miércoles, 20 de diciembre de 2023

Punto y seguimos | No elijas el silencio

 Callar es ser cómplice

La violencia de género existe. No es un invento progre, no son delirios de unas cuantas locas y tampoco es el fruto de una agenda maligna diseñada para destruir nuestra sociedad. La violencia de género existe, así como existen el cambio climático, la pedofilia y tantos otros temas a los que se les premia con el silencio cómplice, la naturalización o con la negación directa.

En sociedades como la venezolana, la violencia contra las mujeres es aceptada en todos los estratos sociales, en las diversas franjas etarias y en todo el espectro político. Que el tema haya comenzado a visibilizarse y denunciarse es ciertamente importante y - planes de ciertos sectores aparte – marca un punto diferencial de las generaciones más jóvenes con respecto a sus predecesoras, pues están menos dispuestas a aceptar este tipo de comportamientos y acciones, al cuestionar los porqués de los mismos.

Mientras algunos cuestionan, otros (lamentable mayoría, por cierto) defienden a capa y espada valores y discursos preestablecidos y tomados como correctos e inamovibles: “siempre ha sido así”, “los temas de pareja en casa”, “mejor no meterse en eso”, “algo habrá hecho”, “ella se lo buscó”, “ella lo sacaba de quicio”, “sí, él es violento pero no vamos a dañar su reputación”, “la mujer tiene que aguantar”, y un largo etcétera de frases, gestos y actitudes cómplices que solo profundizan el problema, al poner sobre las víctimas la culpa y la vergüenza que deben corresponder al victimario.

En días recientes, estalló el tema en la opinión pública nacional, con la confesión del periodista y escritor Ibsen Martínez en el diario El País, de que si golpeó a varias de sus exparejas y que esto era sabido en su entorno desde hacía décadas. Martínez comenzó a ser cancelado y despedido de los medios conde trabajaba luego de esto, lo cual dibuja perfectamente la ironía de la situación. Él mismo confesó a sabiendas de las consecuencias, por “la edad” según afirmó, y sin arrepentirse, al explicar que ahora no golpea porque no tiene a quién. “Estoy solo por maltratador”.

Poco o nada importa que una de sus exparejas, la profesora Sandra Caula, ya lo hubiera denunciado en el 2019. Cuando la víctima es la que habla, el impacto no es el mismo. No solo nadie la apoyó en su denuncia, sino que le hicieron saber que estaban al tanto y que eligieron callarse. Amigos incluidos. Porque eso es lo que sucede cuando una sociedad acepta como normal el maltrato contra las mujeres, especialmente si el “acusado” es alguien reconocido, como el caso de Martínez en algunos circuitos, en los que, de hecho, sigue siendo defendido. Rafael Poleo, ante la polémica, afirmó en X: “Ibsen Martínez es un artista sensible y atormentado. Merece solidaridad”.

Atormentadas estuvieron las mujeres que le rodearon, sin el respiro de la justicia o la compasión de amigos o la sociedad en general. Y casos como este sobran en la política, la academia, el mundo artístico, etc. Cualquier mujer que haya pasado cerca de estos ámbitos tiene alguna historia de violencia (mayor o menor) para relatar: abusos de profesores, jefes y compañeros; la mayoría auto silenciados “para evitar problemas mayores” o directamente asumidos como “algo que pasa y ya”. La invitación es a romper el silencio y a cuestionarnos. A no ser cómplices, a defender a quien sufre y no a quien maltrata. Ese debería ser, al menos, el principio para mejorar. La injusticia viene en muy diversas formas, y el machismo es una de ellas.

Mariel Carrillo García



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