tan efectiva, sacaban coraje. Así duraban muchas horas, sin dormir y sin comer.Siempre nos dicen que debemos reciclar la memoria porque sin memoria no podemos ser conscientes de nuestro presente; mucho menos seremos capaces de saber qué queremos y cómo queremos ir hacia donde queremos. Muchos crecimos en noches de velas, sentados en la sala de la casa, haciendo juegos de sombras con nuestras manos, pero también oyendo las historias de los mayores -como las del tío-, asustándonos con los cuentos de aparecidos y asimilando lentamente la realidad de nuestra breve memoria.Hace hoy unos años, pocos para la historia de nuestras memorias, mataron a un hombre junto con sus compañeros de camino. A él un rayo de maldad le atravesó varias veces como para asegurarse de que se muriera completo y no por cuotas. Con el líder jinete de esos sueños colectivos que susurramos muchas veces, se nos fueron muchas memorias que hoy lloran su falta de conciencia porque se empeñan en venderse a quienes desde siempre nos han jodido con sonrisita o sin ella en nombre de un miedo que nuestros antepasados ni conocieron ni hipotecaron.Vestirse como él no nos hace ser como él. Hablar como él tampoco, menos aún si nos aprendemos al caletre a modo de robots todo cuanto escribió y dijo, que no fue poco. De nada servirá que gritemos al viento consignas si cuanto buscamos en esos gritos es una miradita para ligar un trabajito después y aplastar en nombre de esa memoria que no tenemos, a otros infinitamente más puros de corazón y con más memorias en sus manos. Porque somos humanos y vivimos entre humanos hurgamos las memorias de otros y ofrendamos las nuestras para enterarnos de cómo vivió, qué hizo ese gran hombre y qué podemos nosotros aprender de él. Muchos apenas sabemos que empezó a volar un día y que se posó como una mariposa en unos jóvenes soñadores varios años después, los mismos que en Cantaura ofrendaron sus vidas y sus memorias por nosotros, su Patria.Con la memoria que apenas tengo, deseo que el Ché y su ejemplo no dejen de batir sus alas entre nosotros, que no sigamos siendo hipócritas al vestirnos con ropas que no creemos sólo por lograr egoísmos, y que sigamos doliéndonos cada vez que veamos sus ojos infinitos para al menos suspirar ¡Cuánta falta nos haces, Ché! ¡Cuanta falta!
melva.marquez@gmail.com

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