Carola Chávez
Era martes, ni te cases ni te embarques, ni de tu casa te apartes, pero a ella tenía apartarse un rato del hogar, porque los martes toca a su número de cédula.
A las 5 de la mañana empujó el edredón de plumas que pretendía tentarla a quedarse acurrucada y saltó envolviéndose en una delicada bata de seda que le trajo Henry, ya no recuerda dónde. Calzó sus zapatillas de moiré (también de seda), coronadas con plumas que jugaban en el aire y se dirigió a la cocina. En el pasillo, el espejo de marco dorado le dijo: ”Madrugar no se sienta”. Bajo la puerta de la biblioteca, se colaba un tenue haz de luz. “Tan trabajador, mira a las horas que está despierto -se dijo. Abrió la puerta despacito para sorprenderlo con una sonrisa que terminó convertida en un desgañitado “¡Coñoooo!”. Otra vez la armadura del siglo XVI le sacaba el alma del cuerpo. No se acostumbraba a encontrarse con esa cosa allí parada. Henry no estaba, solo dejó la luz encendida “para joder al gobierno” –le explicó la cocinera que le traía el desayuno listo porque había madrugado mucho antes que “la Señora de la casa”.
Dejó sobre la bandeja las tostadas con camenbert, miel y nueces, apenas con un mordisquito, porque hay que cuidar la figura. Se puso su vestido azul celeste, ese con el que posó en la revista de Roland. Lo combinó con sus tacones y cartera Prada, con ese instinto que tiene para la moda, y bajó las escaleras con una elegante carrerita. Besó cariñosa a sus toy poodles, y se subió al carro que la esperaba en la puerta. “Al supermercado” –le ordenó a su chofer.
Una hora les tomó llegar porque el tráfico Caracas estaba imposible. “¡Qué bueno que los bachaqueros saben del Rey David!” – se felicitó e indicó al chofer que la esperara ahí mal parado sobre la acera. “Tranquilo que estamos en Chacao” –agregó cuando éste le dijo que lo podían multar por eso.
Salió, 15 minutos después, con tres kilos de arroz basmati, unos tortelones fungi porcino y una pata de jamón de bellota que el chofer le ayudó a cargar. Hora y media de tráfico para regresar a casa. Hizo, como toda ama de casa, casi tres horas de cola poder comprar comida.
Mientras tanto, en el Country Club, el aire se impregnaba con un extraño olor a fritanga. Era Maria Corina, en sus jardines, revolviendo una palangana de chicharrón con pelos.
Era martes, ni te cases ni te embarques, ni de tu casa te apartes, pero a ella tenía apartarse un rato del hogar, porque los martes toca a su número de cédula.
A las 5 de la mañana empujó el edredón de plumas que pretendía tentarla a quedarse acurrucada y saltó envolviéndose en una delicada bata de seda que le trajo Henry, ya no recuerda dónde. Calzó sus zapatillas de moiré (también de seda), coronadas con plumas que jugaban en el aire y se dirigió a la cocina. En el pasillo, el espejo de marco dorado le dijo: ”Madrugar no se sienta”. Bajo la puerta de la biblioteca, se colaba un tenue haz de luz. “Tan trabajador, mira a las horas que está despierto -se dijo. Abrió la puerta despacito para sorprenderlo con una sonrisa que terminó convertida en un desgañitado “¡Coñoooo!”. Otra vez la armadura del siglo XVI le sacaba el alma del cuerpo. No se acostumbraba a encontrarse con esa cosa allí parada. Henry no estaba, solo dejó la luz encendida “para joder al gobierno” –le explicó la cocinera que le traía el desayuno listo porque había madrugado mucho antes que “la Señora de la casa”.
Dejó sobre la bandeja las tostadas con camenbert, miel y nueces, apenas con un mordisquito, porque hay que cuidar la figura. Se puso su vestido azul celeste, ese con el que posó en la revista de Roland. Lo combinó con sus tacones y cartera Prada, con ese instinto que tiene para la moda, y bajó las escaleras con una elegante carrerita. Besó cariñosa a sus toy poodles, y se subió al carro que la esperaba en la puerta. “Al supermercado” –le ordenó a su chofer.
Una hora les tomó llegar porque el tráfico Caracas estaba imposible. “¡Qué bueno que los bachaqueros saben del Rey David!” – se felicitó e indicó al chofer que la esperara ahí mal parado sobre la acera. “Tranquilo que estamos en Chacao” –agregó cuando éste le dijo que lo podían multar por eso.
Salió, 15 minutos después, con tres kilos de arroz basmati, unos tortelones fungi porcino y una pata de jamón de bellota que el chofer le ayudó a cargar. Hora y media de tráfico para regresar a casa. Hizo, como toda ama de casa, casi tres horas de cola poder comprar comida.
Mientras tanto, en el Country Club, el aire se impregnaba con un extraño olor a fritanga. Era Maria Corina, en sus jardines, revolviendo una palangana de chicharrón con pelos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario