Maruja Romero Yépez
Así lo expresó Iván Illich (1926-2002) pensador que alertó como nadie lo ha hecho, y en un tiempo en al cual todos andaban pensando en el desarrollismo y el mal llamado progreso, la inminencia del desastre que el capitalismo traería sobre la tierra, sobre sus habitantes y sobre todos los espacios de convivencia y comunalidad.
A veces tenemos esperanza, cuando escuchamos hablar sobre el desarrollo sustentable, sobre la economía de energía, sobre la conservación del medio ambiente y otros temas relacionados, tenemos la esperanza de que tal vez podamos marcar la diferencia y tomar por otros derroteros y tratar de preservar el ambiente e inculcar otra mentalidad a las generaciones venideras para que luchen por todas estas cosas casi impalpables y tengan una clara conciencia de lo que el destino les depara, de no haber cambios en todas las esferas del quehacer humano.
Se comprende la dificultad de lo que debe hacerse en la práctica. ¿Cómo cambiar lo que ya está arraigado y convertido en rutina y forma de proceder? Ciertamente es algo casi imposible dependiendo de lo que se pretenda y dónde se pretenda. Sin embargo lo que está claro, es que no deberíamos profundizar en las controversias y no deberíamos crear herramientas incontrolables dónde no existen.
En muchos lugares de Margarita, Nueva Esparta, podemos palpar un pueblo que acepta su condición de pueblo orgulloso, trabajador y honesto y que a pesar de la penetración del comercio, el valor de cambio, la droga y todos los males hermanos de la deformación a la que ha sido expuesta, sin embargo muchas de sus regiones se han preservado y están arraigados a sus costumbres y tradiciones, sus pobladores no andan atrás de un modo de vida ajeno a ellos, o atrás de objetos y formas de vida propios del modelo industrial o de la sociedad de consumo. Por el contrario allí en Margarita, en muchos de sus pueblos podemos vivir y tratar con gente que llena de virtudes y tradiciones ha preservado su condición de seres humanos conocedores de sus limitaciones y de su relación armónica con su entorno; yo he palpado eso allí con el pueblo, yo he vivido eso allí con su gente y puedo decir que es una condición muy profunda que lo llena a uno de paz, serenidad y mucho amor.
En El Cardón y en El Tirano hay dos comunidades hermanadas por el mar que las une, y protegidas ambas por el misterio de una montaña, El Guayamurí. En esa zona hay necesidades y carencias que deben ser resueltas, es cierto. La pesca y la vida en comunidad son dos aspectos sustanciales en ambas comunidades, de forma tal que cualquier acción a ser contemplada en ese sentido, primero hay que analizarla con ese pueblo dueño de una tradición que les ha permitido vivir y sobrevivir como gente que son y que continuarán siendo. Si en un espacio podemos profundizar en una vida armónica, sustentable y libre de herramientas que dominen y se escapen del control humano, ese espacio es Margarita en muchas de sus regiones.
Por ello pueblos como El Tirano y El Cardón deben luchar por formas de preservar sus espacios, su silencio, el rumor del oleaje, sus aves que circundan el cielo en suave armonía con el aire puro que les da vida a todos, el dominio humano sobre sus paisajes, y de asegurarse por lo tanto que con su forma humana y controlada de vida puedan sobrevivir sin destruirse y destruir, como bien lo han hecho hasta ahora. Deben poder tener en sus manos mayor control sobre el suelo que es de ellos y que ha sido ilegítimamente ocupado y utilizado por desarrollos turísticos depredadores, y por visitantes incontrolables que penetran sus calles y caminos con sus carros a altas velocidades. Las autoridades deben ver en regiones como esas reductos de convivencialidad optimas para profundizar una mentalidad diferente, y no proponer para esos pueblos, más concreto y asfalto para que los vehículos a motor cubran los pocos espacios que asombrosamente habían quedado libres de esa plaga moderna, e invadan los intersticios preservados para la vida de la gente, espacios de los ciudadanos que andan bien a pie o sobre las ruedas de sus bicicletas, espacios donde todavía se pueden ver a los niños jugar, a gallinas y pollitos corretear por las calles, escuchar a los gallos cantar, sentir a la gente convivir en la puerta de sus casas.
En la Revolución Bolivariana necesitamos mayor profundización de los conceptos, para saber cómo unos van de la mano con otros y así tener lógica y consistencia en las propuestas que se hagan, de lo contrario seguirá la esperanza encerrada en la caja de Pandora, los males sueltos haciendo estrago en el mundo y las bicicletas sólo representarán un valor de cambio más en la destructiva sociedad de consumo en la cual no hay lugar para el socialismo que principalmente busca equidad y justicia o lo que es lo mismo, un futuro para la humanidad.
mromero@ciberesquina.una.edu.ve
jueves, 23 de octubre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario