EL QUINTO PATIO
CAROLINA VÁSQUEZ ARAYA
Las grandes tragedias tienen un efecto
particular: nos dan una vía emocional para canalizar la frustración y la
rabia acumuladas a lo largo de nuestra existencia, provocadas en su
mayoría por una incapacidad atávica de confrontar aquello que nos ofende
como seres humanos por comodidad, por miedo o por esa pasividad que nos
va ganando mientras se disipan los ecos del hecho que nos conmueve.
Entonces construimos barreras mentales para no saber, no sentir, no
actuar.
Ciertos eventos espectaculares nos hacen
reaccionar con todo nuestro arsenal de sentimientos y una empatía
sublimada por la distancia física y la cercanía mediática. Y sufrimos
por víctimas lejanas, lo cual no tendría nada de malo si no fuera porque
aquellas tragedias cercanas, las ocurridas a pocas cuadras de nuestro
hogar, nos dejan totalmente indiferentes.
Expertos en el arte de la evasión,
rechazamos el contacto con la realidad sin tener en cuenta que esa
realidad supuestamente ajena y extraña a nuestro entorno nos está
cercando, nos toca en directo y termina por transformar nuestra vida en
todos sus aspectos. Hacemos esfuerzos desproporcionados por enfocar
nuestra atención en los mínimos puntos porcentuales de avances relativos
con tal de no ver los grandes retrocesos en los temas cruciales.
Guatemala cruza por una crisis mucho
mayor que la totalidad de sus fragmentos. En otras palabras: la
situación de la niñez y la juventud, la marginación de los pueblos
originarios, la discriminación de la mujer en los espacios de decisión,
el desastre ecológico a nivel del territorio, las explotaciones
incontroladas de su riqueza mineral y tantas otras fuentes de conflicto
—como el tema agrario o una legislación pendiente sobre el derecho al
uso del agua— conforman un cuadro global más grave de lo que el
ciudadano percibe a simple vista.
Como un ejercicio interesante para
adentrarse en el pensamiento del habitante urbano —principal emisor de
opiniones, juicios y pronósticos— es conocer su grado de conocimiento
sobre ciertos temas. Por ejemplo, algo cercano como la vida de las
familias que habitan el vertedero de la zona 3, sobreviviendo en ese
foco de contaminación y abandono. Allí, en donde los niños se disputan
los despojos con los zopilotes en una atmósfera putrefacta, sin mayores
perspectivas de escapar para tener una vida saludable, educarse y
desarrollar sus habilidades como todo ser humano.
Se ha demostrado que la niñez no es un
tema “de plaza”. Tampoco lo es el estado de los ríos o las fuentes de
abastecimiento de agua, ni llega a la plaza la demanda por una ley que
proteja a las trabajadoras de casa particular, muchas de las cuales
viven en una situación de esclavitud de hecho, aunque disfrazada con un
barniz de condescendencia ladina. ¿Temas de plaza? Muchos más, como el
acceso a una educación de calidad para la totalidad de la población
infantil, alimentación garantizada para evitarles el daño producto de la
desnutrición crónica, protección contra la violencia sexual y acceso a
los servicios de salud.
Por supuesto es más cómodo encerrarse a
escuchar las noticias que vivirlas. Pero ninguna sociedad avanza sobre
el silencio de sus integrantes y el de una prensa para la cual ciertos
temas carecen de relevancia o de impacto en sus estadísticas de
preferencia.
Las tragedias ajenas son importantes pero
sobre las propias es posible actuar y contribuir a minimizar sus
efectos. Guatemala es uno de los países más vulnerables del mundo y está
entre los menos desarrollados en temas sustantivos, como la niñez. La
indiferencia no es una opción.
elquintopatio@gmail.com @carvasar
Blog de la autora: https://carolinavasquezaraya.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario