lunes, 29 de febrero de 2016

Otro Caracazo, plis

Carola Chávez.

caracazo

En el este del Este, amaneció aquel 27 de febrero de 1989 como si nada. Aquellos días cuando éramos felices y no lo sabíamos, cuando los venezolanos no conocíamos de divisiones, cuando “los venezolanos” éramos solo nosotros, los que todavía podíamos comer, los que caminábamos indolentes por las calles saltando niños que dormían sobre cartones. Los huele pega, les llamábamos con miedo y desprecio.
Entonces era normal el goteo de muchachitos que aún no mudaban los dientes de leche, vendiéndote yesqueros, bolígrafos, flores, mientras tú y tus panas intentaban comerse una arepa en Doña Caraotica a las 2 de la mañana después de una rumba discotequera. Ni los mires, ni les contestes porque te caen como cien carajitos a pedirte una arepa. Qué ladilla con esos chamos, pana.
Los barrios eran el Coco, una especie de mito que metía miedo porque un día podían “bajar”. Los barrios, una cosa abstracta que latía peligrosamente más allá de nuestros muros con garita de vigilancia. Nos tenían rabia allá arriba, como si nosotros tuviéramos la culpa de que ellos fueran unos flojos que no quisieron estudiar. Resentimiento de rancho, chamo, quieren ser como uno pero sin trabajar. ¡Oh, aquella Venezuela en la que todos éramos hermanos|
Amanecimos aquel 27 de febrero como cada día. Ignorábamos el rugido que despertaba, y cómo no, si ignoramos el hambre, la miseria, la desesperanza de la mayoría de los venezolanos, como ignorábamos con arrogancia nuestra propia debacle clasemediera mientras colgábamos del abismo a la pobreza agarrándonos con las uñas comidas. No es sorpresa que el Caracazo nos tomara por sorpresa. Tampoco es sorpresa que hoy, cómodamente, desde un sofá el este de Este, invoquen otro Caracazo para que volvamos a ser felices y no lo sepamos.
Pero no hubo estallido; ni ardió el oeste de la ciudad, de Chacaíto para allá, plis; ni hubo suspensión de garantías constitucionales; ni militares masacrando al pueblo, tal como sucedió en tiempos democráticos de CAP. Como no pasó ninguna de estas cosas que mostrarían, sí, a Maduro como un maldito dictador genocida, decepcionados, los mismos que creen que Ramos Allup representa un liderazgo nuevo, afirman amargamente que este país está condenado al desastre porque el pueblo, además de feo, bruto y flojo, tiene la memoria muy corta.

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