Cuando la alegría es una imposición social, es complicado lidiar con esa idea que nos susurra: “¡Hey, no tienes razones para estar contento!”. Pasa en cualquier época “festiva”, pero especialmente en diciembre. Damos por sentado que el único sentimiento posible es la felicidad, y en función de eso se mueve toda una estructura social. Publicidad, comercio, política, cultura: todo está engranado con esa idea. La tristeza parece quedar anulada, con la única compañía de quienes, por distintas razones, creen no tener motivos para celebrar.
En ese espectro de personas consideradas “antinavideñas” están aquellas con razonables motivos para no festejar. Quienes estuvimos alguna vez de ese lado, los comprendemos: el ser que ya no está, el trabajo perdido, unas finanzas catastróficas, cambios inesperados, una enfermedad, entre otros sucesos adversos de honda huella en nuestra memoria. En Navidad y Año Nuevo, se vive alguno de estos problemas en una suerte de cápsula, mientras que el resto del mundo se agita entre compras, reuniones y comidas.
Esta relación tan peculiar con la tristeza y la frustración parece imponer cortes en el calendario. Esté melancólico el resto del año, pero entre el 1 de diciembre y el 6 de enero no está permitido. Puede colocar “pausa” a sus malestares y problemas; total, ellos seguirán ahí el 7 de enero. Es fácil, solo debe dejarse llevar por esa vorágine colectiva que lo contagiará de emoción. Si no se logra, al menos no se notará para el resto.
Dentro de la comunidad antinavideña también se encuentran quienes, por definición, no ven nada por qué celebrar en un mundo fuera de control. La verdad, si metemos el ojo en las noticias internacionales de las últimas semanas, no hay motivos ni para comerse una hallaca. Basta nombrar Palestina para entender su posición. Hasta el presidente colombiano, Gustavo Petro, nos recordaba una verdad incómoda: la tierra donde nació Jesucristo, la figura que da razón a una parte de estas celebraciones, es víctima de un genocidio sin precedentes.
Si eso no basta para entenderlos, hay más: la inacción ante la crisis climática, un asunto que sigue siendo inasible para la humanidad; los conflictos entre el Norte y el Sur global, los embates del capitalismo, la inequidad en el acceso a sistemas de salud, entre otros temas que, de tanto escuchar sobre ellos, nos terminan pareciendo la normalidad. Sí, seguramente, eso no cambiará por nuestra pura y simple congoja, pero por pensar en esos asuntos se puede empezar un cambio.
La lista de los antinavideños es mucho más amplia e incluye a los tradicionalmente pesimistas, a los agobiados por la presión económica de estas fechas y a quienes, simplemente, prefieren la tranquilidad ante el bullicio. Si bien su apuesta no es crear un frente de tristeza para conquistar al planeta, resisten en sus posiciones para recordarnos cómo hemos moldeado nuestras emociones, señalarnos la necesidad de desmontar ideas condicionantes y decirnos que también se vale en esta fecha sentirse diferente. Nuestro mundo interior, al final, es nuestro mayor campo de resistencia.
Rosa E. Pellegrino
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