sábado, 11 de octubre de 2008

1492 punto fue punto de partida y 2008 el final del más grande genocidio de la historia.

Hernán Mena Cifuentes

Si 1492 fue punto de partida del mas grande genocidio de la historia perpetrado contra los pueblos originarios de América por conquistadores europeos en tres siglos y en las dos últimas centurias por el Imperio yanqui y sus lacayos, las oligarquías criollas, dictaduras y seudo democracias del continente, 2008 está por convertirse en punto final de esa espiral de muerte que ha costado la vida a millones de indígenas y la destrucción de sus dioses, culturas y tradiciones milenarias. Y es que en Cobija, capital de la prefectura de Pando, en Bolivia, fue capturado y llevado ante la Justicia el 16 de septiembre Leopoldo Fernández, autor de la que podría ser la última de las miles de masacres de indígenas ejecutadas por los invasores extranjeros y sus cómplices racistas descendientes en su mayoría de aquellos criminales que arribaron a América hace más de 500 años, algunos de los cuales, no satisfechos con haberlos casi exterminado, conspiran con el Imperio para dividir nuestros países. “Los indígenas no tienen alma y por lo tanto son animales”, fue la perversa tesis racista que surgió en el siglo XVI para justificar los terribles maltratos, torturas y espantosos métodos de muerte aplicados por los españoles en nombre de sus reyes y por jerarcas y misioneros de una Iglesia que pretendían imponerle un Dios ajeno, hipótesis que ha perdurado a lo largo del tiempo en la mente de esos psicópatas asesinos en serie que son los gobernantes del nuevo imperio y codiciosos oligarcas criollos. Porque, es falso que esa historia de exterminio terminó con el triunfo de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824, donde se eclipsó para siempre el sol del imperio español en América con el triunfo de Sucre sobre las fuerzas realistas, sino que ha proseguido su marcha implacable y despiadada hasta nuestros días con la muerte otros millones de indígenas a manos de terratenientes urbanos y rurales, dictaduras y seudo democracias impuestas desde Washington. Porque, mientras los gobernantes yanquis heredaron de sus padres fundadores y del Destino Manifiesto, la racista creencia de considerarse seres superiores con licencia divina para conquistar al mundo, los oligarcas latinoamericanos y caribeños siguen pensando como lo asegurara en el siglo XVI Ginés de Sepúlveda, “que aquestes seres inferiores carecen de alma y por tanto no deben ser tenidos como seres humanos.” Tan absurdo como inhumano pensamiento, habría de contribuir a que durante la conquista y colonia, perecieran más de 20 millones de indígenas latinoamericanos y caribeños, unos, víctimas de los inhumanos castigos impuestos por el invasor y los misioneros, otros por las armas de fuego a las que se enfrentaron en lucha desigual con sus flechas, lanzas, mazos y piedras, y también al contagiarse de las enfermedades desconocidas en la tierra americana, traída por los invasores. El quemarlos vivos, empalarlos, ahorcarlos, y someterlos al suplicio de ser devorados vivos por hambrientos perros, eran prácticas usadas por los primeros conquistadores para castigar a los indígenas que se resistían a la conquista de sus tierras o a los que negaban a aceptar un Dios distinto a los que ellos adoraban, métodos que copiaron y refinaron con extrema crueldad sus descendientes racistas y el Imperio en los dos últimos siglos. Y es que la primera independencia no llegó a beneficiar jamás al pueblo originario, pues el genocidio prosiguió ininterrumpidamente a medida que codiciosos terratenientes invadían las tierras que aún conservaban hasta arrojarlos a lo profundo de las selvas, mortandad que alcanzó niveles sin precedentes, cuando Estados Unidos comenzó la Era de las injerencias e invasiones en la región, iniciada en México, para luego pasar a las islas del Caribe y finalmente a la tierra firme en Centro y Sur América. Desde 1845 hasta la actualidad, el Imperio y oligarquías han perpetrado miles de masacres contra los indígenas, los terratenientes para despojarlos de sus tierras y el Imperio para impedir que se integren a los movimientos de liberación que surgieron en la región para resistir al nuevo invasor como los liderados en Nicaragua primero por Sandino y más tarde por sus herederos del FSLN: por Farabundo Martí en El Salvador, por Manuel Marulanda, “Tirofijo”, en Colombia, y por combatientes de otras países americanos. La respuesta del Imperio y sus secuaces a esa resistencia ha sido tan cruel como la de los primeros conquistadores, derivando en una espiral de muerte incontenible, parte integral de un impune genocidio secular de más de 5 siglos que hoy parece haber llegado a su fin en Bolivia, con la detención del asesino que ordenó el pasado 11 de agosto, la llamada Masacre de Pando, en la que perecieron decenas de indígenas acribillados a balazos mientras otras decenas permanecen desaparecidos en la selva. El mundo tiene puestos sus ojos en ese remoto paraje del norte boliviano, confiando en que al fin la justicia condene a los culpables poniendo fin a 516 años de impunidad del más grande genocidio de la historia, iniciado hace 516 años con la llegada de los invasores europeos al continente de Abya Yala quienes, además de robarle su nombre y bautizarlo como América, en honor a Américo Vespucio, otro asesino, como Colón el mal llamado descubridor, saquearon sus riquezas y destruyeron los dioses y culturas milenarias de sus pueblos. El genocidio ha dejado hasta hoy, una estela de muerte a lo largo y ancho de México, Centroamérica y América del Sur, cuyos campos se han teñido de sangre indígena derramada por ejércitos y paramilitares mercenarios que sólo en los últimos 50 han asesinado a millones de niños, ancianos, hombres y mujeres indígenas. La mayoría de esos criminales, oficiales, suboficiales y tropa fueron entrenados en las aulas de la Escuela de Las Américas, la macabra institución que funcionó durante décadas en la zona del Canal de Panamá, enclave colonial del Imperio, donde instructores militares yanquis les enseñaron a matar y torturar aplicando los mas crueles y refinados métodos de tortura física y sicológica que alguien pueda imaginarse. Entre los egresados de la School of the Americas, (SOA) por sus siglas en inglés, figuran los mas sanguinarios dictadores que han asolado a la región en las últimas 6 décadas, desde su fundación en 1946 hasta nuestros días, déspotas como Ríos Montt en Guatemala, Galtieri y Viola en Argentina y Banzer en Bolivia. De sus aulas salieron miles de otros militares colombianos, salvadoreños, nicaragüenses, hondureños, bolivianos y de otras naciones latinoamericanas y caribeñas. Según señala en un trabajo el destacado periodista e investigador social, el uruguayo Darío Klein, dos tercios de los citados en los informes de la Comisión de la Verdad de la ONU referente a El Salvador fueron egresados de la SOA. De los acusados de atrocidades en Colombia -agrega el documento- más de la mitad estudió en la Escuela de las Américas, y respecto a Guatemala, 8 de los mencionados en el Informe “Nunca Más”, la Arquidiócesis guatemalteca, también recibieron instrucción en la SOA.” El trabajo de Klein tambien señala que “2 de los 3 oficiales acusados del asesinato del arzobispo Oscar Romero en El Salvador, en 1990; 19 de los 26 implicados en la matanza de 6 sacerdotes jesuitas, su ama de llaves y su hija adolescente, también en El Salvador; 10 de los 12 acusados de la masacre de 900 civiles (indígenas) en El Mozote, todos ellos recibieron instrucción en la School of the Americas). De allí que, quemar vivas a sus víctimas, después de rociar sobre sus cuerpos gasolina; desmembrarlas utilizando moto-sierras o machetes, abrir sus vientres con bayonetas, inyectarles veneno de serpientes, o ahorcarlas con sus propias manos después de someterlas al suplicio de la tortura fue y sigue siendo práctica común entre esos hombres convertidos en bestias por sus maestros del Imperio. A pesar de conocerse todos los detalles de las horrendas masacres perpetradas por ellos contra los indígenas de México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, el Salvador, Colombia, Perú, Bolivia, Ecuador, denunciada y comprobados por la ONU, organizaciones defensoras de los DDHH y por las comisiones de La Verdad creadas en esos países, los mismos se siguen cometiendo como ocurre actualmente en Colombia, donde sus autores intelectuales y materiales permanecen libres, inmunes a la acción de la Justicia. Sobre la masacre la cometida en El Mozote, la única mujer sobreviviente cuenta cómo los soldados, tras arrancar de los brazos de sus madres a sus hijos, los estrangularon y lanzaron a un gran foso abierto que la tropa obligó a cavar a sus padres, para luego quemarlos junto con ellos y sus madres, mientras otros eran lanzados a un río después de abrir sus vientres con sus bayonetas, dejando como saldo sólo ese día, de cerca de mil muertos. Las mismas escenas de horror tuvieron lugar en Guatemala, país en el que perecieron mas de 230 mil personas durante la guerra civil que asoló al país centroamericano entre las décadas de los años 60 y 90 del pasado siglo, indígenas en su gran mayoría, perseguidos y asesinados por los gobiernos dictatoriales vasallos de EEUU, por considerarlos aliados de la guerrilla a la que combatían. En México, las masacres cometidas en la década de los 90 por el ejército, la policía y grupos paramilitares en Aguas Blancas, Acteal y otros poblados indígenas del sur del país, figuran entre los más horrendos crímenes de lesa humanidad, como ocurrió el 22 de diciembre de 1997 en Acteal, donde los asesinos mataron a 47 indígenas tzotziles, entre 20 mujeres embarazadas, y 16 niños, niñas y adolescentes mientras rezaban en el interior de la iglesia del pueblo. En Nicaragua, los niños del barrio indígena de Masaya, escribieron una historia de heroísmo y martirio inolvidable, heredada de sus antepasados, como lo fueron aquellos 18 caciques devorados por perros hambrientos en la plaza de León Viejo. Los menores armados con peñascos y hondas enfrentaron con denodado valor a las hordas de la guardia nacional somocista que atacó 1979 a esa barriada, cayendo muchos de ellos al enfrentar las balas asesinas de los esbirros somocistas del Imperio. Los indígenas de Colombia son víctimas también de horrendas masacres por parte de un ejército mercenario al servicio de Washington aliado de la oligarquía, quienes junto con los sanguinarios paramilitares que ellos crearon prosiguen con la orgía de muerte de hace mas de 500 años y que la continuó sin tregua ni descanso como sucedió en el siglo XX con la matanza de Las bananeras, la muerte de Jorge Eliécer Gaitán y el exterminio de campesinos que debieron refugiarse en la selva para salvarse. Como respuesta a aquel crimen masivo, nacieron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) que desde hace más de medio siglo combate al Imperio y sus lacayos colombianos, convertido en dique de contención contra los planes del Imperio que ha hecho de Colombia punta de lanza de su proyecto de conquista de la Amazonía y del resto de América del Sur para adueñarse de sus ingentes recursos naturales. Las tierras habitadas por los indígenas colombianos son pasto aún hoy, de la codicia de los terratenientes, de la actividad contra insurgente del ejército y de los paramilitares que los matan o los desalojan por la fuerza para utilizarlas en el cultivo de la coca, que, una vez convertida en cocaína es enviada a EEUU para consumo de los más de 20 millones de adictos estadounidenses Pero es el pueblo indígena boliviano, el que ostenta el récord de las agresiones mas brutales enmarcadas en el genocidio que comenzó allí, hace 500 años, con las masacres cometidas por racistas terratenientes que les arrebataron sus tierras para convertirse en los amos del poder, llevándolos a la esclavitud en los socavones de las minas, en las haciendas y en las ciudades, aplastando a sangre y fuego, con apoyo de las dictaduras impuestas desde Washington cuanto intento de rebelión surgiera. En esta semana se cumplen 5 años de otra de esas tantas rebeliones, como fue la ocurrida en El Alto, donde tras varias semanas de luchas callejeras, decenas de indígenas cayeron bajo las balas de los policías y soldados de González Sánchez de Lozada, cuando se enfrentaban a los planes del presidente que no habla bien el español, pero sí, perfectamente el inglés, quien pretendía enviar el gas boliviano a través de Chile hasta EEUU y venderlo a precio de gallina flaca. 67 indígenas y otros 400 indígenas perecieron en ese combate, pero su martirio no fue en vano, ya que días después, el 17 de octubre de 2003 el lacayo del Imperio escapaba de la furia popular huyendo en un avión con destino a Washington y dos años mas tarde, Evo Morales, un indio aymara, alcanzaba un histórico triunfo electoral que lo llevaría a convertirse en el primer presidente indígena del país del Altiplano. Sin embargo, la furia y el deseo de venganza de Washington y de los oligarcas, prosiguió sin dar tregua ni cuartel al pueblo boliviano y desde La Media Luna, territorio conformado por las 4 prefecturas mas ricas de Bolivia, con apoyo del embajador yanqui Philip Goldberg, se intensificaron los planes conspirativos contra Evo, alcanzando niveles de desobediencia y violencia extremos contra su legítima autoridad y, quien en respuesta, ordenó la expulsión del diplomático estadounidense. El clima de violencia instaurado por los racistas y separatistas de La Media Luna, aun que ha seguido imperando en esa región, ha ido declinando progresivamente, con muestras evidentes de haber quedado “descabezado” por la ausencia de su principal instigador, que no pudo lograr en Bolivia lo que logró en la ex Yugoslavia. Los racistas violentos y sín otro líder como Goldberg a la vista, cometieron un grave error al perpetrar el pasado 11 de septiembre, la Masacre de Pando, creyendo que su crimen quedaría impune como todos los cometidos en mas de medio milenio sobre la tierra latinoamericana y caribeña por sus hermanos de las oligarquías criollas y el Imperio. No fue así, porque el autor intelectual y algunos de los autores materiales de la masacre de Pando, han sido detenidos y están a la espera de un juicio y sentencia, con la que el mundo espera confiado en que sobre ellos caiga todo el peso de la justicia, que como dijo Horacio hace mas de 2.000 años, “La Justicia, aunque anda cojeando, rara vez deja de alcanzar al criminal en su carrera. Castigar a los autores de la masacre de Pando se constituiría en un acto ejemplar llamado a poner fin a la carrera criminal de esos verdugos, como los Bush, Noriega, Negroponte en EEUU; Ríos Montt y Pérez Molina en Guatemala; los Santos y Uribe en Colombia; Cossío, Suárez, Reyes Villa y Costas en Bolivia, últimos sobrevivientes de la legión de criminales que durante más de medio milenio asolaron la tierra latinoamericana y caribeña cometiendo el genocidio más grande de la historia. Solo así se podrá hacer justicia. Solo así se podrá poner fin a ese genocidio que comenzó el día que los conquistadores españoles llegaron a una pequeña isla caribeña y que ha continuado de manera impune con la llegada de los invasores yanquis apoyados por los apátridas oligarcas criollos, que hoy tiemblan de miedo al ver como avanza la Justicia de la mano de los pueblos y sus gobernantes progresistas en la nueva América, el continente de la utopía de Bolívar, el genio que luchó por verla libre y soberana.

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